jueves, 27 de mayo de 2021

EL ARMA DEL MIEDO

Imagen de "Estilos de Vida"
Por Roberto Marra

El miedo es una sensación incómoda provocada por la aparente o real idea de peligro, que puede ser derivada de hechos o percepciones del presente o expectativas del futuro. También es posible sentir miedo por circunstancias del pasado que el individuo siente su probable repercusión en el presente. La ansiedad que esta sensación suele provocar, termina por generar actitudes de sometimiento a sus supuestas derivaciones fácticas, antes que ellas sucedan, incluso sin que medie ninguna acción real desde donde, se supone, se emite aquello que lo provoca.

Nadie está a salvo de los temores, ni el más poderoso de los seres. La cuestión es cómo reacciona frente a ellos, sobre todo si sus actos pueden derivar en perjuicios a otras personas, directa o indirectamente. También los gobernantes sienten miedo, en tanto seres humanos, derivados de la multiplicidad de situaciones que debe enfrentar en todo momento, producto de los compromisos asumidos y las reacciones de los diversos actores de la sociedad y sus intereses, las más de las veces, contrapuestos entre sí.

Pero una cosa son esos temores previsibles, frente a los cuales se sabe de antemano que se tendrá que luchar y, por lo tanto, se tienen maneras de confrontarlos con la buena gestión de sus funciones; y otra muy distinta son los provocados de forma artera por los enemigos del gobierno en cuestión. Y cuando esos enemigos son parte del Poder Real, la cuestión se le complica al representante del Pueblo al que se quiere amedrentar.

La amenaza directa no suele ser la manera de estos corporativizados personajes, sino más bien la extorsión subrepticia, los mensajes elípticos y, sobre todo, los ataques permanentes de su “infantería pesada”: los medios de comunicación hegemónicos. Desde esos castillos de la hipocresía y la farandulización de la realidad, se lanzan las peores manifestaciones de odio y destrucción, todo bajo el manto aceitoso de la “reserva moral” que supuestamente ellos representarían.

A partir de esos actos de insoportable falsía y amoralidad, logran instalar sensaciones en la población rehén de sus voces y sus imágenes tergiversadas. Ese efecto puede repercutir en los funcionarios de los gobiernos, generando los buscados temores que pueden degenerar en modificaciones en los objetivos primigenios que los llevaron a ejercer sus funciones. En ese preciso instante, la derrota popular comienza a desandar su camino al abismo del pasado, justo lo que había provocado la victoria precedente.

La fortaleza espiritual de un gobernante, entonces, forma parte ineludible de sus capacidades para ejercer sus responsabilidades, para aplicar los programas establecidos como prioritarios y ejecutar de manera irreductible los planes que deriven en los resultados esperados por la sociedad que confiara en él. Claro está que nada es tan lineal ni directo. Que para salvar todos los impedimentos y las zancadillas de esos poderosos, se deben tomar (a veces) caminos alternativos, “rodear” las fortalezas del terror emitido desde las alturas del Poder y esquivar las balas de los asesinos mediáticos de ilusiones populares. Siempre que los desvíos no posean tal magnitud, que ya no se puedan corregir.

Eso es lo que ahora y siempre ha pasado en nuestro País, y no sólo. Los contubernios entre poderosos, traidores y “mentimedios”, han sido y son la base de la irresolución de los problemas más enervantes que soportamos, la eterna “pared” contra la que se carga en una batalla que lleva más de 200 años. El miedo a formado parte siempre de lo irresuelto. El temor a lo que dirán los medios, concedido que le fuera ese poder omnímodo sobre las conciencias de los ciudadanos y ciudadanas, logra su cometido postergador, desvía la atención sobre lo que no importa y alerta sobre fantasiosos futuros que se relatan como hechos reales y presentes.

Más que nunca, es el tiempo de la valentía. No de la tonta carga contra muros que se saben inexpugnables, sino de la reflexiva búsqueda de alternativas para vencerlos definitivamente. Son momentos de asegurar el temple necesario para arrebatarles la palabra, deconstruir sus ideologías antisociales, perforar sus estructuras de dominación y convencer al Pueblo del poder decisivo que encierra su protagonismo. Sin otro miedo, que el de volver al pasado.

 

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