Banco de Desarrollo. Mejorar las expectativas. Líneas de crédito a tasa subsidiada. Señales de confianza al sector privado. Discurso político amigable hacia los empresarios. Beneficios fiscales. Esas propuestas de medidas y sugerencias de carácter subjetivo se repiten incansablemente como estrategia para inducir un ciclo pujante de la inversión privada.
Cada uno de esos factores ha ido construyendo el sentido común sobre cuáles son los principales motivos de la inversión, o para explicar su carencia. Bajo la hegemonía del análisis ortodoxo con el protagonismo de economistas del establishment en el espacio público, esos aspectos ejercen influencia en el escenario político. Sin embargo, en la definición de la estrategia económica resulta recomendable precisar los determinantes de la inversión. La experiencia reciente en el país, como estudios empíricos en el exterior que fueron definiendo un nuevo paradigma heterodoxo, revela que el ritmo de la inversión privada depende del aumento de la demanda y no del nivel de la tasa de interés, como ha insistido la corriente del pensamiento conservador. El ciclo de muy elevado crecimiento económico luego de la crisis de 2001 tuvo su motor en las políticas de fomento del mercado interno alentando el consumo por diferentes vías. Esto no significa que no sea necesaria una entidad crediticia oficial de fomento industrial o la instrumentación de mecanismos de financiamiento a tasas bajas o de subsidios fiscales, sino que esas herramientas sólo son efectivas cuando predomina una demanda vigorosa que impulsa el aumento del Producto. Precisar esa causalidad no es un aspecto menor en momentos que emerge el debate acerca de si el nivel de la inversión es suficiente para mantener el crecimiento de la economía o de la necesidad de una mayor oferta vía más inversiones para atender las actuales tensiones de precios.
Cada uno de esos factores ha ido construyendo el sentido común sobre cuáles son los principales motivos de la inversión, o para explicar su carencia. Bajo la hegemonía del análisis ortodoxo con el protagonismo de economistas del establishment en el espacio público, esos aspectos ejercen influencia en el escenario político. Sin embargo, en la definición de la estrategia económica resulta recomendable precisar los determinantes de la inversión. La experiencia reciente en el país, como estudios empíricos en el exterior que fueron definiendo un nuevo paradigma heterodoxo, revela que el ritmo de la inversión privada depende del aumento de la demanda y no del nivel de la tasa de interés, como ha insistido la corriente del pensamiento conservador. El ciclo de muy elevado crecimiento económico luego de la crisis de 2001 tuvo su motor en las políticas de fomento del mercado interno alentando el consumo por diferentes vías. Esto no significa que no sea necesaria una entidad crediticia oficial de fomento industrial o la instrumentación de mecanismos de financiamiento a tasas bajas o de subsidios fiscales, sino que esas herramientas sólo son efectivas cuando predomina una demanda vigorosa que impulsa el aumento del Producto. Precisar esa causalidad no es un aspecto menor en momentos que emerge el debate acerca de si el nivel de la inversión es suficiente para mantener el crecimiento de la economía o de la necesidad de una mayor oferta vía más inversiones para atender las actuales tensiones de precios.
La evolución de la capacidad instalada industrial y de la economía en los últimos años refleja ese comportamiento virtuoso de la demanda. Los empresarios han ido ampliando su frontera de producción, manteniendo la utilización de la capacidad instalada en un promedio del 70 al 75 por ciento, con un pico de 77,7 por ciento en la media del año pasado. Con una economía que ha avanzado a una marcha del 7 al 9 por ciento anual, con la excepción del 2009 por el impacto de la crisis internacional, la inversión ha mostrado una sustancial reacción porque el aumento de la demanda le va imponiendo el ritmo. En ese período, sin inversiones no se hubiera podido registrar tasas de incremento del PIB tan elevadas. La inversión en relación al PBI subió de un mínimo del 11,0 por ciento en 2002 al 24,6 por ciento en 2010. En estos años, con casi nulo acceso al crédito internacional y con muy poco financiamiento del sistema bancario local, las utilidades abultadas se volcaron en parte a la inversión para sostener la marcha de producción ante una demanda potente. Esa aplicación de capital propio para financiar la expansión derivó en análisis rústicos que la explicaban por la existencia de afinidad política de un sector o grupo económico. En sentido inverso, se afirmaba que otros no invirtieron porque consideraban que no había condiciones de previsibilidad económica y se manifestaban críticos al Gobierno. En la práctica esas evaluaciones quedaron descolocadas porque esas mismas compañías encararon proyectos de inversión importantes para satisfacer la demanda incremental que se fue registrando en su actividad. El caso emblemático de esa conducta es el Grupo FIAT y su referente local Cristiano Rattazzi, que la semana pasada anunció como parte de un ambicioso plan de inversión el desembolso de 100 millones de dólares para fabricar tractores medianos y chicos destinados a economías regionales y vitivinicultura, y cosechadores de gran porte y sus respectivos motores.
En esta dinámica del crecimiento, el Estado tiene un rol destacado en fortalecer la demanda mediante la inversión y el gasto público, que se traduce en obras de infraestructura, construcción de vivienda, créditos subsidiados o transferencia de fondos a grupos sociales vulnerables (moratoria jubilatoria, asignación universal por hijos). Ese “populismo”, definición peyorativa de la ortodoxia a esa política, fortalece la demanda interna induciendo un ciclo de inversión que deriva en robustas tasas de aumento del PBI. En ese sentido se refiere el documento Crecimiento, inversión y cambio estructural en la Argentina, de Alejandro Robba y Fabián Amico, publicado en el libro Aportes de la Economía Política en el Bicentenario, cuando menciona dos relevantes lineamientos de política económica:
1. Medidas de estímulo a la demanda agregada por la vía directa del aliento al consumo de bienes finales, que se convierte de modo indirecto en promotor de la inversión privada.
2. Una estrategia para sustituir importaciones y alentar exportaciones con el objetivo de preservar un importante excedente de divisas para alejar el riesgo de la restricción externa.
Robba y Amico afirman que las experiencias de crecimiento e industrialización han sido, sin excepción, “procesos de desarrollo liderados por el Estado”. Destacan que la demanda de la inversión guarda una relación estrecha con la evolución de la demanda agregada, en particular con el consumo (público y privado) y con el saldo comercial (exportaciones menos importaciones). En otros términos, “la inversión no es exógena a la evolución de la demanda de bienes finales, y la acumulación de capital es resultado de un factor acelerante”, apuntan. Ese factor es el crecimiento del Producto, que a su vez tiene como motor el aumento de la demanda. “Esto implica considerar que no existe una relación lineal (y simétrica) de la inversión respecto de la tasa de interés, ni que la inversión dependa de elusivas expectativas respecto al clima de negocios o de los animal spririts”, señalan esos dos investigadores.
Los empresarios pretenden mantener una relación óptima entre el stock de capital y el Producto en términos reales. Esto significa que la inversión privada se ubica en un lugar rezagado en relación con la intensidad del alza del PBI y de la demanda, lo que genera tensiones en los mercados. Robba y Amico indican que “la mayoría de las empresas siempre mantiene una reserva de capacidad ociosa en forma planeada o deliberada, que le otorga flexibilidad para funcionar en una economía de mercado y les permite satisfacer aumentos de demanda”. Esto explica la tradicional conducta del empresariado: cuando la demanda agregada se desacelera, la inversión privada se ajusta rápidamente, y más que proporcionalmente que la reducción de la demanda; y ante aumentos persistentes de la demanda, la inversión también ajusta al alza, aunque más lentamente, convalidando el ciclo expansivo. Aquí es donde emerge la relevancia de la intervención estatal mediante la política económica para suavizar el ciclo descendente como para fortalecer la fase ascendente despejando las tensiones que provoca, en especial en los precios.
La relevancia de esa participación del Estado está mencionada en otra investigación publicada en ese mismo libro, que reafirma esa idea de la demanda como principal determinante de la inversión. El economista Alejandro Fiorito asegura en Acelerador de la inversión: vínculo entre demanda autónoma e inversión en Argentina que el Estado es el responsable de diseñar el entorno de la macroeconomía para fortalecer la demanda. Remarca que “todas las economías crecen tiradas o dirigidas por la demanda autónoma (definida por el Estado), por medio del acelerador de la inversión”. Para concluir que “perder ese rumbo de determinación macroeconómica necesaria para el crecimiento es hundirse en el abismo de las percepciones subjetivas”, que se expresan en referencias al clima de negocios, y que luego avanzan sobre el peligro de la inflación por demanda para proponer el crecimiento fomentado la oferta. Ese camino es el que desemboca en el ajuste, que es el actual discurso maquillado del FMI cuando advierte sobre el recalentamiento, y ya se sabe que lo mejor es andar a contramano de esos consejos.
*Publicado en Página12
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