martes, 17 de enero de 2023

HAY QUE CAMBIAR EL GPS

Por Roberto Marra

Describir la realidad no parece generar demasiada empatía por los cambios imprescindibles para modificar semejante estado de cosas. Poner sobre el tapete cada día la modificación en un punto más o un punto menos en el índice de inflación, no crea sensación de bienestar alguno, cuando las personas se enfrentan a las vidrieras de los comercios con sus remarcaciones permanentes. Escuchar largas peroratas de “expertos en economía” que nos aseguran paraísos o infiernos, según la ideología que los sustenta, no cambia el desánimo y la multiplicación de la desazón.

Periodistas de layas diversas pero atrapados en un mundo irreal de discusiones vanas, propalan las repeticiones infinitas de temas que, por fuera de sus importancias, no conducen a la comprensión de esta realidad maniatada por una ideología colonizada por el enemigo del Pueblo. Un enemigo que no cambia, que sigue siendo el mismo que bombardeara la Plaza de Mayo, el que sostuviera la dictadura feroz y nazi del '76, el que aborreció siempre cualquier atisbo de justicia social, porque son los primigenios productores de la injusticia que alimenta sus arcas dolarizadas y evadidas.

Militantes ofuscados con los dirigentes que no dirigen, ciudadanos maltratados por funcionarios que no funcionan, empobrecidos que no encuentran respuestas a sus reclamos sencillos, miserabilizados que ven pasar el tiempo sin esperanza alguna. Es la vida que nos alcanza a pasos veloces, sin darnos la posibilidad de realizarnos de verdad, de sentirnos parte de una sociedad de iguales, donde los sueños no sean simples relatos de malos teleteatros, sino la base para crear políticas auténticamente inclusivas.

La cultura del “no se puede” ha triunfado. Impuesta a fuerza de infinitas repeticiones de discursos de los políticos “moderados”, esos que les gusta tanto al “establishment”, ha logrado lavar los cerebros debilitados de las mayorías, para alegría y solaz de los ricos empoderados de mayores riquezas cada día. No se puede pensar en cambios profundos, no se puede modificar lo establecido, no se puede construir una sociedad igualitaria, no se puede sacarle nada a los que tienen todo, no se puede hablar de soberanía, no se puede pensar ni hacer nada que intente transformar la miseria en vida digna.

Atrapados en una oscura caja de desencantos y olvidos, millones de personas son empujados a su autodestrucción, votando a sus enemigos para terminar con la pobreza que ellos fabrican. Envueltos en la telaraña de sus cobardías y sus involuciones ideológicas, los dirigentes del más popular de los movimientos se encierran en discusiones menores y vanidades inconducentes. Perdidos en un mar de imprecisiones, los militantes se sumergen en el desencanto y la inacción, para acabar al costado de las definiciones, lejos de las decisiones que toman los peores y aplican los traidores.

El camino hacia la destrucción de la Patria está siendo transitada velozmente, siguiendo a rajatabla el GPS del imperio y su FMI. Los ricos se quejan cada vez más, para no perder la costumbre y presionar todavía más para la profundización del abismo con el pobrerío. Políticos asustados reverencian a los poderosos y retardan las definiciones que beneficien, aunque sea un poco, a los miserabilizados. Una sociedad estupidizada por los medios mafiosos y sojuzgada por un aparato judicial cooptado por los dueños del Poder Real, se inclina hacia los disvalores insolidarios y retrógrados que se promueven como los únicos “posibles”.

Pero ni aún así está todo perdido. Ni con semejante fábrica de desesperanza y corrupción de mentalidades se puede evitar el renacimiento de la verdad opacada por tanta brutalidad y desprecio por la vida. No serán estos nefastos organizadores del hambre cotidiano y la entrega nacional los que nos habrán de aplastar la doctrina de la dignidad. No se puede permitir que tengan de nuevo las riendas del destino de la Nación para solaz de su repugnante oficio de vendepatrias. Y no lo podrán hacer si, y sólo si, la organización popular vence al tiempo del desvarío y la colonización de las convicciones.

Porque para comenzar a terminar con el horror de tanta riqueza acumulada por el uno por ciento de la población, sólo hace falta hacer Justicia. Y para hacer Justicia, de la buena, de la que nacen los derechos y se propagan las equidades, hace falta la unidad de los que todavía soñamos, de quienes aún sentimos como propios los dolores ajenos, de los que nos convencimos para siempre que la Patria es el otro.

 

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