viernes, 27 de octubre de 2017

LOS INGRATOS

Por Roberto Marra

Hay gente a la que le sale naturalmente ser desagradecida. Es parte de su idiosincrasia, de su constitución moral (o inmoral, para ser justos). Son aquellos que recibieron beneficios de alguien, pero rechazan admitirlo. Son los que, empoderados por un superior, inmediatamente asumen actitudes de “patrones de estancia”, convirtiéndose en payasescos personajes que con gestos adustos y poses de sabios, se creen sus propias mendacidades, producto de una imbecilidad que no logran disimular con esa pátina de supuesto poder que jamás tendrán.
En estos últimos tiempos han aparecido muchos de estos títeres de los verdaderos dueños de las decisiones, que saben aprovecharse de sus debilidades mentales y, sobre todo, éticas. Ahí tenemos a algunos senadores, convertidos en adalides de la “gobernabilidad”, eufemismo vacío de significancia, como no sea admitir su cooptación por los nuevos ocupantes de la Casa Rosada.
Están los diputados otrora oficialistas y ahora... también. Y después intentarán serlo de quienes lleguen a continuación. “Vuelta y vuelta”, dirían los más viejos. “Panqueques”, se les denomina hoy día. En todo caso, siempre traicioneros de sus palabras empeñadas frente al electorado que los ungió en los cargos que deshonran.
Los gobernadores de origen peronista se llevan las palmas en esta carrera por el máximo trofeo al “genuflexo del año”. Se reunen y dictaminan finales de ciclos que ni siquiera han comprendido, intentando borrar la historia de la que surgieron al conocimiento público, tratando de deshacerse de los líderes populares que les puedan recordar sus pobres prosapias y ensombrecer sus espúrios proyectos individuales.
El premio mayor se lo llevará, casi seguro, ese oscuro personaje tucumano que oficia de gobernador de esa hermosa provincia, adalid de la cruzada contra el pasado del que formó parte, sin que hasta ahora podamos saber como es que convenció a las autoridades de entonces de una capacidad que nunca tuvo ni tendrá, salvo para reverenciar al Poder que tanto teme.
Estos canallas utilizarán mil falacias para justificar sus actitudes indignas, todo por mantenerse en un “candelero” que resulta el último refugio a sus míseras inteligencias, dedicadas en exclusivo a alimentar rencores sociales contra sus mentores originales, inseguros y temerosos ante esos portadores del único y envidiado requisito que saben que nunca tendrán: el amor del Pueblo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario