domingo, 7 de junio de 2015

EL “PATO RENGO” AHORA CORRE MARATONES

Imagen Tiempo Argentino
Por Roberto Caballero*

Sergio Massa perdió antes de competir, sólo falta que se dé cuenta. Su estrellato político brillaba con luz ajena. Los mismos que le prestaron los reflectores en 2013, hoy se cruzan de vereda huyendo de las viejas promesas. La Embajada, sus banqueros, el Grupo Clarín SA, sus intendentes: todos migran, sin pausa y sin culpa, hacia la candidatura de Mauricio Macri y el radicalismo conservador, sin entender muy bien por qué, pero lo hacen.Los peronismos provinciales, sus gobernadores y jefes comunales, que en algún momento coquetearon con subirse a su triunfal interisleña, retornan como hijos pródigos al riñón kirchnerista o reafirman sus lealtades con el amplio dispositivo del Frente para la Victoria.
No hay señales de sobrevida para su utopía. Las encuestas que hace cuatro meses le atribuían adhesiones que rondaban el 25 o 30% lo colocan ahora entre 10 y 15 puntos por debajo de aquellas cifras. Hasta sus colaboradores más cercanos, en términos territoriales y afectivos, lo admiten y evalúan cuál sería el modo más elegante de asumir eso que les resulta inevitable. La renuncia de Francisco De Narváez, para allanarle el camino a un acuerdo con Macri, no fue sólo quedarse sin su candidato a gobernador y principal financista: es la humillación de que un subordinado le ordena dónde tiene que ponerse. Para peor, detrás del candidato PRO, que lo ningunea porque huele a cala.
De los 17 intendentes bonaerenses que le quedaban el viernes 5 -después de la declinación del olavarriense José Eseverri, uno de los fundadores del Frente Renovador-, al menos 14 ya le habían pedido que abandone su deseo presidencial y se baje a competir por la gobernación, que es lo mismo que le dijo De Narváez, pero con hechos.
Alguna vez el propio Massa se ufanó de que su fuerza política se sustentaba en esos intendentes, que lo querían ver presidente: ahora esos mismos jefes distritales le demuestran que su único interés está asociado a retener sus propios municipios.
Bajo idéntica lógica, están los que ya dieron el paso y regresaron al FPV y otros que practican alianzas de última hora con el macrismo que avanza a tambor batiente. Debe ser duro para Massa comprobar que el ansia de supervivencia de sus socios es mucho más fuerte que la fidelidad. Pero no puede ser una novedad para él: muchos de ellos le hicieron lo mismo a Néstor Kirchner en 2011. Ni siquiera entonces las candidaturas testimoniales pudieron barrer con el instinto salvaje de caciques que un día están en un lado y al siguiente en otro, defendiendo con convicción lo que hasta pocas horas antes decían combatir con convicción calcada.
El propio Massa, en verdad, es una figura política de lealtades difusas. En 2013, la presidenta se enteró por los diarios de su súbito abandono público del FPV, después de que juntos anunciaron obras en Tigre por cadena oficial. Sus recientes ataques a La Cámpora son la contracara de su prehistórico encantamiento con la juventud kirchnerista que compartía partidos de fútbol en la Quinta de Olivos con él. Massa no puede decir que descubre ahora la ingratitud: la conocía porque la practicó con anterioridad.
Lo de los intendentes tiene una explicación bastante simple. A nada temen más que a la derrota. Es más complejo desentrañar por qué el impresionante dispositivo de poder que lo catapultó a la victoria hace dos años, el famoso "círculo rojo", hoy le esquiva casi el saludo. O, en el mejor de los casos, lo llama insistentemente para que resigne su proyecto y se sume al del PRO, el radicalismo y Elisa Carrió. Van dos hipótesis:


1) Creen que Macri es un candidato que expresa mucho mejor, de manera directa y clara, sus intereses políticos, ideológicos, geoestratégicos y comerciales.

2) Asumen que Massa fracasó en su intento de representación de un peronismo no kirchnerista con capacidad para aglutinar masividades detrás de su figura.

Lo primero, en realidad, es consecuencia de lo segundo. Massa era en 2013 el embrión de una suerte de revival posible del menemismo. Un nuevo caudillo peronista que podía crecer enfrentando al oficialismo partidario. Un proveedor de masas votantes para la restauración conservadora. Dos años después, todo eso parece una locura. Pero no lo era en aquel tiempo. Si se pone en perspectiva y se analiza el contexto, la ilusión tenía chances.

El triunfo massista fue un duro golpe para el kirchnerismo. Puso en discusión su propia hegemonía dentro del peronismo. Las centrales obreras se animaban a hacerle paros al mismo gobierno con el que habían convivido sin hacerle medidas de fuerza hasta el 2010. La desaceleración económica, a la vez que golpeaba el salario y la producción, habilitaba atajos devaluadores. La presidenta, que no forzó la Constitución Nacional para ser reelegida por segunda vez, enfrentaba delicados problemas de salud. El establishment buscaba urgente un recambio, que no fuera kirchnerista. El rumor de un nuevo default circulaba sin grandes refutaciones. El frente mediático ponía al tope de las demandas el tema de la inseguridad. Massa era, en ese contexto, la confirmación electoral del llamado "fin de ciclo". Decir que podía llegar a presidente sonaba aventurado, pero no imposible.

¿Cuál fue el error de los que alimentaron esa fantasía? No fue uno, sino varios:

1) El panorama complejo que describían nunca llegó, ni por asomo, a parecerse al 2001.

2) Como el escenario jamás llegó al desgobierno delarruista, la sociedad no acompañó la idea del líder redentor que postulaban.

3) El malestar acumulado fue el combustible necesario para instalar a Massa en una poltrona del Congreso Nacional. Convertirlo en diputado bonarense. No les alcanzó la nafta para nada más.
4) El default que pronosticaban no se produjo. Y la crisis buitre, lejos de debilitar el apoyo de la sociedad al gobierno, como suponían, revalorizó su papel como defensor de la soberanía y la política de desendeudamiento.

5) El Papa argentino y antikirchnerista con el que se entusiasmaron desplegó a la distancia una sutil pero efectiva red de contención institucional, que aisló al propio Massa y a los sectores de poder real que buscaban una salida a la paraguaya o a la hondureña.

6) Y, quizá, lo más importante: enfrente tuvieron nada menos que a Cristina Kirchner con una fórmula inédita de retención de poder que a la teoría del "pato rengo" le inventó muletas.

Massa comenzó a perder cuando todavía creía que el viento soplaba a su favor. A principios de 2014, mientras el tigrense hablaba del "Operativo Garrochas", CFK movió fichas a una velocidad inusual:

1) A las presiones devaluadoras, les respondió con un desplazamiento del tipo de cambio, que impactó en precios y salarios pero de modo controlado, mientras le pedía al equipo económico encabezado desde noviembre de 2013 por Axel Kicillof que ideara planes de contingencia, como el de "Precios Cuidados".

2) Para ganar tiempo y darle rostro al corrimiento del dólar, designó momentáneamente en el BCRA a un hombre de la línea interna, de fluido diálogo con los banqueros, como Eduardo Fábrega.

3) Aprovechó la distracción y el romance con el mundo financiero para empoderar aún más a Axel Kicillof, que se convirtió en el ejecutor de una serie de señales (el cierre del acuerdo con el Club de París, arreglo de juicios en el CIADI) que buscaron amortiguar lo que se venía: el fallo Griesa.

4) Ungió a Jorge Capitanich como jefe de Gabinete, dándole una señal clara a toda la liga de gobernadores del PJ que amenazaban irse con Massa. Ellos serían parte del juego. El chaqueño se cargó sobre sus hombros la responsabilidad de anunciar todos los días una acción de gobierno, cualquiera fuere, para contrarrestar la idea de "desgobierno" instalada.

5) En marzo de 2014, CFK, con una bota ortopédica, viajó a Roma, donde almorzó con Francisco durante tres horas. En adelante, todos los visitantes que frecuentaron al pontífice acuerdan en que la frase de despedida fue "cuiden a Cristina".

6) Ante lo que hubiera sido el tiro del final, el fallo Griesa, la presidenta reaccionó desplazando a Fábrega (que propuso junto a sus banqueros un bono patriótico para pagarles a los buitres) y adoptando, en cambio, un discurso soberanista que capturó adhesiones aquí y en el extranjero. Nadie, nunca, había denunciado al gobierno de los Estados Unidos ante la Corte de la Haya por el fallo de uno de sus jueces municipales. La ONU votó, a instancia de la Argentina, la creación de un marco normativo para reestructuraciones de deudas y la condena masiva hacia los fondos buitre. En pleno mundial, se llegó a comparar a Kicillof con Mascherano.

Todo eso pasó mientras Massa creía que estaba a medio metro del Sillón de Rivadavia. En verdad, pasaron más cosas:

1) Con el nombramiento de Alejandro Vanoli en el BCRA, se atacó la especulación financiera (una de las formas de los golpes de mercado) y el dólar oficial y el blue achicaron la brecha como nadie suponía, garantizando la estabilidad económica.

2) Mientras el establishment seguía apostando al escurrimiento de las reservas para ahogar financieramente al gobierno, Kicillof consiguió un acuerdo con China que reforzó las arcas hasta llevarlas por encima de los 30 mil millones de dólares, lo cual despejó cualquier incertidumbre sobre el pago a bonistas y organismos de crédito.

3) Ante el acoso de la corporación judicial, que amenazaba con involucrar a medio gobierno en causas de corrupción para deslegitimarlo ante la opinión pública asfaltando el camino a una salida anticipada del poder, la presidenta descabezó la SIDE e impulsó el nuevo Código de Procedimiento Penal, dándole más poder a los fiscales y el manejo de las escuchas telefónicas, reduciendo la discrecionalidad de los jueces. El episodio Nisman, que hundió raíces en cuestiones de geoestrategia política, sin duda, tampoco puede dejar de leerse como el clímax de la operatoria judicial y de inteligencia de acoso al Poder Ejecutivo: un fiscal especial que acusó sin pruebas a la presidenta de cómplice de los terroristas que volaron la AMIA. Insólito, pero real. Su muerte no fue otra cosa que la conclusión trágica a una aventura desopilante de sectores que operaron unidos para tratar de llevar a Juicio Político a Cristina Kirchner y que ella no se convirtiera en lo que es hoy: la principal electora del espacio oficial, con índices de aprobación que hace un año parecían inimaginables.

4) La figura de Daniel Scioli también jugó su papel en todo esto. Después de sus flirteos con Massa, con quien cambió nombres de la lista en 2013 y discutió si rompían juntos el FPV, Cristina podría haberlo desterrado del kirchnerismo. No lo hizo. Tampoco Scioli se fue. CFK usó la oferta herbívora del ex motonauta y le dio al pejotismo que quería irse con el massismo una excusa para quedarse dentro del FPV, bajo su conducción. Hoy la presidenta es, además, la jefa del PJ nacional, que en Parque Norte la apoyó sin discusiones. Hace un año, conviene no olvidarlo, algunos de los allí presentes miraban hacia Tigre como quien mira a La Meca.
Massa se cayó porque era el candidato del caos prefabricado que diseñó el "círculo rojo" y el gobierno logró conjurar todos los escenarios desestabilizadores que le propusieron.
La estrategia del líder redentor, el conductor populista que viene a imponer orden ante el desmadre, fracasó, del mismo modo que el sueño de una nueva restauración conservadora a su cola bajo ropaje peronista.
Cristina Kirchner, en su momento de mayor fragilidad, entendió la jugada corporativa y la deshilachó con una fórmula de recuperación y retención de poder exitosa, que será estudiada por los politólogos del futuro.

Al establishment, ahora le queda Macri. Decir que es como un premio consuelo, sería demasiado.
Manifiesta una propuesta política antiperonista, noventosa, asociada al ajuste y al neoliberalismo. A diferencia de Massa, que podía disimular eso mismo, Macri no engaña a nadie: es lo que es, una derecha que quiere llegar a la Rosada por ella misma, en elecciones, sin atajos ni subterfugios.
La Argentina corporativa, la de Clarín, la AEA, la del Foro de la Convergencia Empresarial, la de la Sociedad Rural, la de la AmCham, se desnuda para acudir a las urnas con candidato propio a medirse con el del peronismo hegemonizado por el kirchnerismo.
Massa era como Menem: un frontman, el director de una empresa, con poderosos accionistas detrás.
Macri, en cambio, directamente es uno de los accionistas.
Haberlo hecho bajar a la arena del Coliseo, a remplazar a su gladiador tigrense malherido, es un mérito del gobierno y una impresionante noticia para la democracia de todos.
Ahora se vota modelo contra modelo. El mejor, gana.

*Publicado en Tiempo Argentino

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