jueves, 23 de agosto de 2012

LA PATAGONIA AGROINDUSTRIAL

Por Ing. Enrique Martinez*

La Presidenta ha dicho hace poco que le entusiasma la idea de ver equipos de riego en la Patagonia, habilitando la siembra de granos. La frase puede pasar como una expresión de deseos de alguien que quiere su terruño adoptivo, pero sin embargo resulta valioso usarla como pie para algunas reflexiones sobre la agroindustria en el sur argentino.

Como introducción podría acordarse rápidamente que buena parte de la Argentina – el sur muy en especial – debe sobrellevar el pecado original del gran potencial productivo de la pampa húmeda. Esta diferencia de aptitud natural ha llevado con los años a reducir las expectativas de algunas regiones, concentrando más y más la mirada en las zonas de mayor productividad. Los maíces nativos del noroeste o los maíces de ciclo corto del sur de la provincia de Buenos Aires, por mencionar solo un par de ejemplos, han debido soportar la comparación con alternativas trasladadas desde el modelo de la zona núcleo y muchas veces han perdido.
El desmonte generalizado del Chaco santiagueño al norte, para instalar la cultura sojera de bonaerenses o cordobeses, es también conocido como problema ecológico serio, presente y futuro.
Con la Patagonia el tema es distinto. Los rigores de su clima no superan los de regiones europeas o canadienses de latitud equivalente y en estos últimos lugares hay toda una gama de alternativas agrícolas que en nuestro sur casi no se están hoy, a pesar de contar con ríos caudalosos que día a día llevan al océano muchos miles de metros cúbicos de agua dulce.
Cuando un visitante llega a Trelew o Trevelin, por caso, con alguna mirada curiosa que le permita hurgar en la historia, descubre los antiguos molinos harineros o de procesamiento de legumbres, que se nutrían de materias primas locales, en un todo coherente con la tradición cultural de inmigrantes que vivían en latitudes simétricas en el hemisferio norte. Quienes hoy buscan recuperar estas prácticas, no encuentran ni el eco público ni el entusiasmo de los compatriotas consumidores que les permita consolidarse.
La lógica de la especialización exportadora, propia del neoliberalismo, invadió hace años todos los espacios y resulta ahora complicado superarla, incluso cuando se hace el cambio de escala al ámbito nacional.
Para qué producir trigo en Trevelin, se podría decir, con 2000 kg/ha de rendimiento, si en Tres Arroyos se puede producir con más del doble de ese rendimiento. Para que instalar allí un molino integral cuya producción abastezca media docena de pueblos, cuando hay mega compañías que garantizan el abastecimiento nacional desde Buenos Aires.
Las dos preguntas, sin embargo, tienen respuesta y no en términos folclóricos o nostálgicos, sino en términos económicos. Si el retorno económico de sembrar trigo en los valles de Chubut y molerlo allí mismo, es positivo, aunque sea de menor cuantía que emprender esa misma tarea 1000 kilómetros más al Norte, cualquier comunidad y cualquier gobierno debería despojarse de los prejuicios neoliberales heredados y auspiciar el proyecto. En efecto, no se trata de optimizar negocios. Se trata de construir en cada lugar tejidos productivos sustentables, que cuando puedan, aseguren que se satisface con bienes de origen local las necesidades más básicas. Eso significa trabajo permanente, auto estima superior, tiene implicancias sociales claras además de las mercantiles.
La Patagonia agroindustrial tiene por delante la obligación de lavar, hilar y tejer la lana que produce, a la cual todavía se filma orgullosamente – lo cual es un error – en una secuencia de esquila, enfardado sin lavar y carga a los barcos de exportación. O tiene la posibilidad interesante de aprovechar las condiciones para producir frutas finas de excepción. Pero además, cambiando el foco desde la especialización exportadora hacia la producción para el mercado interno, tiene la posibilidad – y la obligación social – de producir las hortalizas que consumen los fueguinos, en invernaderos calefaccionados con el gas natural que allí se produce en abundancia; producir trigo duro de invierno o colza aceitera utilizando el riego que soñó la Presidenta en los valles de Santa Cruz o Chubut; del mismo modo producir forraje regional para alimentar vacas lecheras con las que abastecer a la población al sur del Río Negro.
Se puede y se debe. La tecnología está. Hasta podemos tener en cuenta, en tiempos de presidencialismo fuerte, que la Presidenta lo imaginó.
*Publicado en el Blog Propuestas Viables

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