jueves, 19 de enero de 2023

EL PERIODISMO OSCURO

Por Roberto Marra

El periodismo es, antes que cualquier otra cosa, conocimiento transmitido. O sea que, previo a toda actividad periodística, se debe acumular saber, esto es, buscar respuestas a interrogantes surgidos de hechos que se ven o se conocen, a través de la investigación. Esta básica manera de entender tan importante actividad cultural, no resulta ni por asomo la forma en que la gran mayoría de los comunicadores y analistas de noticias trabajan.

Hace mucho tiempo ya que el periodismo ha sido degradado a una simple actividad de parlanchines o escribas de sucesos atados a las decisiones empresariales de los medios de comunicación donde desarrollan sus trabajos. Lo que se diga, lo que se exprese, lo que se sostenga en la prensa escrita, los micrófonos radiales o las pantallas televisivas o informáticas, responden antes a los intereses de sus patrones empresarios, quienes a su vez son parte, en general, de grupos de poder entrelazados con las corporaciones financieras y económicas más poderosas, nacionales y transnacionales.

Con esa realidad a cuestas, no resultan extrañas las opiniones sesgadamente favorables a esos intereses, la defensa a ultranza en algunos casos, o de apariencia “moderada” en otros, de las definiciones que desde los más altos estamentos del Poder Real se vayan generando sobre todos los temas que puedan afectar el statu quo.

La política internacional es el ámbito donde más se ponen de manifiesto estas taras comunicacionales, con “expertos” que no conocen ni la ubicación de los países de los que hablan, ni nunca se han atrevido a considerar versiones alternativas a las puestas en el tapete por las agencias de noticias del imperio y sus adláteres. Si se llegasen a atrever a (simplemente) dudar, ya se le avalanzarán decenas de politiqueros que ofician de guardianes del pensamiento único al que deben responder. Eso, además de recibir solapadas amenazas de ser despedidos o disimuladas formas de corrimiento de sus participaciones a horarios o sitios donde ya casi nadie los lea, escuche o vea.

Después están los “adornos” a semejantes métodos de comunicación mendaz, con imágenes o grabaciones inventadas o tergiversadas, traducciones falsificadas o discusiones de aparente amplitud ideológica, donde siempre ganan “los buenos”, es decir, los poderosos dueños de la palabra secuestrada.

Para muestra, el botón del tratamiento hacia los países considerados, por el decadente imperio, “propulsores del terrorismo” de nuestro Continente. Cuba, Venezuela y Nicaragua son los receptores de todos los estigmas, los objetivos de todas las diatribas, los señalados como antidemocráticos y dictatoriales. “Tiranías”, suelen decir los zopencos que parecen habilitados para hablar de lo que no saben con la seguridad de un médico ciego en una operación a corazón abierto.

Contra esas naciones todo vale. Contra esos gobernantes, cualquier mentira es transformada en certeza indiscutible. Nunca habilitarán un micrófono a semejantes “tiranos”, no como sí lo hacen con los genocidas cotidianos productores de la miseria y el hambre que nunca mencionan negativamente en sus “informes”. Jamás expresarán vacilación alguna para denostar las políticas implementadas en esos países, aún cuando conozcan la realidad frontalmente opuesta a lo que manifiestan.

No mandarán sus “enviados especiales” a tales naciones, salvo que se genere en ellas un conflicto expresamente preparado por las organizaciones solventadas por el imperio. En esos casos, por raro que parezca, estarán del lado de los sublevados, lo que jamás sucedería si esas sublevaciones fueran en los países donde residen, en donde siempre defienden a las fuerzas de seguridad que maltratan y matan a su antojo en nombre de... “la libertad” (de mercado, claro).

Extraña paradoja la del “periodismo independiente”, que resulta ser la más dependiente de las profesiones. A tal punto llega la corrupción de los objetivos para los cuales (se supone) se han preparado, que estos sujetos se mimetizan con sus mandantes, toman de ellos la arrogancia y la desvergüenza en el trato de los hechos y de sus actores, para culminar en una oscura parodia de la realidad mentida, una obra de terror donde la confusión es el objetivo de mínima y la derrota de la voluntad popular, la meta final que los desvela.

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