martes, 4 de octubre de 2022

ESTADÍSTICAS QUE REBELAN

Por Roberto Marra

Periódicamente, las entidades encargadas del relevamiento permanente de la población, de la economía, del trabajo, de las actividades productivas y tantas otras variables socio-económicas, emiten cifras estadísticas que permiten conocer la “foto” de la situación en los distintos ámbitos jurisdiccionales. Las más difundidas de esas mediciones, son las que marcan los niveles de pobreza e indigencia, esos límites que se categorizan mediante números que reflejan la posibilidad o no de acceder a las coberturas de las más básicas necesidades para la supervivencia individual y familiar.

Horas de análisis, centenares de opiniones, miles de sentencias especulativas, se generan después de la emisión de esas cifras que, la mayor de las veces, demuestran el fracaso de las políticas aplicadas para, supuestamente, “combatir la pobreza”, frase tan repetida como inútil en sus resultados. Tanto como las elucubraciones periodísticas, mayoritariamente expresivas de los deseos del Poder que les paga sus falsas opiniones.

Pero detrás de tanto número y tanta estulticia informativa, hay personas, seres humanos a los cuales se los marca con el indeleble martirio de ser “pobre” o “indigente”, un sello mortal para sus pretensiones de una justicia social negada por un sistema que demanda su existencia como perverso método de extorsión al resto de la sociedad. Los pobres y los indigentes son, para los poderosos dueños de nuestras economías, un “daño colateral” imprescindible para sus acumulaciones de fortunas, y la referencia de lo que les espera a quienes se atrevan a desafiarlos.

El capitalismo no es el sistema perfecto que venden sus beneficiarios. Máxime en sus etapas actuales, donde la exacerbación de lo financiero por sobre lo productivo, relega a la miseria a millones de prescindibles que no obtienen la “certificación” de meritócratas que les resulten útiles a sus necesidades. Las “democracias” que tanto alaban los ejecutores de las peores aberraciones antihumanas, son una cáscara vacía de moral, una forma de embretar las rebeliones naturales ante tanta obscenidad antisocial.

Han sido “sabios” en generar un ideario que ha logrado cooptar las voluntades, incluso, de los propios empobrecidos. Así se apoderan de los gobiernos y aplican esos “planes” dictados por los organismos internacionales de “prestamos”, vulgares usureros con chapa de corsos internacionales, aves rapaces de las economías locales, a las que someten con el simple otorgamiento de la mortal “droga” de los créditos impagables.

Los mismos generadores y reproductores de los números que nos asustan por su dimensión antisocial, serán los que nos recomendarán la metodología para modificarlos. Apretados entre la pared de la miseria material de gran parte de la sociedad y la decadencia moral provocada por el abandono de sus otroras banderas de lucha, algunos dirigentes políticos terminan aceptando la aplicación de medidas que “maquillen” la pobreza con una pátina de dádivas que nunca conducirán a la ansiada justicia social que se demanda.

Sabido es que cuando se habla de “combatir la pobreza”, por parte de los poderosos, es un eufemismo de “compatir a los pobres”. Nada detiene sus impulsos de rapiña permanente, nada parece tocar sus inmensas capacidades de daño. En ese camino de constante caída por la pendiente de la decadencia humana, los niños desnutridos y su muerte temprana asegurada no son un obstáculo para ellos. Los miles de muertos de entre los migrantes, sólo les representa una molestia por la utilización de algunos recursos para evitar que lleguen a sus costas del privilegio. Las guerras provocadas para sostener sus industrias de la muerte cotidiana, son otra pata de este retorcido sistema que pretende llamarse “humano”. El apañamiento de oscuros personajes convertidos en líderes de masas de imbecilizados, es la base para la esterilización de la razón que demandan sus objetivos de dominación eterna.

Frente a este estado de cosas, esos números fatales que cada tanto nos apabullan a quienes todavía conservamos la capacidad del sentimiento solidario, deberán servir para elevar nuestras conciencias y concebir un modo efectivo de lucha contra este “destino manifiesto” que nos venden desde las pantallas. Volver al futuro es posible, a costa de regresar a entender un pasado que concibió y aplicó una metodología que fue capaz de promover la Justicia Social como su máximo anhelo.

Voltear la vista hacia los “nadies”, comprender sus demandas de ser considerados iguales, hacer de sus necesidades nuestras banderas imprescindibles para el desarrollo soberano, elevar la capacidad de respuesta a los poderosos mandamases que se creen dueños inalterables de nuestros destinos, crear las condiciones para hacer realidad los sueños y convertirlos en banderas renovadas de la esperanza popular de una Patria independiente, es el camino que nos señala el tiempo que transcurrimos.

Ahora mismo, sin mediar otra razón que sentir los sufrimientos ajenos como propios, es que nos toca el deber de ser más humanos que nunca, para desplazar a los malditos corruptores de nuestra historia y saldar la deuda con nuestros ancestros libertadores. Y hacer que esos números que ahora nos avergüenzan, sean aplastados por una nueva realidad, donde nadie sea jamás considerado prescindible.

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