viernes, 12 de mayo de 2017

LA INJUSTA FIESTA POPULISTA

Imagen de Rosario al Día
Por Roberto Marra

Era una verdadera locura. Millones de personas comían cada vez más en nuestro País. Con total desparpajo, los niños tomaban cada vez más leche y yogures. En los recreos escolares, hasta se atrevían a comer lujosos sándwiches ¡con jamón! Vergonzoso. Peor todavía, en los comedores escolares hasta les hacían enormes bifes o milanesas.
La orgía alimenticia continuaba en sus propios domicilios, que sus madres abastecían con cada vez mayor cantidad de provisiones, alentadas por los padres que las acompañaban, en sus nuevos autos, a los supermercados abarrotados de gente.
No solo era cuestión de comer, por lo que también la renovación del vestuario y el calzado, era permanente. Tampoco se negaban algunos viajecitos los fines de semana largos y, mucho menos, las vacaciones anuales a lugares impensados en otros tiempos. Centenares de miles de familias se movían, impunemente, de uno a otro lado del País y más allá de las fronteras. Hasta el descaro de comer en restaurantes se había hecho habitual, y los cines y teatros formaban parte de una inmoral rutina.
Algo había que hacer. Eso no podía continuar, si queríamos salvar la República. Era una fiesta lujuriosa de millones de engreídos consumidores de alimentos y servicios, alentados por una economía que les otorgaba, injustamente, cada vez mayores beneficios. ¡Si hasta los jubilados recibían medicamentos gratis, en el colmo de la avaricia de esos angurrientos ancianos!
Ante todo esto, nobles ciudadanos con tradición y prosapia patriótica (o no tanto), se vieron obligados a encarar un proceso de encauzamiento de nuestra sociedad, mediante las herramientas que tuvieron a su alcance: pequeños medios de comunicación televisiva con 300 repetidoras, periodistas de  notable cultura dineraria y jueces poco afectos a las leyes, pero todos con la clara y valiente tarea de revertir la fiesta orquestada por un Gobierno injustamente elegido por apenas el 54 % de los votos.
El plan resultó eficaz y la fiesta desbocada de la gente común terminó, cuando se dieron cuenta de lo malo que es comer, vestirse y viajar. Entonces notaron la necesidad de brindarse con ahínco para que sus patrones ganen cada vez más, llenar sus copas y resignarse a esperar el derrame. Fue cuando un falso bailarín de cumbias se subió al balcón de la Casa Rosada para avisarnos, en su media lengua, que el festín populista había terminado. Y que había comenzado otra fiesta, la de ellos, de la que nos alejarían a fuerza de desempleo, pobreza, desesperanza… y garrotazos.

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