martes, 26 de abril de 2011

RÉPROBOS, DESMEMORIADOS Y BUENOS


Por Gustavo Daniel Barrios*

Andaba yo por la avenida San Martín, una al sur de 27 pasando por el costado de la curva 1ª Junta, o sea calle Gálvez, una noche, y empiezo a oír la voz del pastor Carlos Anacondia, bramando en la cancha de Central Córdoba, próxima al lugar. Sé que es él porque había visto yo un aviso por la tarde... Me alejo meditando en lo que había oído, mientras voy en dirección opuesta del Estadio Gabino. Suelo analizar en esos momentos que la gente escapa del Imperio Romano, vigente y perpetuado en el Vaticano y su extendida iglesia católica; la gente escapa del oscurantismo para ir a parar a las casas de los cánidos protestantes. Es peor el remedio que la enfermedad. La agresividad del pastor Anacondia generaba  escozor. Se percibía al tacto el desprecio de él por la condición humana de sus seguidores. Regreso a los 20 minutos o un poco más, ahí mismo a San Martín y Gálvez, y vuelvo a oír al Este de 1ª Junta a la serpiente Anacondia. Bramidos suyos infundiendo el miedo, el desgarro, a la población indefensa en Central Córdoba. En un momento pensé que podían llegar a tomar rehenes. Hay cierta fantasía de uno en determinadas situaciones. Me digo, este se baja del escenario con sus bandidos y empieza a tomar rehenes. La impresión era esa.
     Recuerdo esto de las poblaciones cautivas cuando escucho las palabras de la Presidenta, ricas cual trufas o uvas, diciendo que a veces es la ignorancia de años de sometimiento y coloniaje cultural, lo que oscurece la mente de las personas que aceptan callados el discurso mórbido de las corporaciones cipayas, sin capacidad de mensura o comprensión del contexto. Lo decía con otras palabras.
     Muchos peronistas fueron engañados por ejemplo. Este tiempo político le sirve al peronismo para purgar sus cavernosidades. Cuánto se beneficia el mismo de vaciarse de Pedrazas y Adolfos y Romeros que no son precisamente Arnulfos. Yo le comentaba a un pariente que la vastedad de este movimiento le permite conservar al mismo su esencia siempre, pero que el radicalismo no tiene matices. Todo el partido centenario es hoy la derecha extrema. Justo cuando un premio Nóbel de economía elogiaba a Cristina en Olivos, por la eficacia y las bondades del modelo, que se enlazaba también a la razonabilidad de Ángela Merkel -ella reconoció lo justo de haber decidido quitarle al FMI la injerencia de antes, y hacerlo en forma definitiva-, algo pasaba en el Congreso.  Las palabras de Joseph Stiglitz en Olivos también expresaban algo parecido al reconocimiento –harto afectuoso- de Oliver Stone, efectuado desde la veteranía de alguien que sabe cuánto hemos sufrido.  Justo en esos días o en esas horas, en el recinto de sesiones del Congreso, bramaba uno que no es pastor evangélico.  Como lanzando espuma Oscar Aguad gritaba que ellos –los A-, hacía tiempo que le venían pidiendo al Gobierno que  cambie el rumbo de la economía. Lo hacía con la convicción del que le pide hoy al gobierno español o griego o portugués o irlandés, que se conviertan a la Doctrina de los países soberanos y populares. Y resulta que nosotros, la Argentina o el Brasil, somos el ejemplo que podría invocar un legislador en los recintos de una particular Europa que se consume. Oscar Aguad lo vé todo al revés. Luego Ernesto Sanz es con todo su partido, sostenedor de la propuesta de un 82 % móvil sólo existente en Luxemburgo, pero agregándole Sanz además la opinión de retenciones 0 a la exportación. Eso produciría la instantánea quiebra del país, todo el derrengamiento de la cobertura social, la inflación imparable, y la desintegración nacional hasta el tercer mundo absoluto. Acaso una ulterior libanización. Y está dispuesto a reintegrarle el gobierno del país a Héctor Magneto y su madrina, Ricardo Alfonsín, y sin pataleos, uno lo deduce con facilidad. Como broche de estas situaciones además se habrían quedado con Canal 7, Radio Nacional, canal Encuentro y demás. ¿Qué sería de este país?
     Una mujer quedó hemipléjica; un joven militante perdió la vida. Balas del peronismo disidente; ningún arrepentimiento.

     Tiene razón Cristina cuando dice que muchos acólitos opositores son víctimas del coloniaje cultural, que los desquició. Porque el ser humano confundido tiene que pensar que en él vive lo que es hermoso, aun cuando esté caminando por los bajos fondos. Escuché yo de un gringo una rara confesión una vez: “Que los ambientes laborales controlados por italianos son opresivos.” Incluso he oído teorizar a alguien más sobre esto, y de hecho la indagación sociológica existe formalmente. Pero hay que entender aquí que Italia es como el peronismo, tiene lo mejor y lo peor. Cuando digo esto digo lo que es sublime y perfecto como el Arco Iris, y también lo que es aborrecible como un cartel de drogas.
     Yo, siempre embelesado con el españolismo de orden romántico, pienso a veces en la sinécdoque de los gaitas. Los gallegos comprenderían todo el universo español. Pero a partir de la gaita gallega, el instrumento músico celta por excelencia –que en Galicia tiene culto ancestral-, los gaitas comprenden -la expresión claro-, a todos los países españoles. Claro que a disgusto de los de Euskadi y Catalunya, no tanto otros, pero comprendería el vocablo gaitas al conjunto de la españolidad, que están centrados en el poema del Cid o en el Arcipreste de Hita, como delineadores de su personalidad más profunda y fundante, pero no hay país más golpeador de la mujer que España. Y es salvaje el machismo español.
     Yo me compuse un modesto árbol genealógico, y a partir de eso conozco de mí ocho apellidos; todos españoles. Pero estoy afiliado al club internacional anti-machista libérrimo, o intransigente. Debo reconocer la relatividad de los fenómenos. Porque todos somos iguales en verdad. El argentino, criollo aborigen inmigrante, cualquiera sea, es un sujeto lúcido de modo singular, solidario hasta el borde de los primeros cristianos, chanta y manipulador hasta el borde de la perdición. Por eso creo que esta fisonomía nacional debe hallar la simpleza de no sentirse imprescindible, único, sino más bien indagar en un enriquecimiento de la propia idiosincrasia, para hacerla menos abisal, y más abierta al universalismo. Se precisa una universalidad que permita contemplar la misteriosa otredad, de modo que le demos paso a la experiencia receptora de lo mejor de todo lo demás. Hemos pasado por muchos peligros, y todavía hay pruebas intensas, sobre todo pensando en este año electoral. Debió existir en nosotros cierto relajamiento moral en otro tiempo, sino cómo explicar el prestigio de los que son apátridas.

*Miembro del Centro de Estudios Populares                         

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