Conflictividad. Peleas por espacios e intereses. Saboteos. Deslealtad. Suponían que la presidenta callaría. Pero imitó a Kirchner, quien el 5 de junio de 2003, a 15 días de asumir, advirtió a las corporaciones que resistiría “cualquier forma de presión, maniobra de negociación espuria o de pacto que buscara imponérseme a espaldas del pueblo”.
Luego, el ex presidente detuvo las maniobras duhaldistas para cooptar al peronismo/kirchnerismo. Con similar valentía, Cristina dijo en marzo a sus enemigos: “Sin justicia no hay libertad.” Y, triste, se sinceró el 12 de mayo con su tropa: quienes creen tener “tanto poder para torcer voluntades para que este modelo sea desprestigiado, conmigo no van a contar”. Se hartó de los que la vivan “y al otro día hacen todo lo contrario para que esto se derrumbe”. Llamó a equilibrar derechos y deberes. Causó pánico (dentro) y júbilo previendo discordias (afuera). Este modelo es a favor de todos, no de los insolidarios que extorsionan con sus demandas. El jefe de la CGT en 1975, Lorenzo Miguel, tras la devaluación de Celestino Rodrigo se reunió con el ministro y salió feliz: “¡Conseguí el 70% de aumento!” “¿Para todos los trabajadores?”, preguntó uno. “No, para los metalúrgicos. ¿Y el resto? Es cosa de ellos.” Muchos dirigentes proceden igual. Los trotskistas del gremio de subtes dejan sin viajar a 1 millón de personas por cinco despidos o pujando por la conducción. No le hacen paros a la patronal sino al usuario. Y, como el lobo de Caperucita, se disculpan “por los trastornos”. El dinero y los beneficios son para ellos, el maltrato para la gente. No leyeron a Trotski.
Porque en esta sociedad plural rige el “primero yo”. El racionalismo de Rousseau, que conjeturamos valora la presidenta, no está de moda. El sindicalismo al que sólo “le importa lo que les pasa a sus afiliados y toma actitudes que terminan perjudicando al conjunto de la sociedad” no entiende que le concede municiones al “discurso que quiere que los servicios esenciales no estén en manos del Estado”. Para disimular su aval al despojo de los ’90, los “gordos” neoliberales encumbraron al anti menemista Moyano. Pero algunos desechan las herramientas legales y entorpecen “la lealtad de millones de argentinos a un modelo que les devolvió la esperanza”. ¿En quién puede confiar la jefa si Omar Viviani, el empresario-sindicalista de taxis, la desobedece y apoya a Sergio Massa como candidato a gobernador? Massa es el gemelo peronista de Cobos. Con apenas 32 años, Kirchner le dio el manejo de la ANSES y luego el máximo cargo tras el de presidente: jefe de Gabinete. Según WikiLeaks, Massa se lo agradeció tildándolo de “perverso” en la embajada de los EE UU. Por eso dijo Cristina: “La lealtad no es moneda cara, es moneda escasa.” Extrañó la bravata de Julio Piumato: “Nadie se suicida, y menos la jefa.” ¿Quiso decir que sin el sindicalismo ella pierde? Error: se suicidan los trabajadores sin Cristina, caerían conquistas. El FPV es un frente basado en un pacto social. No hay que creerse más de lo que se es. Memoremos los años sesenta, Vandor y su irrisorio “peronismo sin Perón”. Un líder no se fabrica, nace.
El líder sirve a otros, pero cuando es mujer se convierte en un blanco obvio. La influencia presidencial es difícil de garantizar y fácil de perder. Si sus alianzas decaen, surge la brecha entre lo que se espera del líder y la chance de lograrlo. Es el problema de quien está en la cima: saber mandar, no estar allí de florero, como De la Rúa. Por ello es esencial prever el mañana y vigorizar la estrategia futura. Cristina no puede contar con nadie que piense por ella. Así es el sistema presidencialista. Para hacer cumplir su voluntad juega todos los roles, como si usara todos sus vestidos al mismo tiempo. No especula: “¿Estaré mejor el mes tal, o peor y con quién, si ahora hago X cosa y no Y?” Es una estadista, avanza. Y baja línea. Sabe que la búsqueda de poder (limitada por la Constitución) cuenta. Por supuesto, el poder sin formación, como confesaba Duhalde (“No sé nada de economía”) es aterrador. Igual que el saber en el vacío, no probado en la práctica. Cristina, en cambio, posee experiencia; Néstor la custodió, como Perón a Evita. Y es la garantía de que el modelo se profundice.
Desechando todo autoritarismo, la jefa-coraje Cristina resonó como la Evita de Mi mensaje, dictado hace 60 años: “Yo los he visto marearse en las alturas −denunció Evita−. Dirigentes obreros entregados a los amos de la oligarquía por una sonrisa, por un banquete o por unas monedas. (…) Hay que cuidarse de ellos. Son los peores enemigos. Sufrieron con nosotros, pero se olvidaron de nuestro dolor para gozar la vida sonriente que les dimos otorgándoles una jerarquía sindical. Conocieron el mundo de la mentira, de la riqueza, de la vanidad, y en vez de pelear ante ellos por nosotros, se entregaron. No volverán jamás. (…) Tienen el alma cerrada a todo lo que no sean ellos. (…) Los pueblos deben cuidar a los hombres que eligen para regir sus destinos. (…) Sobre todo a los dirigentes sindicales. (…) Se marean también ellos, y no hay que olvidar que cuando un político se deja dominar por la ambición es nada más que un ambicioso; pero si un dirigente sindical se entrega al deseo de dinero, de poder o de honores, es un traidor y merece ser castigado.” Al que le cabe el sayo...
Cristina resucitó en su discurso el coraje de Kirchner para disputar en 2003 una presidencia juzgada lejana: “Cuando uno tiene convicciones no importa ganar o perder, lo importante es vivir y dar testimonio de que uno vive para hacer honor a esas convicciones.” El dardo iba dirigido a la deserción de Macri y Solanas: si no ganan no se presentan. Son los indiferentes que rotuló Evita: “La clase de hombre que Dante señaló en la puerta del Infierno. Nunca se juegan por nada.” Una estadista piensa en el bien común; para Cristina, “no podemos ser rehenes” de nadie. El espiral de cortes motivados por cálculos mezquinos pone en peligro el modelo y la economía. En esta cruzada por un país más justo e inclusivo, ella expresa el hilo mágico que une a una líder con las mayorías. “Cansada” (de palos en la rueda) su fe militante lanzó un plan B: solicitó ayuda. Sin autocompasión, aunque continúa afligida.
Una pareja política es ardua: en ese oficio de egos, se accede a amar a un/una igual. Hoy ella se siente más frágil que nunca. Con Kirchner no se enterró a un hombre sino una idea del hombre que no debería sepultarse: la del que lucha por los demás. Al callar su voz, al irse él, semeja que la abandonó. Pero gran parte del pueblo la acompaña. En ese espejo solidario se refleja Kirchner y nos reflejamos muchos. Todos debemos ser Néstor para Cristina. Un apoyo. Pues, sin duda, Kirchner ratificó ante el pueblo que era igual a como se define Sartre al final de Las palabras: un hombre “hecho de todos los hombres, que vale lo mismo que todos y lo que cualquiera”. Cristina, heredera de esa mística, para mejorar la vida de la gente pide ayuda, como una simple argentina más. Pero es quien conduce.
*Periodista y escritor.
Publicado en Tiempo Argentino
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