lunes, 16 de diciembre de 2013

COYUNTURA Y DESARROLLO

Imagen consejonutricion.wordpress.com
Por Agustín Lodola *

El problema de la estructura productiva desequilibrada de la economía argentina continúa presente, aunque las condiciones de la economía mundial o la discusión de algunas de sus consecuencias (inflación) releguen su tratamiento. Si bien se hace referencia mayormente al desequilibrio sectorial (agro/industria), también alcanzan una dimensión muy significativa los desbalances geográficos. Eso se debe a las asimetrías territoriales de las actividades intensivas en cada factor: trabajo, capital y recursos naturales. El fenómeno queda oculto muchas veces en los promedios. El perfil productivo de las regiones es central; lo fiscal (incluso el régimen de coparticipación, al que suele darse un rol exagerado) es sólo una variable explicativa más.
Una consecuencia fundamental de estos problemas es la intensidad de las migraciones internas, que reflejan justamente la desigualdad de oportunidades en todo el territorio. En el caso de la provincia de Buenos Aires, en los últimos 20 años, las migraciones en el agregado sólo explican el 10 por ciento del crecimiento poblacional. Pero, en las regiones del interior (salvo los municipios atlánticos), las mismas son negativas y determinantes del bajo crecimiento poblacional estructural: la expulsión de población compensa casi la mitad del crecimiento vegetativo. Esto a pesar de que en ese período se ha dado una evolución positiva sin precedentes de las ramas de actividad asociadas a esos territorios (el valor agregado corriente del agro ha duplicado el crecimiento del producto bruto entre 1993 y 2013) y su rentabilidad. En el primer cordón del conurbano, cuya formación refleja la falta de consideraciones geográficas durante la crisis del modelo agroexportador, sucede lo mismo y, aunque por razones diferentes, también obliga a ampliar la dicotómica mirada conurbano/interior. En líneas generales, las tendencias migratorias observadas desde mediados de 1930 persisten, profundizando la heterogénea densidad poblacional. No hay dudas de que las migraciones pueden ser vistas en forma positiva, pero el carácter selectivo que suelen tener, puede generar trampas de pobreza y estancamiento.
La reaparición de la restricción externa corre el velo y obliga a considerar alternativas de política para resolverla. La opción más pregonada y siempre a mano ha sido la devaluación. Hay abundante literatura detallando los efectos contractivos y regresivos de este instrumento, y la evidencia sobre la dinámica exportadora no es unánime.
Menos considerados son los efectos geográficos de esta medida. La devaluación genera especialización sectorial de los territorios con escasa generación de empleo, afianzando una estructura “territorial desequilibrada”, aunque los tipos de cambio múltiples operacionalizados por las retenciones a las exportaciones logren cierto y necesario “equilibrio sectorial”. Esta reflexión puede parecer rara en la coyuntura actual, donde se discute que el “atraso” cambiario tiene mayor incidencia en las “economías regionales”, pero se entiende si se buscan para las mismas otras pretensiones productivas.
La incorporación del equilibrio territorial en una mirada más amplia no sólo se fundamenta en una cuestión de justicia distributiva sino que cuando los hacedores de política se concentran en las regiones líderes en desmedro de las rezagadas, se pierden una oportunidad de mejorar la performance agregada.
Lejos de ser una particularidad argentina o bonaerense, la desigualdad territorial es una de las características salientes del estilo de desarrollo de los países latinoamericanos que, en el marco de un retorno de las políticas públicas, obliga a diseñar e implementar estrategias para mitigarla. La planificación adquiere relevancia como uno de los instrumentos que podrían permitir la adopción de estrategias para disminuir dichas disparidades. Las fuerzas del mercado no llevan en su ADN el objetivo de equidad, y por lo tanto es ingenuo pedirles por el equilibrio territorial. Es la política la clave, que tiene un gran desafío en un régimen democrático, donde los espacios a priorizar están inversamente relacionados con la cantidad de votos.
También existen dificultades en términos de la coordinación entre los distintos niveles de gobierno. Los desafíos de los territorios son idiosincrásicos; y por lo tanto la participación del nivel municipal es indiscutida. Sin embargo, debe planificarse desde un poder central (nacional, provincial) que –sintetizando las lógicas locales– pueda realizar los “balances” territoriales necesarios para un desarrollo equilibrado.
El regreso de un Estado activo ha propiciado recientemente el debate en torno de la planificación, que frente a las fuertes disparidades territoriales verificadas en nuestro país, bien podría tomar la forma de una planificación territorial. Mientras tanto, si una gran devaluación se presenta como la única salida a la restricción externa, corremos el riesgo de profundizar aun más la especialización productiva de los diversos territorios, con graves consecuencias tanto económicas y sociodemográficas, sin que siquiera el restablecimiento de los equilibrios macroeconómicos se encuentre asegurado. Peor aún, seguiremos moviéndonos cíclicamente sin tendencia definida e incrementando la ya abultada deuda social que tenemos con nuestros territorios más postergados.

* Subsecretario de Coordinación Económica de la provincia de Buenos Aires, profesor de la UNLP, autor del libro Desde adentro.

Publicado en Página12

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