jueves, 21 de junio de 2018

EL EXTERMINIO PROGRAMADO

Imagen de "El Clarín de Chile"
Por Roberto Marra

La muerte de cualquier hombre me disminuye porque estoy ligado a la humanidad; por consiguiente nunca hagas preguntar por quién doblan las campanas: doblan por ti.
John Donne (1624)
Como si solo se tratara de un recuento de cosas perdidas, las informaciones sobre la muerte de miles de migrantes en el mar Mediterráneo nos llegan cada día sin que, en la mayoría de los casos, se le mueva un pelo a nadie. Tal vez alguna expresión de “horror” ante las imágenes que parecen salidas de un set de cine antes que de la realidad. Puede que el asombro mute en lástima por tantos seres humanos apiñados en los botes de plástico, siempre a punto de hundirse, pero no mucho más que eso.
A cada hora parten esos grupos de desesperados de las costas africanas a buscar una salvación que se convierte, casi siempre, en mortaja marina. Centenares de hombres, mujeres y niños detras de un sueño de sobrevivencia, esperanzados en ser, aunque más no sea, semi-esclavos en los idolatrados países europeos.
Huyen de las guerras, el hambre casi eterno, las sequías desoladoras. Son la carne de cañón de los restos de imperios construídos a fuerza de otras matanzas anteriores, cuando en nombre de superioridades étnicas tan falsas como ignominiosas, se apoderaron de las tierras de un Continente que convirtieron en su “patio trasero”, como los yanquis lo hicieron con Nuestra América.
Las supuestas “liberaciones” de esos países inventados a medida de las necesidades de dominación parecieron, en un tiempo, que servirían para permitir un desarrollo acorde a las enormes riquezas que contienen en sus subsuelos, ríos, estepas y lagos. Pero, al contrario de ello, la trampa de la libertad falsificada se transformó en un nuevo método de apoderamiento de la exuberancia de una naturaleza que solo fue mirada con la ambición desbocada de un sistema arrasador de derechos y exterminador de autonomías.
Ahora, tras siglos de matanzas y desprecios, robo y destrucción de las economías de cada uno de esos “inviables” estados, molestos con la llegada de tantos “negros” que les puedan consumir algo de sus opulencias mal habidas, exacerban sus miserables discursos xenófobos e inventan delirantes peligros terroristas.
Pulcros” diputados de esa Unión Europea, representantes de los intereses financieros de las corporaciones dominantes antes que de sus pueblos, no se cansan de crear leyes para impedir el acceso inmigrante, por temor a perder algunos centavos de sus voluminosas exacciones. Reyes de los “derechos humanos”, nos dan lecciones sobre injusticias que ellos provocaron para solaz y beneficio de un grupúsculo de ladrones convertidos en supuestos “estadistas”.
Los propios pueblos europeos han sido convencidos de sus aparentes superioridades. Los mismos descendientes de quienes fueron martirizados en los campos de concentraciones nazis, los recrean ahora para salvaguardar sus apariencias ricachonas, fruto indudable del sacrificio de millones de ignorados africanos que mueren cada día en su continente por las balas y las armas que ellos también les venden.
El negocio de la pobreza no para de generar muerte. Directa o indirecta. La enervante disociación entre “derechos” y “humanos”, les ha permitido a estas “bestias pardas” del siglo XXI, empujar al mar de la desaparición a esos miles de seres considerados simples homínidos oscuros y malolientes. Mientras, en sus palacios de cristales opacos, algunos de quienes pudieron salvarse de los naufragios programados para el exterminio racial, les sirven las copas con las que brindan por otro éxito en sus perversos negocios con la muerte.

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