martes, 17 de noviembre de 2020

LA NORMALIDAD DE LA MISERIA

Por Roberto Marra

La “normalidad”, es una expresión que enmarca una serie de premisas adoptadas como base para determinar pertenencias o desvíos de específicos conceptos que se establecen para categorizar a los individuos integrantes de un grupo social o de toda la sociedad. Aún cuando nadie se los haya solicitado, quienes poseen o se arrogan el poder de decisión para establecer “lo que está bien o mal” (siempre de acuerdo a sus convicciones estrechas), habrán de decidir tales concepciones, obligando o persuadiendo, de la manera que sea, a adoptarlas al resto de la sociedad.

Lo natural”, otra expresión derivada de las mismas idealizaciones creadas por quienes detentan el poder, les permite a ellos señalar o acusar a determinados individuos que no se corresponden con esos “standars” creados, generando las estigmatizaciones que aseguren la expulsión del resto de los integrantes de esas sociedades. Lo hacen con quienes se destacan asumiendo posiciones adversas a los manejos que ese poder necesita para continuar y profundizar su dominio, pero también con aquellos individuos o sectores sociales que hacen las veces de “relleno” en una sociedad inequitativa, los “parias” que sólo sirven para alimentar la maquinaria que eleva la riquezas de los poderosos, sumergiendo a la mayoría en el profundo agujero de la miseria.

Con esa base conceptual y las tácticas adoptadas para cada circunstancia, también se establecen los criterios para determinar donde y cómo tiene que sobrevivir esa parte de la sociedad que “sobra”, pero todavía les resulta útil a sus propósitos acumulativos de riquezas. De ahí surgen esos barrios denominados eufemísticamente “carenciados”, o “villas de emergencia” o, más apropiadamente, villas miseria.

Los fabricantes de la pobreza y las miserias, cuando esas criaturas generadas por el abandono y la concepción elitista que propugnan para facilitar sus enriquecimientos, intentan asomar sus cabezas por sobre el nivel que la “normalidad” establecida les permite, desatan sus iras, se encolerizan y atacan al “pobrerío” con la saña que sólo pueden tener quienes viven del y para el odio antisocial. Con sus pantallas repetitivas de los mensajes más atroces y deshumanizados, alimentan desprecios y temores falsos hacia aquellos que se animan a elevar (muy poquito) sus voces de protesta ante la evidencia lacerante de sus miserias. Psicópatas actuando de “comunicadores”, nos aseguran que el peligro de una invasión nos acecha, la de los “negros” que pretenden lo que no les corresponde por el origen oscuro de sus pieles o la descendencia fatal de los originales de nuestras tierras.

Enormes masas de imbecilizados adoptan esas mismas actitudes, aunque no tengan más que una pequeña capacidad material superior a los estigmatizados miserables de toda miseria. La enaltecida “clase media” se une al coro de satanizadores de pobres, para proteger sus escasos privilegios, siempre derivados de la pérdida de derechos de las mayorias populares que desprecian. Y cuando grupos de familias desesperadas se animan a asentarse en un terreno “privado”, como último recurso para hacer notar sus abandonos, se desata una oleada de señalamientos, todos derivados de rencores de clase, todos fabricados por la crueldad del sistema como herramienta de dominación.

El Estado suele expresarse en esos casos, dependiendo de quienes lo conduzcan, de manera más o menos protectora hacia esos sectores desesperados. Con la expresión “propiedad privada” como lema fundamental de sus actos, en todos los casos el poder judicial se encarga de dar siempre su dictámen obsceno, expulsando a las familias de esos sitios donde manifiestan sus carencias infinitas, hacia el vacio absoluto de soluciones reales. Nada ni nadie podrá dar vuelta esas determinaciones, protegidas por las patrañas mediáticas y alimentadas por las fortunas prebendarias que sostienen a jueces y fiscales.

No hay ciudad que no padezca estas aberraciones sociales y humanas. En cada una de ellas existen miles de viviendas deshabitadas, construidas con el resultado de desfalcos al Estado o delincuenciales procesos de lavado, sabedores de la protección que una gran parte de los politiqueros sin otra doctrina que el dinero le darán a sus inmoralidades constructivas. Ocupando siempre las mejores tierras, asegurándose el beneficio que sus “donaciones” les generan, estos mal designados como “desarrolladores inmobiliarios”, deciden qué y cómo se construye y, sobre todo, donde no deben permanecer los pobres de toda pobreza, los expulsados del “paraíso” que han asumido como “naturalmente” propio.

Esa es la “normalidad” neoliberal, capitalista, que ha penetrado las conciencias, aún de quienes jamás serán parte del festín oligárquico. Eso es “lo natural”, lo establecido por el “dios” mercado, lo determinado por el saqueo primigenio que originara las actuales aberraciones sociales, hasta hacerlas parte de un pensamiento único, donde la pobreza es la forma que han adoptado los genocidios.

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