Resulta ensordecedor el silencio de los dirigentes del peronismo sobre el genocidio de Israel en Palestina. Tal vez no se hayan dado cuenta que son miembros del mayor Movimiento Nacional y Popular de nuestra historia, cuyos principios doctrinarios hacen de la solidaridad uno de los elementos más importantes a la hora de definir posicionamientos frente a sucesos de tal magnitud. O puede que estén demasiado ocupados en pergeñar listas de candidaturas para las próximas elecciones, cosa muy válida, pero demasiado menos importante que la muerte cotidiana de decenas y hasta centenas de ciudadanos inermes bajo el fuego de la maquinaria bélica de los “hitleres” de nuestra época. Tal vez tengan temores de, en caso de llegar a gobernar nuevamente a la Nación, no contar con el apoyo de los sionistas que manejan importantes resortes financieros y económicos en el Mundo. Hasta podría colegirse que no son tan peronistas como dicen, porque no se posicionan con la firmeza decisoria que nos legara Evita, para quien jugarse era lo cotidiano y ser revolucionaria, lo imprescindible.
¿Pueden dormir tranquilos después de observar por las redes los cadáveres de los niños mutilados, los llantos de los padres y las madres ante los restos humeantes de los martirizados en nombre de un dios amañado a los intereses de quienes lo inventaron a la medida de sus obscenas necesidades? ¿No hay nada para decir sobre estos hechos cuya inhumanidad rebelan hasta al más calmo de los humanos? ¿Se pueden seguir auto-considerando “líderes”, siendo que callan sobre semejante oprobio? ¿Creen que su rol es el de transar con semejantes enemigos de la vida, ocupantes de tierras y memorias, belcebues de un infierno que gozan y promueven? ¿Se atreven, estos dirigentes, a concurrir a las iglesias a rezar ante la imagen de quien naciera en aquel territorio invadido salvajemente por una maquinaria genocida que repite, dos mil años después, la historia de un martirio que nunca terminó?
No hay paz posible en aquellas tierras, mientras el genocidio sea mirado sin ver. No habrá fin de estos dolores imposibles de dimensionar, en tanto la humanidad siga su camino de derrota moral por no observar semejante horror con los ojos de la pasión solidaria. No puede haber peor fracaso que el de dejar pasar esta ignominia sin pronunciarse con la vehemencia que demanda su volúmen martirizante. Son tiempos de definiciones claras, de tajantes posicionamientos, de irreductibles firmezas ante la brutalidad más repugnante. No hacerlo, sólo demuestra el grado de putrefacción al que nos dirigimos, el pozo ciego de las almas desde donde el regreso ya será posible, porque el diablo mismo nos habrá habitado.
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