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En estos días, el marketing político al que apela buena parte de la
oposición pretende resolver el siguiente dilema: cómo ser
anti-kirchnerista sin presentarse como tal. La apuesta consiste no solo
en posicionar al candidato que vendría a representar esta “alternativa”,
sino en algo un poco más ambicioso: que buena parte del electorado,
entendido crudamente como “mercado político”, se sienta gratificado
ocupando ese lugar simbólico.
¿Por qué un anti-kirchnerismo que no luzca como tal? En gran medida, está visto que el anti-kirchnerismo requiere de importantes esfuerzos: estar alerta al “último momento” de TN, asegurarse de no derrapar ante un informe de Lanata, mantener un malhumor constante racionalizado como “compromiso con las instituciones de la República” y otros ejercicios no del todo agradables, como por ejemplo, sostener que la Asignación Universal por Hijo es un “subsidio a la vagancia”. En fin, ser anti-kirchnerista ya no es “cool” y más si ello garantiza, como hasta el día de hoy, una derrota electoral.
Por este motivo, y siguiendo las nuevas tácticas del marketing político, algunos candidatos de la oposición dan muestras de este cambio. “Hay cosas que se hicieron bien”, dice la candidata del Frente Renovador, Mirta Tundis; “me aburre la discusión kirchnerismo-antikirchnerismo”, acaba de decir, ni más ni menos, que el propio Mauricio Macri; “Massa es la tercera posición” sugieren incluso algunos analistas cercanos al kirchnerismo. Frente a la casi sartreana, por lo exigente, consigna kirchnerista (“gobernar es elegir”), la oposición, desde el punto de vista de su marketing, busca ahora instalarse como “tercerista” (en la saga de la estrategia que alguna vez intentó llevar a cabo Hermes Binner).
Así, al tiempo que busca quebrar las alianzas territoriales construidas por el kirchnerismo, la oposición intenta televisivamente desmontar ciertos tópicos que hacen posible, según su propio diagnóstico, la identificación en términos de kirchnerismo o anti-kirchnerismo para de ese modo construir un “elector” que se sienta “libre” y “gratificado” por haberse liberado de la famosa “polarización”.
Para ello, debe valerse de viejas y nuevas zonceras. La primera gran zoncera, con una larga historia en estos diez años, dice más o menos lo siguiente: “La sociedad argentina es armónica y pacífica; si hay conflicto, es porque el kirchnerismo la ha crispado”. Esta zoncera es falsa por dos razones: una, muy evidente, es la imagen misma de una sociedad argentina “naturalmente” pacífica: basta con recorrer los conflictos que se han presentado en las últimas dos semanas, tanto en el plano interno como en el externo, para desmentirlo. Pero también es falsa porque no da cuenta de cómo el kirchnerismo, que reconoce que la política supone la asunción del conflicto, ha logrado componer y articular políticas públicas estables a lo largo de ¡diez años de gobierno! Y con ello, ha asegurado el gobierno de la conflictividad social.
Pese a ello, la oposición al kirchnerismo, la oposición que ahora no quiere lucir como tal, intenta convencer al electorado de que todos somos parte de una confraterna asociación llamada Argentina, que la política debe atenerse a respetar y saber administrar, ya que, como dijo José Ignacio de Mendiguren, “el campo es amigo de la industria” y como dijo Darío Giustozzi, hay que cuidar que “los ciclos que se inician como fundacionales no terminen en tragedia”. El precio político de esta mirada estilizada del presente y de la historia argentina es alto: frente al desabastecimiento del trigo o la detención de Evo Morales, temas conflictivos por excelencia, la única respuesta posible, desde estas coordenadas marketineras, fue el silencio rotundo. Evidentemente, no había nada para decir al respecto.
La segunda gran zoncera instalada es que, en este escenario político, hay una tercera posición. El punto es que las posiciones se establecen en relación con las distinciones políticas decisivas. Desde este punto de vista, la oposición se define a partir de lo que según su diagnóstico está en juego en estas elecciones: la reelección de Cristina Fernández. En este tema, tomando en cuenta los titulares de medios hegemónicos, algunas expresiones e incluso los teatrales compromisos que se pretenden asumir ante escribanías y ONGs, no hay ni una tercera posición ni una opción alternativa, ya que todos se posicionan en un único lugar: rechazar una reforma que ni siquiera ha sido propuesta por el oficialismo.
Una variante de esta zoncera es la que afirma que hay que convertir en ley las conquistas sociales, para que no dependan de ningún gobierno y de ese modo triunfe el funcionamiento de las instituciones. El caso más emblemático que hoy reúne a casi todo el arco opositor es el de la AUH. Pues bien, más allá de la "burrada", puesto que la AUH ya tiene rango de ley, la zoncera que subsiste a este argumento es que las conquistas sociales consagradas en leyes e instituciones son independientes de las fuerzas políticas y sociales que están dispuestas a sostenerlas (esta mirada institucionalista es congruente, por lo ingenua, con la imagen de una sociedad que se gobierna sola en la medida en que se sustrae de la crispación política). Pues bien, la historia argentina atestigua lo contrario e incluso más: hay reformas que en la actualidad tienen rango de leyes, son apoyadas por el gobierno y las mayorías, recorrieron un largo trecho para su institucionalización y, sin embargo, aún no rigen en su totalidad. La Ley de Servicios Audiovisuales es sólo una de ellas.
Si, por el contrario, se pretendiera elevar a rango constitucional la AUH, ello sí representaría algo así como una “tercera posición”, porque se estaría demostrando que además de buscar institucionalizar las conquistas sociales, se posee la vocación política de construir una fuerza capaz de sostener “lo que se hizo bien”, independientemente de los “gobiernos de turno”. Sin embargo, la oposición se limita, según promete ante escribanías y ONGs, a manifestar su desacuerdo con la Reforma pero no a ir a fondo con la institucionalización de las conquistas. En consecuencia, lo que se propone o bien es vacuo (elevar a ley lo que ya tiene ese rango) o bien pretende evadir las transformaciones reales, pero de ningún modo persigue una tercera posición.
Por otra parte, desde el punto de vista político-económico, los problemas señalados –inflación, control de venta de divisas- no son acompañados por propuestas para modificar esos problemas; lo que cabe es inferir, sobre la base de las trayectorias previas, qué medidas se tomarían en caso de alcanzar el gobierno. Las respuestas tampoco son novedosas: devaluación y/o endeudamiento. Como ninguna de estas medidas resulta acorde al modelo de inclusión social que ha sostenido el kirchnerismo, entonces nuevamente nos encontramos aquí con que no existe una tercera posición.
En conclusión, como no se quiere profundizar en cuestiones estructurales, lo que se presenta como tercera posición es en realidad un intento de “municipalizar” problemas que son de envergadura nacional. Así, la discusión acerca de la Reforma de la Justicia queda reducida a la descentralización de las fiscalías y a las cámaras de seguridad.
La “madre” de estas zonceras no es sólo otra “zoncera”, es también una ilusión: la ilusión de que el ciclo del kirchnerismo está terminado y que, en las elecciones venideras, se discute qué vendrá el día después de Cristina. Se trata de una ilusión que viene desde hace muchos años, cuando se empleaba el “concepto” del “post-kirchnerismo”. Lo mejor que le puede pasar al campo nacional y popular es que ahora, como antes, la oposición se crea esta vieja zoncera.
¿Por qué un anti-kirchnerismo que no luzca como tal? En gran medida, está visto que el anti-kirchnerismo requiere de importantes esfuerzos: estar alerta al “último momento” de TN, asegurarse de no derrapar ante un informe de Lanata, mantener un malhumor constante racionalizado como “compromiso con las instituciones de la República” y otros ejercicios no del todo agradables, como por ejemplo, sostener que la Asignación Universal por Hijo es un “subsidio a la vagancia”. En fin, ser anti-kirchnerista ya no es “cool” y más si ello garantiza, como hasta el día de hoy, una derrota electoral.
Por este motivo, y siguiendo las nuevas tácticas del marketing político, algunos candidatos de la oposición dan muestras de este cambio. “Hay cosas que se hicieron bien”, dice la candidata del Frente Renovador, Mirta Tundis; “me aburre la discusión kirchnerismo-antikirchnerismo”, acaba de decir, ni más ni menos, que el propio Mauricio Macri; “Massa es la tercera posición” sugieren incluso algunos analistas cercanos al kirchnerismo. Frente a la casi sartreana, por lo exigente, consigna kirchnerista (“gobernar es elegir”), la oposición, desde el punto de vista de su marketing, busca ahora instalarse como “tercerista” (en la saga de la estrategia que alguna vez intentó llevar a cabo Hermes Binner).
Así, al tiempo que busca quebrar las alianzas territoriales construidas por el kirchnerismo, la oposición intenta televisivamente desmontar ciertos tópicos que hacen posible, según su propio diagnóstico, la identificación en términos de kirchnerismo o anti-kirchnerismo para de ese modo construir un “elector” que se sienta “libre” y “gratificado” por haberse liberado de la famosa “polarización”.
Para ello, debe valerse de viejas y nuevas zonceras. La primera gran zoncera, con una larga historia en estos diez años, dice más o menos lo siguiente: “La sociedad argentina es armónica y pacífica; si hay conflicto, es porque el kirchnerismo la ha crispado”. Esta zoncera es falsa por dos razones: una, muy evidente, es la imagen misma de una sociedad argentina “naturalmente” pacífica: basta con recorrer los conflictos que se han presentado en las últimas dos semanas, tanto en el plano interno como en el externo, para desmentirlo. Pero también es falsa porque no da cuenta de cómo el kirchnerismo, que reconoce que la política supone la asunción del conflicto, ha logrado componer y articular políticas públicas estables a lo largo de ¡diez años de gobierno! Y con ello, ha asegurado el gobierno de la conflictividad social.
Pese a ello, la oposición al kirchnerismo, la oposición que ahora no quiere lucir como tal, intenta convencer al electorado de que todos somos parte de una confraterna asociación llamada Argentina, que la política debe atenerse a respetar y saber administrar, ya que, como dijo José Ignacio de Mendiguren, “el campo es amigo de la industria” y como dijo Darío Giustozzi, hay que cuidar que “los ciclos que se inician como fundacionales no terminen en tragedia”. El precio político de esta mirada estilizada del presente y de la historia argentina es alto: frente al desabastecimiento del trigo o la detención de Evo Morales, temas conflictivos por excelencia, la única respuesta posible, desde estas coordenadas marketineras, fue el silencio rotundo. Evidentemente, no había nada para decir al respecto.
La segunda gran zoncera instalada es que, en este escenario político, hay una tercera posición. El punto es que las posiciones se establecen en relación con las distinciones políticas decisivas. Desde este punto de vista, la oposición se define a partir de lo que según su diagnóstico está en juego en estas elecciones: la reelección de Cristina Fernández. En este tema, tomando en cuenta los titulares de medios hegemónicos, algunas expresiones e incluso los teatrales compromisos que se pretenden asumir ante escribanías y ONGs, no hay ni una tercera posición ni una opción alternativa, ya que todos se posicionan en un único lugar: rechazar una reforma que ni siquiera ha sido propuesta por el oficialismo.
Una variante de esta zoncera es la que afirma que hay que convertir en ley las conquistas sociales, para que no dependan de ningún gobierno y de ese modo triunfe el funcionamiento de las instituciones. El caso más emblemático que hoy reúne a casi todo el arco opositor es el de la AUH. Pues bien, más allá de la "burrada", puesto que la AUH ya tiene rango de ley, la zoncera que subsiste a este argumento es que las conquistas sociales consagradas en leyes e instituciones son independientes de las fuerzas políticas y sociales que están dispuestas a sostenerlas (esta mirada institucionalista es congruente, por lo ingenua, con la imagen de una sociedad que se gobierna sola en la medida en que se sustrae de la crispación política). Pues bien, la historia argentina atestigua lo contrario e incluso más: hay reformas que en la actualidad tienen rango de leyes, son apoyadas por el gobierno y las mayorías, recorrieron un largo trecho para su institucionalización y, sin embargo, aún no rigen en su totalidad. La Ley de Servicios Audiovisuales es sólo una de ellas.
Si, por el contrario, se pretendiera elevar a rango constitucional la AUH, ello sí representaría algo así como una “tercera posición”, porque se estaría demostrando que además de buscar institucionalizar las conquistas sociales, se posee la vocación política de construir una fuerza capaz de sostener “lo que se hizo bien”, independientemente de los “gobiernos de turno”. Sin embargo, la oposición se limita, según promete ante escribanías y ONGs, a manifestar su desacuerdo con la Reforma pero no a ir a fondo con la institucionalización de las conquistas. En consecuencia, lo que se propone o bien es vacuo (elevar a ley lo que ya tiene ese rango) o bien pretende evadir las transformaciones reales, pero de ningún modo persigue una tercera posición.
Por otra parte, desde el punto de vista político-económico, los problemas señalados –inflación, control de venta de divisas- no son acompañados por propuestas para modificar esos problemas; lo que cabe es inferir, sobre la base de las trayectorias previas, qué medidas se tomarían en caso de alcanzar el gobierno. Las respuestas tampoco son novedosas: devaluación y/o endeudamiento. Como ninguna de estas medidas resulta acorde al modelo de inclusión social que ha sostenido el kirchnerismo, entonces nuevamente nos encontramos aquí con que no existe una tercera posición.
En conclusión, como no se quiere profundizar en cuestiones estructurales, lo que se presenta como tercera posición es en realidad un intento de “municipalizar” problemas que son de envergadura nacional. Así, la discusión acerca de la Reforma de la Justicia queda reducida a la descentralización de las fiscalías y a las cámaras de seguridad.
La “madre” de estas zonceras no es sólo otra “zoncera”, es también una ilusión: la ilusión de que el ciclo del kirchnerismo está terminado y que, en las elecciones venideras, se discute qué vendrá el día después de Cristina. Se trata de una ilusión que viene desde hace muchos años, cuando se empleaba el “concepto” del “post-kirchnerismo”. Lo mejor que le puede pasar al campo nacional y popular es que ahora, como antes, la oposición se crea esta vieja zoncera.
*Publicado por Telam
Este virtuoso ciclo que ya cumplió una década verdaderamente ganada estará terminado si la mayoría del electorado, haciendo gala de la peor memoria de la historia, en lugar de atenerse a las realizaciones y cambios positivos cuya simple enumeración es asombrosa, se dejara guiar por las mentiras de los medios hegemónicos, única OPOSICION. De todos los candidatos a no sabemos qué, ya que no hay atisbos de planes ó proyectos ó al menos no se animan a manifestarlos, sólo surge - como bien explicás - la necesidad de QUE ESTA GENTE SE VAYA!!!!
ResponderEliminarLo expresó claramente el colorado alika al decir que lo que importaba era QUIENES SE IBAN en 2015 y no QUIEN VENDRÍA.
¡Mamma mía!
Saludos