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Un
país no se suicida. La Argentina es uno al que una corriente de
pensamiento, la neoliberal, lo llevó a tocar las puertas de ese momento
crítico. Tanto fue así que el costo en vidas superó los asesinados en
las jornadas del 19 y 20 de diciembre de 2001. Sin embargo, el pueblo se
rescató así mismo. Primero revelándose a la crisis a la que lo habían
llevado. Luego, optando por la mejor salida, la política, se arriesgó y
consiguió superar ese mortal final de ciclo. Desde 2003, falta muy poco
para que se cumplan diez años, la mayoría de la sociedad respaldó un
proyecto político que fue superando diferentes escollos que le permitió
recuperar el Estado, los históricos derechos que se habían vulnerado y,
sobre todo, garantizar nuevos. Es la patria que se renueva, que
sobrevive, se cuida y que pugna por continuar digna y fuerte.
Pero, siempre hay un pero, ese neoliberalismo todavía no se fue y
se resiste a entregarse. Diversas fuerzas concurren a esa resistencia.
El espacio donde mejor se expresa es en el Congreso. La representación
parlamentaria, el arco opositor, da cuenta de los nichos neoliberales
que subsisten, algunos con mejores o peores disfraces y que incluye una
conservadora centroizquierda. Ahí está el reto de este año, que tiene
aniversarios como la primera década kirchnerista y los 30 años de
democracia, pero sobre todo la vital definición de fortalecer un
presente que se expresará en los comicios para renovar el Congreso.
La honestidad es una virtud que suele ser considerada como uno de
los principales valores en un ser humano. Debería ser lo mismo en
algunos sectores políticos. La oposición, por caso, de alguna manera
debería recuperar ese valor y reconocer que el libre mercado, el Estado
mínimo y el individualismo son los "valores" (¿?) que persigue y
defiende. Los hechos lo han demostrado. Durante esta década, salvo en
algunas excepciones, los distintos bloques opositores resistieron y
rechazaron todas aquellas medidas que la presidencia kirchnerista llevó
adelante, tanto en planes de gobierno como en leyes. Disfrazaron su
condición al resistir medidas y decisiones que declamaron supuestamente
equivocadas. Pero lo cierto es que en la mayoría de sus iniciativas
pretendieron no sólo frenar al gobierno sino, peor, perjudicar a la
sociedad. Si se detienen los avances obtenidos no es para mejorar las
condiciones de vida de un pueblo que ha crecido y recuperado su
dignidad. En todo caso sirve para destruir lo recuperado que –muy a
pesar de los opositores– continuó en su proceso dinámico incluso a pesar
de aquellos dos años (2010-2011) cuando el electorado les dio la
oportunidad para demostrar en el Congreso sus supuestas propuestas de
cambio.
Hoy, esos sectores renuevan sus planes en base a dos ejes. Por un
lado, intentarán convertirse en los representantes de las movilizaciones
del 13S y 8N. El otro eje gira alrededor de la disputa por la
aplicación plena de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual.
Las movilizaciones de los indignados por el dólar fueron numerosas
aunque no representaron en sí mismas un respaldo a esa oposición que en
2009 y 2011 probó una serie de fracasadas de alianzas. Necios, al fin y
al cabo, insisten este año con lo mismo pero esperanzados con que alguna
conmueva a la masa que caminó por las calles porteñas. En aquellas
jornadas las críticas que se escucharon fueron dirigidas al oficialismo
pero también a los opositores. Fueron muchas las almas que caminaron y
se quejaron, pero no son suficientes como para modificar la correlación
de fuerzas en el Congreso, un paso imprescindible para imaginar un
cambio en la conducción de la Casa Rosada. El reto es más que complejo
porque para ello hay que convencer a una sociedad, que vive y se
beneficia de la reconstrucción del tejido social, para que opte por una
propuesta que favorezca, como sucedió en esa noche del 8N, una
solidaridad que no va más allá de la frase "Yo pago mis impuestos y no
alimentaré vagos".
Esta etapa ya ha comenzado y se expresa en la búsqueda de esos
caminantes en las arenas blancas de Punta del Este. Pero además es
preciso mostrar una oferta electoral. El PRO y el PJ disidente mantienen
contactos para trabajar en pos de un frente electoral. Hablan con el
gobernador José Manuel de la Sota quien, como hace una década, no genera
entusiasmo entre los votantes. Su cabellera blanca y algunas frases
grandilocuentes, con las que intenta generar una reacción presidencial,
no ayudan a mover ese amperímetro. Una parte del radicalismo, en tanto,
patea las puertas del FAP en esa idea por armar una alianza que tiene
olor conocido. Otra parte de la UCR, tal vez menor, camina hacia el
encuentro del PRO. Uno y otros dentro del partido centenario, a pesar de
lo que dicen, son una misma zamba pero con distinta letra. Si en este
momento de año electoral están a la deriva con las alianzas, es posible
imaginar el caos que implicará el armado de las listas. Ninguno de los
partidos que hoy tienen bancas en juego querrá resignar sus espacios
para beneficio de otros que recién llegan o se suman.
En este sentido, la falta de resolución de la disputa
político-judicial sobre la Ley de Medios hace las veces de una tabla de
salvación para la oposición. Mientras no se defina la constitucionalidad
de los artículos cuestionados por el Grupo Clarín, este continuará con
su guerra sin cuartel contra el gobierno de Cristina Kirchner. Los
partidos de la oposición buscan beneficiarse de ello. Usan y se dejan
usar por el poderoso grupo mediático. Las noticias falsas o viejas que
se resucitan para agudizar una supuesta debacle de las condiciones de
vida; el minimizar los logros del gobierno, banalizar las giras
presidenciales y la inserción de la Argentina en el mundo; todo forma
parte del plan que armó el grupo para resistir la pérdida de sus
privilegios. Los opositores se suman a este formato convencidos de que
los beneficia (se olvidaron que esa estrategia ya fracasó en 2011) e
incluso aceptan los maltratos y amonestaciones del grupo cuando no
alcanzan los objetivos que les imponen desde sus páginas o informativos
de TV. Ya ni amor propio les queda.
Mientras tanto, el oficialismo cuenta con mejores perspectivas. Si
bien la crisis internacional se hizo sentir en la economía del año que
pasó, el gobierno trabajó duro para que no se perdieran puestos de
trabajo y eso no lo olvida el elector. Las perspectivas de este año,
según algunos analistas, hablan de un consumo sostenido que favorece aún
más a la disminución del desempleo y hace presagiar buenos resultados
en las parlamentarias. Con este panorama bien podría el gobierno atacar
un flanco siempre crítico como lo es la inflación. Ya viene siendo hora
de poner algo más que la mirada en los formadores de precios, verdaderos
y voraces responsables del incremento de precios. Un sector que los
pulpos mediáticos ignoran por conveniencia económica.
Si el escenario posible para los comicios parlamentarios no se
modifica, el debate sobre la reforma constitucional comenzará, esta vez
en serio, un tiempo antes del día de las elecciones.
*Publicado en Tiempo Argentino
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