viernes, 19 de septiembre de 2025

UN SOLO DEMONIO

Por Roberto Marra

Las denominaciones de los hechos tienen una importancia fundamental para construir relatos que se correspondan con la realidad. Las palabras adquieren contundencia cuando se tamizan a través de la relación histórica con esa realidad en la que se las entretejen. La coherencia es la principal virtud de quienes intentan describir el complejo rompecabezas de la geopolítica, máxime en tiempos donde los hechos se muestran despojados de todo eufemismo por parte de sus partícipes principales.

Por eso, cuando durante años se vino luchando contra la tristemente célebre “teoría de los dos demonios”, tan cara a los intereses del Poder Real, se invocaba la imposibilidad de considerar a los genocidas de la última dictadura cívico-militar-eclesiástica como un “bando” que peleaba con otro “bando”, que no eran precisamente “los terroristas” que tanto nombraban los asesinos de entonces (y sus sostenedores económicos), sino todos los ciudadanos que se atrevieran a pensar y luchar por los derechos más básicos de la sociedad.

Ahora, frente a los genocidas del estado de Israel, ese engendro geopolítico creado por EEUU y la OTAN en Asia occidental hace casi ochenta años, cabe la lógica aplicación del mismo rechazo a esa teoría proveedora de razones para los infanticidas destructores de ciudades con sus habitantes dentro, desatando un infierno frente a nuestros sentidos con la “disculpa” de su lucha contra “el demonio” llamado Hamas. Ese “demonio”, creado por el propio Israel en su momento (hecho reconocido por sus gobernantes) para contrabalancear la capacidad de lucha del pueblo palestino por su liberación, se convirtió en una especie de “piedra en el zapato” para la construcción de su hegemonía regional absoluta, que ahora está a punto de hacer realidad a través de la desaparición, lisa y llana, de toda una etnia.

Entonces aparecen los líderes de otros países, no involucrados directamente en el genocidio, que intentan mostrar ciertos modos empáticos hacia la población agredida, pero siempre a través de considerarla “un bando” dentro de un “conflicto”. Se subsume una parte en el todo, se amalgama el todo con unas formas descriptivas de la realidad falsificadas por el hegemón mundial, y se termina por justificar, por detrás de un discurso de apariencia pacifista, la matanza de decenas de miles de personas, incluyendo decenas de miles de niños, en nombre del derecho a la existencia de un estado que nunca necesitó haberse creado, si no fuera por los intereses de los poderosos planetarios de entonces y de ahora.

Ante los hechos consumados y establecidos a fuerza de balas e invasiones permanentes, el Mundo terminó aceptando lo que no debió. Pero los ladrones de tierras y vidas ajenas redoblan su juego macabro, aplastan las conciencias a través de sus medios masivos de desinformación y construyen un relato que es tomado incluso por aquellos y aquellas líderes que, se supone, tienen mayor capacidad analítica para comprender la brutalidad que se les transmite.

En nombre de “la paz”, elevan sus voces como estertores de un mundo fracasado y desfalleciente, prestos a acompañar los devaneos falaces del imperio y su socio genocida regional. En nombre de la “equidistancia” entre posiciones geopolíticas, discursean a favor de ciertos personajes locales que otrora jugaban a favor de la “teoría de los dos demonios”, cómplices directos de aquel “holocausto” local que generó la monstruosidad social que padecemos hasta ahora mismo. Acompañando resoluciones livianas “para terminar con el conflicto”, se acercan peligrosamente a los generadores y apañadores del genocidio, que terminan ninguneando con frases de conveniencia salvadora de los sionistas que parecen dominarles sus opiniones.

Flaco favor se les hace a los perseguidos de aquellas tierras donde, hace más de dos milenios, nació un hombre que intentó crear una sociedad de hermandad suprema, traicionado entonces como ahora se traicionan sus principios. Inútil especulación basada en viejos contubernios que siempre conducen a los fracasos políticos de los que nadie termina por hacerse cargo nunca. Ridícula primarización del pensamiento de una “tercera posición” que nunca puede implicar la aceptación de una masacre superior, incluso, a la sufrida por el pueblo judio durante la segunda guerra mundial del siglo XX.

No puede haber medias tintas en la denominación de los hechos. No debe haber especulación en medio de las masacres genocidas. No es posible aceptar una discusión de la existencia de “dos estados”, cuando uno de ellos posee hasta armas atómicas y el otro, “piedras y palos”. No debemos aceptar la realidad sólo porque esté construida por los poderosos. Es tiempo de hablar de ciertas cosas, asumir los roles dirigenciales con la altura que las circunstancias del horror padecido demandan, y actuar con la consciencia a flor de piel, atreviéndose a mirar los ojos de los niños mutilados transitando la desolación de un futuro que ya no tendrán, sólo por favorecer los intereses de los asesinos que matan en nombre de un Dios que ni siquiera conocen.

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