martes, 9 de julio de 2013

EL DISCRETO ENCANTO DEL SOMETIMIENTO SERVIL

Imagen www.juventudrebelde.cu
Por Alejandro Horowicz*

“En el país de los ciegos nunca nadie vio al rey.”
Reescritura de un proverbio popular.

Existe un orden internacional? Por cierto que existe. ¿Está reglado por normas jurídicas, o es una versión apenas maquillada de la ley de la selva? La respuesta no es nada fácil. En todo caso el reciente episodio europeo con Evo Morales, impedir el abastecimiento de combustible del avión presidencial y por tanto su traslado de Moscú a La Paz, permite poner ese orden seriamente en duda. Nunca antes tantos gobiernos teóricamente soberanos violaron al mismo tiempo el derecho internacional público, impidiendo que el jefe de un gobierno con el que mantienen relaciones diplomáticas "normales", atravesara su espacio aéreo en virtud de una decisión estadounidense. Bastó que el gobierno de Barack Obama expresara su voluntad por impedir que un ex agente de la CIA obtuviera asilo político –Edward Snowden denunció la política de espionaje y control norteamericanos en el mundo–, para que servilmente, al mejor estilo colonial, todos inclinaran la cabeza.
No cabe duda que el sedicente racismo global, que hace tiempo gracias a Jean Marie Le Pen tiene buena prensa en la Unión Europea, jugó un papel facilitador. Sin olvidar que Evo venía de firmar importantes acuerdos gasíferos con Rusia. Pero hay más. Estados que se someten a una política financiera que no sólo no respeta su interés nacional, menos aun el interés comunitario, y muchísimo menos todavía el interés de sus ciudadanos, han terminado por perder las últimas grageas de dignidad, toda finta de autonomía política les es definitivamente ajena. La silabeante voz del amo basta.
¿Qué pasó?
Avancemos con orden; al finalizar la II Guerra Mundial, en 1945, las potencias victoriosas intentaron reconstruir las reglas del poder legítimo mediante la Carta de las Naciones Unidas. Durante los Juicios de Nuremberg terminó quedando claro que la lógica jurídica no ensambla tan sencillamente con la lógica política. A la hora de las revisiones hacia atrás explicar el pacto Molotov-Ribbentrop, o la partición de Polonia entre Hitler y Stalin en septiembre del '39, según las normas del derecho internacional vigente, resultaba imposible.
Tampoco desde una política de principios puede entenderse la paz de Munich. El acuerdo que entregó los sudetes checos a la Alemania nazi para "preservar la paz", tupacamarizando un país, sólo pospuso la guerra; y por cierto surgió de aceptar el chantaje nazi para cambiar las fronteras de Europa fortaleciendo la arrogancia alemana hasta niveles desconocidos. Sin olvidar que antes, claro está, la paz firmada en Versalles durante el año '19, al finalizar la I Guerra Mundial, se propuso hundir definitivamente el poderío de Berlín, imponiendo reparaciones de guerra imposibles de soportar. Las condiciones del pago terminaron destrozando la economía de la República de Weimar, tal como con adecuada anticipación sostuviera John Maynard Keynes, y dieron fuerza al partido de la revancha militar.
La previsión del economista inglés, aunque forma parte del equipo negociador, no prosperó. Tanto Francia como Gran Bretaña estaban más interesados en eliminar un competidor internacional, que en construir un orden internacional más justo y estable. Por tanto ese "acuerdo de paz" terminó siendo el pórtico de la nueva guerra.
Hitler expresó no sólo el poderoso movimiento contrarrevolucionario suscitado por la Revolución Bolchevique del '17, sintetizó también el humillado nacionalismo alemán y la aguda conciencia europea de la decadencia del liberalismo político. Europa se había vuelto ingobernable con instrumentos tradicionales. La hora de los gobiernos fuertes se había terminado por instalar, y  los acuerdos de Yalta y Postdam –donde el nuevo orden fue dibujado por Stalin, Churchill y Roosevelt– no modificaron sustancialmente las cosas.
La victoria de los aliados, entonces, se organizó sobre los siguientes ejes: partición de Alemania, reconstrucción del patrón oro como base del sistema monetario internacional, conformación de las Naciones Unidas y de los organismos financieros internacionales construidos a tal efecto –Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional, acuerdo arancelario destinado a garantizar las normas de competitividad, y la Alianza del Atlántico Norte. Ese orden tuvo en el Consejo de Seguridad su escenario privilegiado, ya que sus cinco integrantes permanentes –la URSS, los EE UU, Francia, Gran Bretaña y China– disponían del derecho a veto. Una decisión mayoritariamente adoptada podía anularse si afectaba el interés de un miembro permanente del Consejo.
Era un orden jurídico curioso ya que no suponía la igualdad de los estados, y todo dependía en definitiva de que Moscú y Washington se terminaran poniendo de acuerdo. Un pacto de las superpotencias garantizaba la legitimidad de la decisión, entonces el apego al derecho internacional terminó por ser altamente relativo. Basta recordar que la Guerra de Corea se hizo bajo la bandera de las Naciones Unidas, o que durante la Crisis del Caribe, con motivo de la instalación de misiles atómicos rusos en Cuba durante 1962, las Naciones Unidas no intervinieron pese a que se estuvo al borde de una guerra nuclear; funcionó el denominado teléfono rojo, vale decir, la comunicación directa entre el premier soviético Nikita Kruschev y el presidente estadounidense John Kennedy.  
Hay más ejemplos de esta curiosa versión del derecho internacional. La representación china en el Consejo de Seguridad corrió por cuenta de la isla de Formosa. Como los Estados Unidos no reconocían al gobierno surgido de la Revolución del '49, sino a los derrotados nacionalistas del Kuomitang encabezados por Chiang Kai-Shek, el gobierno de Mao estuvo marginado del orden internacional durante más de dos décadas. Y recién cuando Henry Kissinger acordó en 1971 el arribo del presidente Richard Nixon a Beijing, para negociar con Chou En-Lai, un genuino representante del gobierno chino pudo ingresar a la ONU. 
Y ni hablar de los reclamos argentinos contra la conservación de un enclave colonial en Malvinas, y la potestad de Londres para desconocer decisiones internacionales, como la de un encuentro de partes que diera curso a una negociación pacífica.
Bastó que el Muro de Berlín trastabillara en 1989, y que la URSS implosionara durante el año '91, para que incluso ese orden manifiestamente antijurídico caducara definitivamente. Sin embargo en ese momento sonaron todos los timbales y los "expertos" anunciaron una era de paz y prosperidad indefinidas. El fin de la bipolaridad daría inicio a un tiempo de respeto absoluto. Nada semejante sucedió. La superpotencia vencedora de la Guerra Fría se transformó en los hechos en el tribunal de alzada de todos los conflictos. Poco después, la guerra librada en Irak para derrocar el gobierno de Sadam Husein demostró que las decisiones unilaterales estadounidenses tenían consecuencias aun peores que el orden anterior. El conflicto no se resolvió y fue agravado de un modo siniestro. Todo el Oriente Medio terminó desestabilizado.
El atentado contra las Torres Gemelas de 2001 sirvió para reconstruir una amenaza imaginaria. El terrorismo islámico pasó a ser el peligro número 1, mientras los instrumentos del estado de excepción, como la Base de Guantánamo donde se puede violar la ley impunemente, fueron continuamente expandidos. No sólo se volvió a discutir el derecho de torturar, sino que para garantizar la seguridad global el gobierno estadounidense no se siente obligado ni formalmente a respetar la ley. Y hoy, un hombre como Snowden, que por repulsión moral dio a conocer tan brutales violaciones al derecho internacional, no sólo es difamado abiertamente, sino que el enmierdamiento cuenta con la complicidad manifiesta de buena parte de los poderosos de la Tierra. En nombre de la seguridad una campaña política de terror sistemático intenta doblegar cualquier forma de oposición y resistencia. Evo nos hace saber que no todo ha concluido, y que en Chipaya, territorio de los pueblos originarios de América, brilla todavía la bandera del derecho a la dignidad y la autodeterminación nacional.

*Publicado en Riempo Argentino

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