miércoles, 9 de junio de 2021

CORRELACIÓN DE FUERZAS

Imagen de "Revista Anfibia"
Por Roberto Marra

Una de las frases que siempre están a flor de boca de muchos dirigentes políticos, es aquella de “...no nos da la correlación de fuerzas...” Esto se dice, comunmente, ante la eventualidad de tener que tomar una decisión frente a lo que se presenta como una necesidad derivada de la situación social, económica y/o política. Y tiene su sentido lógico, cuando quienes conducen un gobierno popular se ven atosigados por los eternos enemigos de los cambios reales, esos conservadores que nunca dejan de poseer el suficiente poder como para contrarrestar las medidas que se pudieran intentar imponer en pos de solucionar los problemas más acuciantes de la población.

También está aquello de ver el momento como una “etapa de construcción de poder” o de “recomposición de fuerzas”, definiciones que sirven de base a la postergación de la ofensiva contra los principales agentes de los males que sufren las mayorías esperanzadas en los cambios que fungieron de atractivo para la decisión electoral. De nuevo, suena racional plantear esto cuando se viene de una etapa de profunda caída de la conciencia colectiva, de una consolidación de imaginarios negativos hacia líderes y doctrinas, que resultan el caballito de batalla de los malversadores de noticias diarias y sus cómplices judiciales.

Las decisiones tomadas con estas prevenciones, sin embargo, también pueden terminar siendo, con su repetición en el correr del tiempo, en los verdaderos obstáculos para retomar alguna vez el camino de las modificaciones profundas que la historia nos entregó a medio hacer, o directamente destruídas. El acostumbramiento a la existencia de los impedimentos programados desde el Poder Real, puede desarrollar una especie de permanente actitud defensiva que impida desafiar el destino que aquel pretende fijar como irreductible. Esperar el momento oportuno, “desensillar hasta que aclare”, puede que convierta al gobierno en cuestión en su eterno títere involuntario, en la pieza descartable de un ajedrez cuyas jugadas nunca las decidan los auténticos representantes del Pueblo.

Los poderosos saben todo esto, porque son sus promotores. Saben también que la ciudadanía ávida de cambios reales, se llenará de decepción, de broncas y desesperaciones, que nunca son buenas consejeras en la toma de decisiones. Los enojos con el gobierno que no termina de “tomar el toro por las astas”, también son herramientas que el Poder tiene a su alcance para continuar con su tarea depredadora hacia el futuro. La multiplicación infinita de críticas por los medios hegemónicos, son un caldo de cultivo para el alejamiento de gran parte de la ciudadanía, poco habituada a la reflexión y el uso racional de sus experiencias anteriores.

Para completar el cuadro de dramatismo y la complejidad en las tomas de decisiones, la pandemia. Este “agregado de valor” al efecto buscado por los poderosos en poner freno a las medidas que intenten promover los cambios reclamados por la población, hacen del momento actual un verdadero “cuello de botella”, una atasco peligroso en la imprescindible senda del desarrollo positivo de la economía y su fin supremo: la construcción de la ansiada Justicia Social.

Es verdad que un estadista, un líder auténtico, tiene la obligación de analizar cada probabilidad en cada uno de los temas a resolver. También es cierto que debe hacerlo con un oído siempre en el Pueblo, como modo de corresponder sus decisiones con las demandas siempre postergadas con disculpas de oportunidades mejores. Se juega, a cada instante, el hambre condenatorio de millones de niños y niñas a la pauperización denigrante, los sueños de centenares de miles de familias por contar con un techo digno sobre sus cabezas, el abandono de la escolaridad a cambio de la sobrevivencia callejera por un mendrugo diario, todo enfrentado con la repugnante acumulación de riquezas de unos pocos “ganadores” de esta “enfermedad” socio-económica llamada neoliberalismo.

Hay momentos para el análisis y tiempos para las acciones. Hay algunas que pueden esperar oportunidades más propicias, pero las hay impostergables y decisorias para el verdadero triunfo popular. Establecer la hora en que se apriete el acelerador de este colectivo que funciona con el combustible de viejas esperanzas de Justicia Social, no es tarea para ineptos, ni simples especuladores y mucho menos para timoratos. Tampoco para aventureros y jugadores de póker que juegan todo sin considerar los daños colaterales, estrellando el futuro posible contra la pared de la inconciencia retardataria.

Existen muy pocos y pocas capaces de conducirnos al lugar soñado, al umbral donde comienzan los tiempos felices de la construcción libre de ataduras imperiales y de las riendas acaparadoras de los engreídos dueños de casi todo. Pero no lo podrán lograr jamás solos, sin el protagonismo consciente de la mayoría de la sociedad, segura de la importancia de su participación y convencida de que sus viejos sueños verán la luz, cuando por sus actos valientes desaparezcan los obstáculos que nos colocan a cada paso los eternos enemigos de la felicidad popular.

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