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A
días de las elecciones primarias, y cuando más necesaria se hace la
opinión de tipos de mi nivel intelectual y sabiduría para aclarar este
entuerto, me pregunto: ¿en qué momento la política se volvió tirar la
pelota afuera y poner cada de boludo? ¿En qué momento la política se
desentendió de la ideología para volverse un fru fru de palabras vacías y
repetidas? Al paso que vamos, se podrá construir una carrera política
sin haber gestionado ni una municipalidad, qué digo, ni un jardín de
infantes, y sobre todo, sin haber esbozado jamás una idea.
¿Se acuerda de Chance Gardiner en Desde el jardín? Chance era un
pobre tipo, medio ganso, que había vivido toda su vida en una mansión
ocupándose del jardín. Al morir su patrón, sale a la vida por primera
vez y por esas cosas del azar (las mismas que llevan a un tipo como De
Narváez a la política), Chance se ve envuelto en una trama cargada de
situaciones curiosas, a las que él responde siempre con frases oídas en
la televisión o dedicadas a sus plantas, palabras que son tomadas como
ideas de un gurú.
Piensen cuántos primos, hermanos y amigos subirían a las redes las
bobadas de Chance creyendo que son ideas que sirven para entender el
mundo. Chance diría: "No hay flor sin tallo, ni tallo sin riego, ni
riego sin tierra", y agarrate Catalina, doscientos mil tuiteros y
feisbuqueros reproducirían esta idea pensando que lo que hay que hacer
con este país díscolo es hacer la revolución agraria (la tierra), aunque
cueste sangre (el riego), para crear un nuevo mundo (el tallo), que dé
una flor (cualquier cosa que sea antiK).
Y tirar la pelota afuera y poner cara de boludo no es un mal
autóctono. Carla Bruni en El País se jacta de que ella (ella, vaya y
pase), y el marido (¡el ex presidente de Francia!) no son ni de
izquierda ni de derecha. Es obvio que esa declaración "abona el terreno"
(dígame si no sueno como Chance Gardiner) para el regreso de Sarkozi a
la política. Y lo hace sobre la idea del vacío, la mediocridad, la
tibieza, porque supone ("el lirio crece en el barro como en el aire")
que los tibios votan a los tibios, y si le estuvieron diciendo a la
gente durante décadas que no pensaran, ahora no le pueden pedir lo
contrario.
Intentemos una cronología de ese vacío. No es necesario retroceder
demasiado. En el mayo del '68 la ideología ganó las calles de París (o
sea del centro del mundo), para pedir cambios, aunque sea "margarita
para los chanchos". En los setenta la gente moría por las ideologías,
acá y en el resto de Latinoamérica. Si no ando muy errado, este vacío
que estamos sufriendo hoy habría comenzado en los '80 o en los '90. Los
'90 fueron la gloriosa época de las ONG. Todo era gerenciado por ONG
porque los partidos políticos estaban llenos de gente agotada de esquiar
con los bolsillos llenos de guita afanada y con resaca a champagne; y
los sindicatos se vaciaban de ocupada que estaba la gente disfrutando el
"deme dos". Nadie pregunta por sus derechos si tiene una casita en la
playa.
Fue por entonces, creo, que política se volvió mala palabra, estigma
que la acompaña hasta hoy, y que los que no saben nada de política aman
repetir ante la incapacidad de entender o de tener que leer libros. A
eso habría que sumarle que en los '90 los hombres políticos se mostraban
como hombres exitosos. No en las ideas, sino en dinero, fama, pinta. Si
eran burros, mejor, más divertidos, anecdóticos, coloridos. Bastaba con
que supieran contar chistes. Así surgieron los Berlusconi, el Turco que
lo reparió, Bucaram, Ross Perot. A muchos se los tragó la historia, y
otros dejaron su huella y la siguen dejando.
El golpe de gracia, que a nosotros no nos llegó por esas cosas de la
vida y del misterioso y discreto encanto de ser argento, es el voto no
obligatorio. No estoy de humor para andar gogleando para ver en cuántos
países el voto no es obligatorio. En EEUU y España no lo es. Esa era la
que nos tenían preparada, pero les falló porque se creyeron que era un
buzón que compraríamos como "rosas compra el deudo camino al
cementerio", pero se olvidaron que todavía no nació el Freud capaz de
inventariar la sicología gaucha. Con el voto no obligatorio, los tibios,
al ser liberados de sus derechos, encuentran una libertad que defienden
como si hubieran sido liberados de sus obligaciones; y que al
presidente lo pongan los otros, que yo tengo mejores cosas que hacer:
mirar pasar el tren, contar las gotas de lluvia, que "la rosa sólo es
rosa si la miro con ojos de jardinero".
En nuestro querido país, granero del mundo, reserva carnífera de la
galaxia, vientre pródigo en genios del fútbol y lo suficientemente
lejano como para que la Bruni no venga muy seguido a cantar, tenemos
nuestros Chance Gardiner como que "el olmo no da peras ni el peral
caramelos". Los que hacen escuela son Macri y De Narváez, que compiten
para ver quién suena más hueco. Y cuando pensábamos que no era posible
sumar algo nuevo "a ese jardín donde perecen los malvones que no saben
que son malvones", aparece Massa (con esa cara de yo no fui que ni Tom
Hanks pudo lograr cuando se quedó sólo en la isla), hablando de
cualquier cosa que no parezca una idea. (¿Cómo hacen para esquivarlas
siempre, cómo hacen para no meter ni una? ¿Es práctica, es miedo, es
asesoramiento? ¿Cuándo sueñan, soñarán así, como si la vida fuese una
película de un solo fotograma?)
¿No le sorprende que haya tantos políticos que pidan moderación y
que se declaren de centro? Bueno, ese discursito ("no se le puede decir
malvón al yuyo"), apunta a que la tibieza sea la norma. Pero si ya estoy
extrañando a los derechosos, que por lo menos piden a los gritos menos
Estado, menos derechos, menos sexo y menos joda. Así por lo menos
sabemos lo que piensan y podemos putearlos con sentido.
Pero no existirían esos Chance Gardiner si no hubiera tanta gente
dispuesta a creerles (mejor dicho aceptarlos, porque para creerles
deberían decir lo que piensan). A mí me dan vergüenza, vea. Claro, yo
soy de los argentinos que tiene una idea cada media hora, que no le
importa equivocarse aunque ama acertar, que contesta a casi todo aunque a
veces ni sepa de qué están hablando, y que no me casé con Carla Bruni
(peor para ella). Pero los tiempos cambiaron, y los tipos como yo tienen
cada vez menos hombres públicos a los que escuchar, o sea "se camina
entre las flores como entre los cardos". Los tuiteros dirán que hay que
caminar (el país), como si ya hubieran flores (estos salames de los que
estoy hablando), como ahora caminamos entre los cardos (el
kirchnerismo).
Como para contribuir al futuro del país (ya sabe usted que yo no
ando con chiquitas y "no le pido al ombú lo que da el eucaliptus"),
veamos cómo sería un político del futuro inmediato: no debe eructar en
la mesa (y menos en la mesa de Mirtha, porque "las espinas son dolor
pero también aprendizaje"); debe hablar de su infancia o de cualquier
estupidez que parezca profunda (se puede llamar árbol al retoño); debe
citar siempre algún país donde se supone que le va mejor que a nosotros
(si es Japón; debe nombrar al loto); no debe ser de izquierda, ni de
derecha, ni guevarista (se acuerda cuando declaraban abiertamente
admiración u odio al Che), ni intervencionistas, ni nada que pueda ser
malinterpretado por los tibios ("la lluvia lava tanto la rosa como la
maleza"); debe tener una esposa como la Bruni, ni muy muy ni tan tan,
pero que cuando sea necesario, aparezca carpiendo el jardín; debe
declararse sin dudar un moderado, del centro, lejos de los rincones
donde se anidan las ideologías; y por último, cuando alguien le pregunte
cómo se resuelve un problema, debe decir: "no hay que pedirle limones
al limonero ni ideas a los políticos como yo; de eso se encarga el
destino".
*Publicado en Rosario12
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