La reducción paulatina del superávit comercial plantea desafíos de mediano plazo para ser tomados en cuenta al momento del diseño de la política económica. Cuáles son las alternativas que ven los especialistas para enfrentar la situación.
No es sostenible
Por Marina Dal Poggetto *
El modelo adoptado a la salida de la convertibilidad, de dólar alto,  salarios bajos y elevada competitividad de la industria, ha cedido su  lugar en los últimos años a uno basado en un dólar en rápido proceso de  apreciación, salarios altos y crecientes en moneda dura, y la  consecuente pérdida de competitividad de los sectores productores de  transables. El aumento de los salarios en dólares es una situación ideal  para la política, cuando a diferencia de la convertibilidad, ésta  coincide además con un bajo desempleo y transferencias crecientes a las  familias (Moratoria Previsional y Asignación Universal por Hijo).
Lo cierto es que el inédito contexto internacional, caracterizado  por tasas bajas en el mundo desarrollado, precios de las materias primas  muy elevados y un dólar débil en el mundo, ha permitido financiar este  esquema hasta niveles nunca vistos en la historia. La decisión de  desendeudar al país, parte renegociando agresivamente la deuda en  default, parte licuando vía el manejo del CER la deuda indexada y parte  cancelando primero con superávit fiscal y más tarde con cajas  alternativas como las Reservas del BCRA y la Anses (también posible por  el propio contexto mencionado), contribuyó a estirar el horizonte. Hoy,  el gasto público entre Nación y provincias alcanza a 40 por ciento del  PIB –10 puntos más que en los ’90– y el nivel de importaciones por  habitante equivale a 1,6 vez el de 1998, el mejor año de la  convertibilidad.
La pregunta es si este esquema es sostenible, o en algún momento  reaparecerán en la economía argentina las restricciones que  caracterizaron la historia previa. Precisamente, la novedad de los  últimos años es que el fortísimo crecimiento de la economía registrado  desde mediados de 2002 –con apenas un tropiezo en el año 2009 en medio  de la peor crisis internacional desde 1930– convivió con cuentas  externas superavitarias. Es más: la salida de capitales registrada desde  mediados de 2007 fue financiada directamente con dólares que la  economía había generado previamente a través de la cuenta corriente. Y  el pago con reservas de la deuda pública en 2010 fue compensado  totalmente durante el mismo ejercicio con los dólares del comercio.
Sin embargo, este superávit de las cuentas externas tiende a  achicarse a pasos muy rápidos. A pesar de los intentos de la política de  moderar vía licencias no automáticas el desequilibrio estructural  creciente de dólares de la industria, es factible alcanzar resultados  deficitarios en los últimos meses de 2011. Amén de que cuanto más se  cierra la economía, la efectividad del ancla cambiaria para contener la  suba en los precios se reduce en una situación de elevada utilización de  la capacidad instalada. Cabe recordar que las importaciones y la  cogestión –sobre todo en servicios públicos– han sido a lo largo de los  últimos años los dos mecanismos adicionales de reacción de la economía  que ayudaron a limitar una mayor aceleración de la inflación, frente al  enorme impulso al consumo.
Evidentemente, la nominalidad creciente que ha alcanzado la economía  en los últimos años –gasto público a más del 30 por ciento, salarios  entre 25 y 26 por ciento, precios al consumidor al 21-22 por ciento y  dólar al 5 por ciento– no es sostenible, a menos –claro está– que el  mundo vuelva a sorprender con un nuevo salto en el precio de la soja que  vuelva a estirar el horizonte. No parece el escenario más probable, más  bien al contrario, teniendo en cuenta que en algún momento de 2012 es  factible encontrar la política monetaria en EE.UU. empezando a retirar  los estímulos monetarios que han contribuido al escenario actual.
Sin embargo, la desaparición del superávit de las cuentas externas  no significa necesariamente que sea el fin de una época. ¿Por qué no?  Básicamente, porque la convergencia al equilibrio se da desde arriba y  porque el margen de maniobra para manejar la política económica sigue  siendo elevado. Todavía no se abrió el crédito internacional, ni tampoco  se han utilizado las herramientas típicas de la política económica para  intentar moderar cualquier cambio de portafolios hacia el dólar. En  particular, la tasa de interés que remunera el ahorro hoy en la  Argentina es la mitad de la inflación (11 vs. 21,5 por ciento).
¿Será la política en 2012 capaz de recrearse y reinventar hacia  adelante un modelo de desarrollo, utilizando las herramientas  disponibles y aprovechando el contexto internacional que, a pesar de  todo, todavía va a ser beneficioso? ¿O viajará en algún momento a una  corrección cambiaria no gradual para evitar la toma de decisiones  explícitas que en general cuesta enfrentar? Hoy no estamos cerca del  límite, y la recta por la que se viaja a fondo parece interminable. No  lo es.
* Economista y directora de Estudio Bein & Asociados.
No hay amenazas
Por Esteban Kiper *
El desempeño macroeconómico de la Argentina desde 2003 ha sido  notable. El PIB en esta etapa se expandió a tasas nunca antes  observadas, se redujo la deuda pública y externa, se multiplicaron las  reservas internacionales en poder del BCRA, el empleo y los salarios  reales crecieron muy velozmente, se diversificó la estructura productiva  y la economía capeó muy bien el temporal de la crisis financiera  internacional, permitiendo que el crecimiento retomara su marcha apenas  unos trimestres después del impacto.
Algunos aspectos de la configuración macroeconómica que  caracterizaron este episodio de crecimiento acelerado han mutado desde  la salida de la crisis financiera internacional, y han empezado a  disparar interrogantes sobre la sostenibilidad del crecimiento  económico. En esta nota se argumenta que el crecimiento es sostenible y  que no se avizoran crisis en el horizonte. Sin embargo, de no  profundizarse la intervención del Estado en la planificación del  desarrollo económico, dicho crecimiento irá cambiando de perfil y  perdiendo el potencial desarrollista que lo ha caracterizado.
Son tres los elementos señalados con preocupación por los analistas  de la city a la hora de pronosticar próximos descalabros: la inflación,  la reducción del superávit en cuenta corriente y la reducción del  superávit fiscal. Señalaremos en primer término por qué estos tres  elementos no representan una amenaza en el corto plazo para el  crecimiento económico.
La inflación no se está acelerando, y si bien es mayor que en los  otros países latinoamericanos, no parece estar afectando las decisiones  de inversión, el crecimiento del empleo y los salarios reales, ni el  aumento del consumo.
El superávit en cuenta corriente se está estrechando en los últimos  trimestres, y de seguir esta trayectoria podría tornarse deficitario en  2012. Sin embargo, un déficit en cuenta corriente no implica el  desencadenamiento de una crisis. La economía argentina tiene margen para  mantener una cuenta corriente deficitaria al menos un lustro. Las tasas  de interés internacionales están cerca del mínimo, el nivel de deuda  externa es bajo y las reservas internacionales están en niveles  elevados.
Finalmente, la reducción del superávit fiscal no representa un  problema en sí mismo. La deuda pública, si se descuentan las  obligaciones intrasector público, son muy bajas y demandan un menor  superávit primario para ser afrontadas. Y adicionalmente, el Estado,  habiendo salido definitivamente del default, tiene margen para  refinanciar vencimientos de capital a tasas razonables.
Estas consideraciones indican que la continuidad del crecimiento no  está en riesgo. Sin embargo, existen algunos elementos que de no ser  abordados activamente irán cambiando progresivamente el perfil de dicho  crecimiento, y en el mediano plazo podrían generar un incremento en la  vulnerabilidad externa.
El principal problema de la economía, desde nuestra perspectiva, es  la progresiva pérdida de competitividad que resulta de la combinación de  un tipo de cambio cuasifijo, una inflación superior a la de nuestros  socios comerciales, y un aún insuficiente set de políticas de estímulo  directo al desarrollo. La pérdida de competitividad tiene múltiples  efectos. Sesga el crecimiento hacia sectores que tienen un menor  potencial desarrollista (bienes y servicios no transables) y desalienta  la diversificación productiva (el surgimiento de nuevos sectores  dinámicos). Induce menores ganancias de productividad y genera empleo  menos calificado y peor remunerado. Estimula más el consumo y la  construcción que la inversión productiva. Empuja el crecimiento de las  importaciones y no promueve nuevas exportaciones, contribuyendo por ende  de forma negativa al saldo en cuenta corriente –que si bien en el corto  o mediano plazo es financiable, en el largo plazo podría inducir el  incremento del endeudamiento externo privado y/o público y una mayor  fragilidad externa y financiera–.
Revertir la tendencial pérdida de competitividad demandará políticas  públicas aún más activas. En este sentido se podría pensar en un rol  más protagónico para el financiamiento del desarrollo y de las  exportaciones; una intervención más activa en los conflictos  distributivos orientada a preservar la competitividad cambiaria; el  fortalecimiento de la infraestructura en función de las necesidades del  sector productivo; la coordinación de planes de inversión estratégicos  desde los directorios de las empresas con participación estatal y el  sector público; una política más profunda de sustitución de  importaciones; una ampliación del esquema de retenciones orientado a  incentivar la agregación de valor en Argentina; la promoción de la  inversión extranjera directa con criterios estratégicos; y la  exploración de nuevos acuerdos comerciales que permitan ganar nuevos  mercados.
* Economista de AEDA y UBA. 

 
 
 












 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
No hay comentarios:
Publicar un comentario