El
mundo entero atraviesa un momento histórico del que cuesta hacerse
cargo, porque el dinamismo es tal que nuestras mentes no logran
decodificar, leer y dimensionar el alcance de cada suceso, aunque cada
día está más claro que esos sucesos se concatenan y se vinculan, y si no
que alguien explique cómo puede ser que los republicanos denuncien que
Barack Obama es “populista”. Hay realidades nacionales que se funden en
las realidades regionales, que a su vez se insertan de un modo nuevo e
imprevisible en la realidad global, desquiciada como nunca.
Los fondos
buitre, a los que la oposición política y mediática se emperró en
disfrazar de “inversores”, son el síntoma del desquicio, la enfermedad
autoinmune de un dogma delirante. Nos ha tocado, como decían los chinos
en su famosa maldición, una época interesante, en la que el que se
aburre es pavo o extemporáneo. Y los que insisten en leer el presente
como una mala réplica del pasado –los que aquí, por ejemplo, se aferran
como a su osito preferido al 2001–, poco a poco van quedando expuestos
en la desnudez de su impotencia para atajar lo nuevo.
Después de dos décadas de ortodoxia económica y naturalización
neoliberal, cuando los resultados de las recetas de la derecha caen como
un tajo sobre el tejido social europeo, parece que la crisis recién se
hace visible para el mundo, aunque en los países que antes se llamaban
“periféricos” esas recetas ya habían dado resultados idénticos hace más
de una década, y condujeron a un bajo fondo del que los respectivos
pueblos de la región-patio trasero salieron cada uno a su manera. Tienen
algo en común, y no es poco: el viraje del poder de las elites hacia
las mayorías populares, el surgimiento de líderes políticos que
comparten una lectura regional y global, y una actitud de autoestima que
necesariamente implica un desafío: cuando el débil confía en sí mismo y
deja de creerse inferior, el fuerte se descompensa.
Algo de esa destemplanza exhibe el premier David Cameron, hablando
de “lucha” para querer decir “militarización”. En el sur se tiene otra
idea de la lucha. El tic nervioso es la recurrencia al reflejo imperial
que ahora suena menos amenazante por lo patético: el imperio no
verbaliza, actúa; no negocia, impone; no argumenta, amenaza. Lo que
antes era imperial, hoy es patoteril. Lo único que se le pide, que se le
recuerda y que se le exige diplomáticamente a Gran Bretaña es negociar,
tal como manda hace años la ONU. La reacción es precisamente la de
retroceder siglos en materia de civilización global: saltearse la
dimensión diplomática para instalar una imagen bélica, lo avejenta a
Cameron. Lo hace tan viejo como Thatcher y Galtieri. Está atravesado por
la misma pulsión.
A Cameron, en fin, la Argentina le está hablando de política. Le
está diciendo que ya es hora, que ya nada es como antes, que ya tiene
fecha de vencimiento la obstinación de querer retener un territorio
usurpado cuando la lógica política del mundo incluía ese otro tipo de
monopolios que eran los imperios. Le dice que hay nuevas voces en el
concierto internacional que su país tiene que escuchar con más respeto,
porque ya no expresan a una región colonizada territorial y mentalmente,
sino a un bloque compacto que no está resignado al papel de reparto. En
principio, porque los pueblos de los países del patio trasero eligen
gobiernos que tienen ese mandato: hacerse valer, ponerse en valor. Lo
mismo reclaman esos pueblos puertas adentro.
Por democracia se entiende cualquier cosa, igual que por libertad.
Esta etapa que marca el inicio mundial de una nueva fase de
multilateralidad, se caracteriza por la especificación, de un lado, y la
usurpación, por otro, de esas ideas. La región dice sobre la democracia
algo específico: la concibe como el instrumento para dirimir el poder
sin violencia y marcar los rumbos colectivos. Para autodeterminarse, que
es lo que tanto los ingleses como algunos librepensadores locales
defienden para los kelpers. ¿Qué es lo que hace un país cuando se abre
una correlación de fuerzas que favorece a los sectores históricamente
postergados? Se autodetermina, claro. Las respectivas oposiciones se
agazapan detrás de la libertad, pero quienes son los que gritan nos hace
presumir que de lo que quieren liberarse es del avance de la equidad.
La fiesta de recibimiento a la Fragata Libertad rubricó eso. Los
trolls invadieron las redes sociales con afiches que decían “No hay nada
que festejar”. Dicen lo que tienen que disimular los grandes medios,
incómodos por haber quedado in fraganti: sus líneas editoriales
apostaron al pago a los fondos buitre, con el argumento de que “pagar no
es arrodillarse”. Claro que pagar no es arrodillarse, pero como siempre
hay que especificar: depende qué se pague y a quién. En este caso, sí
hubiese sido humillante porque habría significado un retroceso en el
enorme esfuerzo de pagar la deuda que contrajeron otros sin nuevo
endeudamiento externo. Esa es una línea vertebral del proceso de
autodeterminación que vive la Argentina.
Anda dando vueltas el tema del nombre de la fragata, que sin el
golpe de Estado de 1955 se hubiera llamado Eva Perón. La libertad con
que se la nombró estuvo asociada a aquel golpe que se autollamó
Revolución y también Libertadora. Nadie nunca en la historia derrocó a
ningún líder popular con el argumento de que era inadmisible la
igualdad. La excusa siempre fue liberar a los pocos de los muchos.
Con respeto por otras opiniones, creo en el profundo poder de la
resignificación, y también en la necesidad de recuperar la palabra
libertad así como la palabra patria. Eso fue lo primero que cantaron los
militantes de diferentes organizaciones que fueron a recibir a la
fragata. Patria sí, colonia no. Desde los canales de noticias, sin
distinción, las coberturas desde el piso insistieron una vez más en el
desprecio por la militancia. Que fueron arreados. Que fueron en micros.
Que hubo 2000 choripanes. ¿Cuánto tiempo más debe pasar para que
entiendan que la libertad de organizarse es un derecho de los pueblos?
No casualmente es el derecho más enmascarado, porque fue atomizando a
los más débiles que usurparon esas palabras y se las quedaron otros.
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