domingo, 12 de febrero de 2023

EL PARA QUÉ DE LA UNIDAD

Por Roberto Marra

Cuando un grupo de personas desea ponerse de acuerdo para realizar una determinada acción, indefectiblemente debe debatir, antes que nada (y como mínimo), los objetivos que se pretenden alcanzar, las metodologías a seguir, la caracterización del contexto y sus actores y, por último, los roles de cada integrante del conjunto en cuestión. No hacerlo en ese órden, aunque no anula las posibilidades de alcanzar el éxito pretendido, sí puede trastocarlas, desviar la atención hacia las pretensiones de liderazgos antes que a los acuerdos sobre el qué, como y cuando de las decisiones y, casi siempre, generar recelos y resentimientos internos, que pueden llevar al fracaso y la disolución de la pretendida unidad de criterios y el fin de la oportunidad de modificar la realidad tal como se lo pretendía en un principio.

Cuando esto sucede en las organizaciones políticas populares, los resultados son especialmente negativos para la sociedad. Aunque por razones lógicas, siempre existen en las agrupaciones de diversas tendencias dentro de un mismo marco ideológico originario, quienes pretenden asumir el rol de la conducción general, tal condición no resulta en todos los casos derivada del consenso de las partes. A veces, algunos se autolevan a esa magnitud dirigencial por efecto de un egocentrismo que les obnubila la capacidad analítica y la caracterización de las circunstancias sociales que les rodean.

Rencores personales, o profundas divergencias ideológicas no saldadas con las otras partes del pretendido acuerdo, o incomprensión de la realidad histórica que debieran asumir como primordial, terminan produciendo situaciones de imposiciones por la fuerza del poderío circunstancial del que dispongan, por el cargo institucional que estén ejerciendo.

Pareciera que este es el caso del Frente de Todos en la actualidad pre-electoral. Pareciera que es la máxima autoridad institucional de la Nación, el Presidente, quien está privilegiando su interés en dar continuidad a su propia gestión en ese cargo, antes que la honesta búsqueda de la mejor alternativa programática ante un enemigo feroz y despiadado, que no duda nunca en alterar la verdad y la paz, destrozando la vida de millones de ciudadanos y ciudadanas con la única meta de beneficiar a sus representados, las corporaciones que sustentan su delirios financieros y económicos.

Con la palabra “unidad” siempre a flor de labios, tanto el primer mandatario como sus adláteres, pretenden asumir un liderazgo totalizador del movimiento popular que lo llevó a ese lugar de privilegio. Esa pretendida “unidad”, pretende ahora reflejarla en un cónclave de figuras que representen a los distintos sectores que conforman el FDT, pero anteponiendo en el supuesto “debate”, el “reparto” de las candidaturas como principal objetivo.

Nada de andar analizando el contexto social, económico, financiero, político y geopolítico como prioridad, nada de intentar encontrar las razones de las fracasos de determinadas políticas y sus posibles soluciones, nada de buscar y señalar los errores personales y colectivos para encontrar nuevas alternativas de gestión, nada de escuchar a la militancia, la única capaz de reflejar la dura realidad popular que subsiste después de estos años de gobernanza.

Mientras tanto, la máxima líder de este Movimiento Nacional y Popular, ha sido proscripta por un corrupto sistema judicial al que se lo dejó avanzar hasta lograr ese ansiado objetivo opositor. Eso, además de haber sido víctima de un intento de magnicidio, del que poco (o nada) hace mención el resto de la dirigencia. En ese paquete procaz y pendenciero se la introducido a Cristina, para intentar acabar con su influencia popular, pretensión llevada a cabo con la sucia y hegemónica acción mediática depredadora de la verdad. Y también con la mirada desviada de mucha “dirigencia” que no merece serlo, que se pretende heredera de semejante figura histórica por la fuerza de la negación o el ocultamiento.

Nos ponen como disyuntiva “la unidad o el regreso neoliberal”. Y es una verdad irrefutable. Pero sólo si tal concepto unitario pone en consideración los deseos y prioridades de los mandantes (el Pueblo) antes que los intereses de la dirigencia amarrada a las poltronas de los cargos. Desconocer las propias debilidades, cegarse ante algunos éxitos macro-económicos, menospreciar los dramas de enormes bolsones de pobreza extrema que indignan y reniegan de la doctrina que se dice representar, hacer la “vista gorda” sobre los dichos y los hechos provocados desde “la embajada”, tomar actitudes geopolíticas reñidas con nuestra historia, asumir actitudes despreciativas hacia sectores frentistas que no coinciden en un todo con los postulados del pretendido máximo conductor, no pueden ser una base sólida para alcanzar un criterio unificado para enfrentar el peligro que se dice querer evitar.

La hora dramática, nacional y mundial, merece un debate honesto y abierto a todas y cada una de las vertientes que conforman el FDT. Es imprescindible re-elaborar un programa que no fue ejecutado nunca con los criterios originales, aún cuando se reconozcan las dificultades sobrevinientes que los alteraron. Resulta primordial establecer nuevos rumbos, o retomar los desviados, o generar alternativas ante las posibles situaciones que, de seguro, se irán dando en el futuro inmediato.

Es mucho más que administrar la pobreza y aceptar a rajatabla las imposiciones fondomonetaristas, la acción de un gobierno pretendidamente popular. Es demasiado obvio el reclamo de soluciones que beneficien a la ciudadanía en su conjunto antes que a las corporaciones económicas cartelizadas, adueñadas de los estamentos judiciales y legislativos, base para la transnacionalización de lo productivo y lo financiero.

Las decisiones son perentorias. Los ataques del Poder Real y sus marionetas politiqueras no cesarán porque se adopten medidas que satisfagan a esos intereses opuestos a los populares. Si se atrevieron al intento de magnicidio, se atreverán a mucho más. Lo vemos en los países de Nuestra América, sacudidos por la violencia institucional o la generada desde quienes dominan los sectores beneficiados por las políticas neoliberales.

Será vital que esas decisiones cuenten con el protagonismo popular, el de los necesitados de auténticas reivindicaciones y reconocimientos, los constructores y re-constructores de nuestra historia, que buscan desde siempre alcanzar su sueño de Justicia Social. Ese que debiera ser el único motivo de discusión entre una dirigencia que debe cesar con sus disputas vanas y tomar el bastón de mariscal para ordenarle las vidas y las esperanzas al Soberano, el único sujeto válido de esta historia desmadrada.

 

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