domingo, 21 de julio de 2013

PENSAR VACA MUERTA

Imagen Tiempo Argentino
Por Hernán Brienza*

Como todo hombre que comparte un cuerpo de ideas que podrían denominarse "nacionalista", quien escribe estas líneas milita en ciertas líneas del dogmatismo político y económico. Mira con desconfianza histórica, tantos los contratos petroleros firmados por Juan Domingo Perón con la California Standar Oil, como la batería de convenios que celebró Arturo Frondizi –protagonista del mayor papelón de reversibilidad ideológica que se haya visto en la historia contemporánea– con distintas empresas petroleras que, para ser justos, logró el autoabastecimiento energético en nuestro país.
Quien escribe esta nota sostiene que el acto más importante llevado adelante por el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, luego de Asignación Universal por Hijo, fue la reestatización del 51% de YPF a principios de 2011. Además, considera que la empresas estadounidenses son la "avanzada del imperialismo yanqui"; sospecha absolutamente de las cualidades morales de los fundadores y de todos los cuadros dirigenciales de la empresa norteamericana de producción de hidrocarburos, y, a juzgar por la carga probatoria en su contra, no tiene dudas de que la empresa Chevron lleva adelante una actividad altamente contaminante si se le permite hacer lo que ella quiera sin control del Estado. Basta con leer El imperialismo la fase superior del capitalismo, de Vladimir Lenin, o la literatura de Adolfo Silenzi de Stagni o del propio Frondizi (Petróleo y Política) para tener bien claro lo que significan en materia de explotación monopólica los Rockefeller y sus vástagos.    
Pero más allá de la dogmática y de los datos que arrojan la realidad, también hay una pragmática para analizar. Una pragmática del nosotros, que tiene al Estado como eje de representación y al gobierno nacional como hacedor de una acción colectiva. Esa pragmática analiza el devenir histórico, la encrucijada del presente, las necesidades del futuro y en función de la representación de unos u otros sectores. Esa acción puede responder a un "oportunismo de clase" –el modelo agroexportador y los pacto Roca-Runciman– o a la "pragmática de un nosotros", es decir de un gobierno que responda a los intereses de la mayoría.
Cuando se nacionalizó el mayor paquete accionario de YPF, el año pasado, escribí en este mismo diario que "no se trata de un regreso al viejo modelo de YPF como una sociedad del Estado, pero sí como una empresa en la que los argentinos, a través del Estado, somos dueños de nuestra política energética sin perjuicio de que se puedan realizar convenios con dignidad –entendida, no como una cuestión valorativa, sino también de interés económico– ya sea con privados nacionales e internacionales, e incluso con otras petroleras de la región como Petrobras o PDVSA… Y es fundamental también porque al tener soberanía sobre la política energética nacional, permite complementar e integrar una red de producción, exploración y explotación de hidrocarburos por parte de los estados nacionales de la Unasur sin participación mayoritaria de empresas europeas o norteamericanas… Lo que no significa caer en viejos dogmatismos que no permitan la asociación desde un lugar soberano, con empresas petroleras anglosajonas, pero sí que mantenga para nuestro país el control de sus recursos energéticos no renovables". 
Y esto es, justamente, lo que ocurrió esta semana con los acuerdos firmados entre YPF y Chevron. Porque hay que desdramatizar un poco. Ni el Estado ni YPF ceden su soberanía a un grupo extranjero. Tampoco se vuelve al modelo privatizador de los '90, ni se enajena la empresa ni se hipoteca el futuro de los argentinos. Es a lo sumo, un antipático a cuerdo de explotación con una empresa norteamericana que tiene el conocimiento y los recursos para hacer algo que al Estado argentino le sería muy costoso y no tiene el equipamiento necesario para hacerlo. Porque que quede claro, la ironía de pintar las siglas de YPF con la bandera estadounidense es una zoncera. Ni una sola acción pasó a manos de Chevron con este acuerdo. YPF continúa siendo la misma empresa que antes, simplemente se trata de un contrato de explotación de una zona específica donde se comprometen dos empresas diferentes a trabajar juntas. Algo parecido a lo que hizo –según cuenta Leandro Fernández en su nota para la agencia Paco Urondo– PDVSA hace unos pocos meses con Chevron por un monto de 2000 millones de dólares. 
Pero hay más. ¿Cuánto hay en esta decisión soberana del Estado de asociarse a Chevrón para frenar los embates de Repsol, la empresa que ha vaciado a YPF desvergonzadamente y ahora intenta seguir haciéndolo desde los estrados internacionales? ¿Qué relación hay entre esta alianza y la decisión del FMI de apoyar a la Argentina frente al reclamo de los fondos buitre en el juicio que se lleva adelante en los Estados Unidos? ¿Tiene sentido sentarse sobre una de las reservas de hidrocarburos más importantes de la tierra en función de cuidar el medio ambiente? Una vez más las miradas desarrollistas y ecoambientales vuelven a trabarse en una discusión mucho más interesada de lo que parece. 
Las importaciones de combustible oscilan entre los 11 mil y los 15 mil millones de dólares anuales. Alcanzar el autoabastecimiento como en épocas de Frondizi gracias a sus "vergonzosos" contratos petroleros le haría ahorrar a los argentinos una cifra similar que engrosaría no sólo las reservas del Banco Central, en descenso paulatino, sino también las posibilidades de inversión en políticas activas por parte del Estado argentino. Fuera de toda cháchara ideologizada y dogmática –incluso la de quien escribe esta nota–, la única independencia económica real es la que surge de un Estado nacional fuerte y rico y de una economía nacional vigorosa y cada vez menos dependiente de las importaciones. 
Lograr reducir las cifras de importación de energía es una prioridad básica para avanzar con el modelo de desarrollo económico industrial que el país y la mayoría de los argentinos necesitan. La debilidad innata del Estado argentino dificulta muchas veces la posición desde la que se sienta a negociar con las empresas trasnacionales, es verdad, pero no menos cierto es que hoy por hoy no hay compañías argentinas dispuestas a invertir 1200 millones de dólares en Vaca Muerta, por ejemplo. Entonces, ¿qué hay que hacer? ¿Esperar que cuando Mauricio Macri sea presidente vuelva a privatizar YPF ante el aplauso de todo el periodismo plutocrático? ¿O tratar de alcanzar el autoabastecimiento de la forma menos costosa posible? ¿Hay que dejar el yacimiento intacto para cuando vengan los marcianos o hay que realizar una inteligente política de explotación con la mayor cantidad posible de empresas para impedir que se forme un monopolio energético?
Perón tenía una buena respuesta a las críticas que le hicieron los nacionalistas por los contratos petroleros. En su libro escrito en el exilio, Los Vendepatrias, escribió en 1957: "Los sistemas empleados en la Argentina distan mucho de los nuevos métodos de exploración, prospección, cateo y explotación racional de los yacimientos modernos. Es menester reconocer que no estamos en condiciones de explotar convenientemente los pozos de grandes profundidades que se terminan de descubrir en Salta... Si la capacidad organizativa y técnica de los Yacimientos Petrolíferos Fiscales son insuficientes, la capacidad financiera es tan limitada para encarar la producción en gran escala que podemos afirmar, a priori, su absoluta impotencia. Descartando la posibilidad de la provisión de materiales y maquinaria (sólo hipotéticamente, porque sabemos que no es así), ni el Estado argentino está en condiciones de un esfuerzo financiero semejante.  Y pretender que los inversores extranjeros inviertan su dinero en compañías argentinas de petróleo es simplemente angelical… Si ha de resolverse el problema energético argentino por el único camino posible –el del petróleo– es necesario contratar su extracción por compañías capacitadas por su organización, por su técnica, por sus posibilidades financieras, por la disponibilidad de maquinaria, etcétera. De lo contrario, será necesario detener el ritmo de crecimiento del país. Los tiranos de mi país, ignorantes e inexpertos, creen que resolverán la financiación con YPF mediante empréstitos. ¿Es que ignoran lo que esto representa?... Con este empréstito disminuido y nominal llegarán sólo a YPF los materiales: ellos deberán encarar todo el trabajo y sus altos costos. Yo me pregunto: ¿No es más conveniente traer las compañías especializadas, darles trabajo, dividir las ganancias por mitades y dedicar esas ganancias al pueblo argentino?"
Algunas cosas tenía clara, Perón, sin dudas. Ni freno económico ni toma de créditos que obligan a futuro: simplemente alianzas productivas. Aunque parezca mentira, tanto Perón como Cristina Fernández de Kirchner eligieron a la misma empresa estadounidense para realizar sus contratos, y también la encrucijada era similar. Los enemigos, los mismos. Los mismos que tres años después firmaron contratos aún más audaces que los del propio Perón con el "nacionalista" Frondizi a la cabeza. No sea cosa que los que hoy se oponen, mañana vayan por la privatización de YPF.

*Publicado en Tiempo Argentino

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