martes, 17 de noviembre de 2020

EL MINISTERIO IND(O)CENTE

Por Roberto Marra

Nacidos “entre algodones” que huelen a “Chanel Number Three”, criados en “cunas de oro” con ajuares mucho más abundantes que los del programa “Qunita”, atendidos todos y cada uno de sus caprichos de “niños (y niñas) bien”, educados (mal) en escuelas privadas cuyas matrículas anuales permitirían vivir a varias familias sin sobresaltos. Así es que dan sus primeros pasos en la vida quienes luego, con el devenir del tiempo y los acomodos politiqueros, terminan convirtiéndose en funcionarios de algún gobierno que la oligarquía maneje a su antojo o sea su directo conductor.

Así habrá llegado también (o de forma parecida) la actual ministra de “educación” del gobierno de la Ciudad de Buenos Aires a ocupar su cargo. Con ese sistema amiguista con el que suelen ejercer sus mandatos los personajes como Larreta, una ignota (e ignorante) como la tal Soledad Acuña se hizo de un puesto en la administración de uno de los ministerios fundamentales a la hora de definir la orientación de un gobierno, de sus intenciones para con la sociedad y su futuro.

A la ya desagradable característica soberbia con la que andan por la vida estos y estas descendientes de “noblezas” sostenidas en fortunas de dudosos orígenes y peores manejos, se le suma el poder otorgado para hacer y deshacer el tránsito de los niños por la etapa de formación más importante de sus existencias. Con esa carga de desprecio que asumen sus trayectorias públicas, con la negación de la realidad que sus ascendientes colaboraron en generar en la sociedad, se presentan como gurúes de saberes incomprobables, pero expuestos como terminantes finales de discusiones que no permiten, acostumbrados como están en eso de sentirse dueños de los destinos de sus sirvientes.

Como tales creen a las familias de los pibes y pibas que “caen” en la Escuela Pública. Como proyectos de esclavos imaginan a esos recién llegados a una sociedad moldeada durante décadas bajo el arbitrio de sus oscuridades educativas. Los destinos de miles y miles de ciudadanos se han elaborado bajo la batuta de exponentes brutales de la “tormenta” oligárquica que ha asolado nuestra Nación durante mucho más tiempo que el generado por el propio Pueblo con sus gobiernos afines.

La agresividad incongruente con el cargo que detenta este esperpento larretista, pone sobre la mesa lo que se ha evidenciado siempre con gobiernos de su misma laya pero más disimulados en sus tareas destructivas de la educación pública. La arrogante ministra de la (mala)educación, atraviesa a la sociedad entera con sus dichos, profundiza el tajo histórico que nos separa de los oligarcas, clava el puñal sobre una de las profesiones más dignas e imprescindibles de sostener como la de los maestros y las maestras.

Nada de lo que hacen es casualidad ni fruto de un exabrupto. Son eso que dicen y que convierten en realidades insoportables para las mayorías. Son el veneno inyectado en las conciencias previamente vaciadas de sentidos de millones de idiotizados con sus otros métodos “educatvos”, los mediáticos. Ganados esos adeptos por el martirio del bombardeo de falacias y disvalores, se les hace liviano sostener, de frente a esa sociedad minusválida, tamaños despropósitos fabricantes de mayores injusticias que las ya existentes, gracias a sus manejos financieros y económicos devastadores.

Esta pobre ministra del subdesarrolo mental, pasará al olvido tan pronto deje sus delirantes funciones. Pero el daño se habrá producido y su continuidad se asegurará con algún otro personaje de su misma calaña y (tal vez) mejores modos. Maestros y maestras habrán asumido ya sus supuestas incapacidades y pobrezas como irreversibles, para solaz de los consumadores de las desgracias que les colocaron en esas crueles definiciones. Mientras tanto, esta Soledad de toda soledad, volverá a los algodones perfumados que nunca abandonó, festejará cada día de su felicidad permanente, verá como sus hijos se gradúan en sus repugnantes “colegios” del privilegio y, lo que es más preocupante, se regodeará al verlos asumir algún cargo de un gobierno afín a sus pensamientos retorcidos, para que el cuento del horror y la miseria no desaparezcan jamás.

Es tiempo de romper los últimos frascos del perfume de las prerrogativas eternas, de expropiarles el oro de sus cunitas malversadas, de negarles los fantasiosos caprichos de niños ricos y terminar para siempre sus sueños de privatizar toda la educación. Ha llegado la hora de la valentía que degrade a estos soberbios y soberbias, para desnudar las tramas horrendas de sus vidas de poderosos, para hacerles sentir el rigor de la verdad popular, expulsarlos del paraíso terrenal que se fabricaron a costa de millones de desarrapados sin destino y volcar el rumbo de la Nación hacia un lugar en el que ya estuvo, pero del que fue expulsada por la mentira y la degradación moral que se asumió como eterna dueña del alma de sus habitantes. Y de sus aulas.

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