domingo, 30 de diciembre de 2012

¿UN PLAN QUINQUENAL DE INFRAESTRUCTURA?


Por Hernán Brienza*

Podrá el kirchnerismo superarse a sí mismo? ¿Cómo hace una fuerza política que en pocos meses más cumplirá una década en el gobierno para reformarse y reproducirse a sí mismo, para mantenerse con vida y con fortaleza y continuar transformando a la sociedad argentina? ¿Es necesario hacerlo? Pareciera –quizás es sólo un espejismo de fin de año– que el Modelo ha llegado a un estadio que plantea varios desafíos: una renovación discursiva por parte de muchos de sus protagonistas y defensores, un replanteo en las estrategias para alcanzar los objetivos a largo plazo. Es decir, al Modelo podría estar faltándole una vuelta de tuerca. 
Los primeros cuatro años del Modelo tuvieron como principal objetivo el afianzamiento de la nueva fuerza, con lo que ello implicaba: desplazar del poder real a la Vieja Argentina formada por las FF AA ancladas en el pasado de la dictadura cívico-militar, la presencia demandante de la Iglesia Católica, los grupos de presión económicos –desde el FMI y los grandes monopolios hasta las editoriales de La Nación– y la prédica neoliberal que constituyó el proceso 1976-2002 –con un breve interregno dentro del gobierno alfonsinista–. 
El segundo cuatrienio estuvo caracterizado por la profundización de ese Modelo de acumulación, ahorro y distribución de la riqueza. El momento bisagra fue el sabotaje de las organizaciones rurales reunidas en la Mesa de Enlace –columna vertebral de la Vieja Argentina–, por un lado, y, por el otro, la ruptura de relaciones con el Grupo Clarín, que significó el repique de campanas de lo que se conoce como la "batalla cultural". La batería de transformaciones que llevó adelante la presidenta –nacionalización de las AFJP, de Aerolíneas y de YPF, la Reforma de la Carta Orgánica del Banco Central, la Asignación Universal por Hijo, el matrimonio igualitario, la Ley de Medios, la Desdolarización de la Economía– se convirtió en el motor de ese período que comenzó a tomar otro cariz entre 2011 y 2012.
El 54% de votos obtenido en las elecciones de octubre de 2011 demostró que al kirchnerismo le había llegado su hora hegemónica. Y comenzó a abrirse un momento de nuevos desafíos, entre ellos el de la "institucionalización" del Modelo. ¿En qué consiste? Sencillo en el reaseguro a través de un complejo de leyes y repetición de roles sociales que permita mejorar la distribución de la riqueza, el achicamiento de la brecha y la desigualdad social, la transferencia de recursos de un sector a otro de la producción –del campo a la industria o del sistema financiero a la tecnología de punta–, de mejorar los índices de desocupación y de ingreso; pero también de sellar cuestiones ideológicas y culturales relacionadas con el papel del Estado, los límites de su intervención en la economía y las formas de democratización de los poderes del aparato estatal.
Pero la institucionalización requirió y requiere también, de un aumento de la racionalización burocrática, política y administrativa, y de un creciente profesionalismo político por parte de los militantes y los cuadros políticos que lleven adelante el proceso de profundización y transformación. Es por eso que el famoso trasvasamiento generacional exige a los jóvenes que ocupen espacios políticos, estudio, autoperfeccionamiento y una concepción política e ideológica capaz de revisar las tradiciones culturales que atraviesan nuestra historia. 
Hasta aquí hemos llegado. Ir por más requiere un salto de creatividad épico. 
Porque épica es la "transformación permanente". Seguir redistribuyendo la riqueza –saturada la capacidad de incluir desocupados al mercado– sugiere una puja distributiva fenomenal, llevar adelante un control minucioso y policial de la cadena de costos o una inversión descomunal por parte del Estado y de las empresas privadas, por ejemplo. 
Pero como no sólo de pan vive el hombre (y la mujer), en una misma situación se encuentra el procesamiento de las demandas de la sociedad y el reparto de incentivos sectoriales para continuar con la acumulación hegemónica de voluntades. El desafío, en este sentido, consiste en encontrar la forma de interpelar a nuevos sectores de la sociedad sin perder el núcleo de identidad básica del kirchnerismo. Como ampliar la base de convocatoria sin perder, al mismo tiempo, intensidad y profundidad en las convicciones. 
El reto es enorme porque hay una forma kirchnerista de decir, de interpretar y de interpelar ya instalada en la sociedad argentina. Ya existen, incluso, lugares comunes de esas maneras, como si se tratara de barroquismos kirchneristas que pierden sentido al ser enunciados una y otra vez. Ocurre algo similar al juego infantil de repetir palabras hasta que estas carezcan de sentido. Por lo tanto es necesario, también, renovar los significantes, las palabras, los discursos y hasta las verdades de las cuales uno está convencido. 
Incluso debería poder deshacerse de algunas lógicas como la de amigo-enemigo que hoy son más útiles para la oposición que para un gobierno con vocación hegemónica. La estrategia del kirchnerismo hoy debería ser dispersar las opciones, ofrecer distintas alternativas de sí mismo, pluralizarse, complejizarse. La simpleza ramplona del "Que se vaya", del "Ella o nosotros" o del "Son todos chorros" es un recurso efectivo para grupos minoritarios rencorosos –tanto de derecha como de izquierda– alimentados ideológicamente por personajes del pseudo-progresismo antipolítico que de hombres y mujeres con responsabilidad estratégica. La confrontación parece buena herramienta para acceder al poder, pero parece autodesgastante para mantener el poder obtenido.   
El año que concluye ha sido difícil. Los exorbitantes vencimientos de la deuda externa y la crisis internacional se conjugaron para que Argentina tuviera un panorama complicado pero que ha sorteado con muchísima dignidad. El 2013, según todos los pronósticos, parece ser más aliviado en términos económicos pero, por tratarse de un año electoral, es posible que sea barullero en el ámbito político. Leopoldo Marechal decía que de los laberintos se sale por arriba. Es una buena solución para el Modelo kirchnerista. 
¿Qué significa esto? Instalarse una vez más por encima de las minucias cotidianas y proyectar a futuro: hablar de modernización, de progreso, de crecimiento, pero también encontrar nuevos discursos teóricos que contengan el salto cuantitativo con interpretaciones cualitativas. Y en términos económicos pensar y desarrollar, un megaplan, algo así como un Plan Quinquenal de Obra Pública monumental, que permita revolucionar la infraestructura a lo largo y a lo ancho del país. Un proyecto de inversión que incluya y obligue a gobernadores e intendentes a cohesionar la matriz energética nacional –acoplando la generación hidroeléctrica, la eólica y la nuclear–, a construir las autovías necesarias –la 14, la 7, la 3–, recomponer la vía ferrocarrilera, desempolvar el proyecto del tren rápido a Córdoba, erradicar la infraestructura de la pobreza y la indigencia construyendo viviendas, pavimentando calles, construyendo cloacas y redes de gas para los barrios carenciados de todas las localidades del país. Y agregaría, también, que es hora de pensar en serio una mayor regionalización productiva y una descentralización de la Ciudad de Buenos Aires.
Los procesos políticos tienen un principio, un desarrollo y un final. Tarde o temprano se produce ese declive por cuestiones etáreas, generacionales, de producción de ideas. Por conformidad a los cambios producidos, por cansancio, por decenas de factores. Pero hay una forma de aumentar ese tiempo de permanencia: elaborando una política de "transformación permanente". Y el kirchnerismo hasta ahora ha sido justamente eso.
*Publicado en Tiempo Argentino

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