Taro
Aso es el ministro de Finanzas del nuevo gobierno conservador del Japón.
Declaró (25/1/13) que hay que cambiar el sistema médico de manera que
“se mueran pronto” muchos de los pacientes terminales que utilizan “el
dinero del gobierno” para sus caros tratamientos. Llamó a los enfermos
como “la gente del tubo”. Claro, él tiene asegurada su atención. Es
multimillonario y su conglomerado familiar tiene 70 empresas, desde
minas hasta un banco.
John Mackey es el presidente de la exitosa empresa Whole Food, que
vende alimentos orgánicos a precios altos. The New York Times le
preguntó (20/1/13): “La gran queja sobre su empresa es cuán cara es,
¿por qué no bajan los precios para hacer más felices a los clientes?”
Contestó: “La gente siempre se queja de que los precios son altos... La
gente no está históricamente bien informada acerca del precio de los
alimentos. Gastamos solo cerca del 7 por ciento de nuestro ingreso
disponible en alimentos; 50 años antes era el 16”. No es el caso del 50
por ciento de la población del planeta, que gasta más de la mitad de sus
ingresos en alimentos.
Mackey sorprendió diciendo que el gobierno de Obama era fascista,
por su ley de reforma de la salud. Ya en 2009 se opuso duramente a la
ley, y entonces algunos consumidores de Whole Foods organizaron
boycotts. Que la ley posibilite dar seguro de salud a 35 millones de
personas que no tienen ningún seguro sería para él “fascismo”.
Estados Unidos está conmocionado por el asesinato de 20 niños y 4
educadores de un jardín de infantes en Newtown. Fue posible matar a
tantos inocentes antes de que nadie pudiera intervenir porque el asesino
portaba un arma de guerra que se vende sin ninguna traba y puede
disparar 1000 balas por minuto. Era del mismo tipo de las utilizadas en
Columbine, donde se asesinó a 12 jóvenes y un profesor (1999), en la
matanza de 33 estudiantes en el Virginia Tech (2007) y en el asesinato
de 12 personas en un cine en Aurora (2012).
The New York Times (27/1/13) muestra cómo la industria de armas,
ante la declinación de la venta de armas deportivas, redobló sus
estrategias de marketing para vender armas a los niños. Entre ellas,
“regalar armas de fuego, municiones y dinero a grupos juveniles,
debilitar las regulaciones estatales sobre la caza por niños, mercadear
rifles estilo militar a buen precio para ‘jóvenes tiradores’, patrocinar
competencias de tiro con armas semiautomáticas para jóvenes,
desarrollar un videojuego que promueve las marcas de armas, con enlaces a
las páginas de sus fabricantes”.
La lista de “excesos” en el capitalismo salvaje puede continuar.
Están los Fondos Buitre a la cabeza, la implacable industria del
tabaco, el mayor asesino mundial según la OMS, los laboratorios, hoy con
demandas masivas por haber ocultado la información sobre los efectos
graves para la salud de medicamentos que eran “buen negocio”, los
expendedores de comida rápida repleta de grasas ultrasaturadas, que
generaron una epidemia de obesidad infantil, y hay mucho más. Son
expresiones de hasta dónde puede llevar la “codicia desenfrenada”, como
la llamó Obama, y la ausencia de un Estado regulador que defienda el
interés colectivo.
Cuando aparece la ortodoxia económica, lo califica de “invasor” a
“restrictor de las libertades individuales”, pasando por “fascista”.
¿Hay reacción?
Sí, creciente. Varias ONG suizas organizan la entrega anual de los
“Premios Ojos Públicos” a las empresas más irresponsables del planeta.
Lo acaban de ganar Goldman Sachs y Shell. Según informa ServiMedia de
España (27/1/13), la primera por “su papel dentro de la actual crisis
financiera”, la segunda “por su presencia en situaciones controvertidas
como es la explotación comercial de las reservas petroleras aprovechando
el deshielo que se está produciendo en el Artico”. Había otros
candidatos.
Uno de los costos de la irresponsabilidad es, en el caso de los
bancos, la degradación de la confianza, central para su operación.
Edelman (2013) realizó una encuesta a profesionales exitosos,
ubicados en el 25 por ciento más rico, que siguen las noticias. Cuando
se les pregunta “¿Ud. cree que lo que los bancos hacen es correcto?”,
contestan afirmativamente sólo el 15 por ciento en Irlanda, el 22 en
España, el 26 en Alemania, el 29 en Gran Bretaña y el 32 por ciento en
Italia. En Argentina el porcentaje es también bajo, el 36 por ciento.
Algunos de los bancos líderes del mundo fueron acusados
criminalmente hace poco, por la Justicia americana, por manipular los
datos estadísticos en base a los cuales se produce la tasa Libor, tasa
de referencia de las operaciones financieras en muchísimas áreas.
Admitieron que lo hicieron y se les impusieron multas multimillonarias.
Manipulaban las cifras para maximizar sus beneficios, no importa los
perjuicios que causaban.
Cuando se aplican políticas económicas que abogan por la
minimización del Estado, la desregulación total, la no interferencia en
las prácticas monopólicas, la “flexibilización laboral”, como las que
tuvo Argentina en los 90 y tiene buena parte de Europa actualmente, se
incentivan los “excesos” porque hay plena impunidad para ellos.
La combinación es tóxica y puede derrumbar cualquier economía. La
población fue pauperizada brutalmente en la Argentina por esa toxicidad,
en los 90. La economía griega lleva seis años de caída en picada.
La institución de políticas públicas que van en dirección contraria,
fortaleciendo la regulación, impidiendo los monopolios, protegiendo los
derechos laborales y suprimiendo incentivos y espacios para “los
excesos” produce resultados muy concretos que están a la vista hoy en
países como Argentina, Brasil y Uruguay. El Banco Mundial ha destacado
recientemente que esos países consiguieron sacar a vastos contingentes
de la pobreza e integrarlos a las clases medias, entre 2003 y 2009.
En el caso de la Argentina, estima que la clase media creció en ese
lapso de 9.3 a 18.6 millones. Una escuchada consultora privada, SEL
(Newsletter, diciembre 2011) señala que al final del primer mandato de
la actual Presidenta, “no menos de un quinto y posiblemente cerca de un
cuarto de la población ha emergido de la pobreza y se ha incorporado (o
reincorporado) a la clase media baja desde el pico de la crisis
posconvertibilidad”. Hay mucho por hacer, pero es en esta dirección, la
de profundizar, como se avanzará en construir una economía con inclusión
universal, y cerrar todos los agujeros a los protagonistas de los
incalificables “excesos”.
*Publicado en Página12
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