jueves, 8 de abril de 2010

EL ONTÓLOGO

Las únicas vías de indagación a la verdad,
son éstas.
La primera, que lo que Es no es posible que
No Sea.
La otra, que lo que No Es es necesario que
No Sea,
un sendero, te digo, enteramente
impracticable.
Pues no conocerías lo que No Es
ni decirlo podrías en palabras.

                            Parménides, Poema Ontológico

En filosofía, la ontología es una parte de la metafísica que estudia lo que hay, es decir cuáles entidades existen y cuáles no.
Wikipedia
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El hombre se sentó en una esquina del bar La Orquídea, puso sus codos sobre la mesa, se agarró la cabeza y pidió medio café: era obvio que se había quedado sin trabajo y escatimaba el gasto de sus ahorros. Una sana simpatía recorrió a la concurrencia y hasta la gorda que todos los días a las cinco se sentaba a llorar durante una hora lo miró con expresión indulgente. El hombre se vio obligado a contar sus desventuras.

–Yo soy ontólogo –dijo– y parece que los ontólogos ya no servimos para nada.

Primero hubo un silencio helado. Al rato... “Pero la gente sigue teniendo dientes que se le pudren –dijo la gorda sorprendida– y aunque ahora todo se soluciona con implantes, siempre va a haber gente necesitada (Nota: la concurrencia confundió el término ontólogo con oncólogo –de ahí la frialdad– y con odontólogo –y de ahí la sorpresa–).

–Ontólogo –repitió el hombre–, recibido con medalla de oro y un trabajo de tesis dificilísimo: determinar la existencia del unicornio.

Todos lo miraron, sin entender mucho

–Es tradicional decir que el unicornio no existe y es tradicional decir que sí –dijo el hombre– y en eso, precisamente, consistió mi trabajo de tesis. Como yo soy ontólogo de la escuela empirista, me trajeron un unicornio; lo examiné con espantoso cuidado y llegué a la conclusión de que no existía, como comúnmente se acepta en el siglo XXI.

–¿Y en qué trabaja un ontólogo? –pregunté.

–Hay muchos lugares donde su presencia es crucial: la policía debería contar con ontólogos profesionales para examinar las pistas y decir si en realidad existen o no. Se ganaría mucho tiempo. O en los hospitales, donde mucha gente acude con síntomas inexistentes; yo puedo en un santiamén decir si son reales o pura hipocondría. Más rápido que un médico, dada mi especialidad.

–¿Y por qué lo despidieron?

–En la repartición municipal donde trabajo, mi tarea era decidir si los problemas son reales, pero cayó un jefe rabiosamente posmoderno, que considera que la existencia es un detalle que no le importa a nadie, y menos al jefe de Gobierno, que sólo mira si un problema es un relato que le traiga votos o no. Además, a Macri fue imposible hacerle entender la palabra “ontología”.

Hubo un silencio lastimoso, que quise aprovechar para aclarar dudas y dudas muy profundas.

–¿Los números existen? ¿El número 2, por ejemplo, existe?

–Yo soy un ontólogo empirista –me contestó–. Muéstreme el número dos y podré contestarle.

Inmediatamente puse dos monedas sobre la mesa (Nota: presumiblemente una de esas monedas era el Zahir, pero el Zahir es una moneda de veinte centavos, que ahora no está en circulación).

–Ese no es el número dos, sino apenas dos monedas. Como objeto de estudio no me sirve: puedo decirle que esas dos monedas existen, claro, pero no puedo decirle nada sobre la existencia del número dos. Tráigame todos los pares de objetos posibles, pares de zapatos, pares de estrellas, pares de edificios, pares formados por un estrella y un zapato, y sin duda podría contestarle. Así, no le puedo decir nada.

–Pero son infinitos –protesté.

–No –me dijo él–. No necesariamente. Si el universo es infinito, obviamente lo son, pero si el universo es finito, es sólo cuestión de paciencia. ¿Pero por qué le preocupa tanto?

–Porque si los números existen, existe todo lo demás –dije.

–Menos el unicornio –sonrió él.

–¿Y dios existe?

–Tráigalo acá y se lo digo.

–Por lo menos esta mesa existe –dije, con mis dudas y recordando un párrafo de Russell. El ontólogo la examinó con cuidado.

–Efectivamente existe. Puede usted apoyarse en ella sin miedo.

Le pregunté sobre las leyes de la Naturaleza, sobre los espejos, sobre los laberintos, muy argentinamente sobre los cuentos de Borges y el tango, sobre la calvicie del Rey de Francia (un tópico del Círculo de Viena), y meticulosamente el ontólogo iba separando lo que Era de lo que No Era.

Una sospecha me asaltó:

–¿Y usted existe?

El hombre suspiró: –Ayer, como les contaba, tuve un problema con mi jefe, un posmo de aquéllos, que considera equivalentes todos los relatos, pero como además es un autoritario, exigió que cada una de los empleados se hiciera un autoexamen ontológico. En el fondo él quería librarse de los ontólogos empíricos, en general izquierdistas, y sustituirlos por ontólogos de derecha...

–¿Y? ¿Qué pasó?

–Pasó que me analicé a fondo, hurgué en este conjunto de células y moléculas que es mi cuerpo, y en el conjunto de neuronas que es mi pensamiento, tomé en cuenta hasta el último neutrino y electrón...

–¿Y qué pasó?

–Que concluí que no.

–¿Qué no qué?

–Que yo no existo –dijo mientras empezaba a esfumarse– y lo que vale para mí se puede generalizar.

El hombre ya había desaparecido. Pero yo me miré las manos y vi que se estaban volviendo transparentes.

Por Leonardo Moledo
Publicado en Página12

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