Por Roberto Marra
Darse vuelta en el aire, ya no es cosa sólo de gatos. Muchos y muchas periodistas también adoptan esa capacidad resiliente de los felinos. La diferencia radica en los motivos que los impulsan. Los nobles animalitos sólo manifiestan el lógico instinto natural de salvar sus vidas, mientras que los humanos dedicados a la (hoy en día) no tan noble profesión..., también. Lo que de seguro marque la diferencia con los gatunos, es la especulación, esa presencia permanente en los redactores de noticias, los difusores de novedades, los escritores de opiniones que forman parte del alimento cotidiano de las personas para conocer la realidad y sus trasfondos.
Rápidos como “el correcaminos” de la vieja serie de dibujos animados, corrigen sus viejas concepciones para trocarlas por otras que se adecúen a las circunstancias nacidas al calor de las elecciones y sus vencedores reales o aparentes. Los discursos se modifican al ritmo de las sandeces expresadas por un ganador un tanto inesperado o, al menos, no en las dimensiones que lo logró. Las negativas ponderaciones previas ya las borraron de sus notas, donde ahora resuenan como positivas las brutalidades semánticas del contorsionista de la politiquería más obscena.
La exageración del “democratismo” de algunos escribas, suena como a demasiada impostación de defensa o encubrimiento de los “valores” que arrasan con la lógica (de verdad) democrática, los “versículos” del “mesías” autodenominado “libertario”. Entrevistas a ese personaje o a sus acólitos, son una letanía de provocaciones y repreguntas tan obsecuentes como inoperantes para desentrañar a los trogloditas en cuestión. El chupamedismo es una marca difícil de erradicar del periodismo en general, cuya predisposición a asegurarse las sillas en las redacciones puede más que la búsqueda auténtica de la verdad.
Demasiada pasividad, extrema mansedumbre, hacen de las entrevistas o los comentarios una vulgata de ocasión, una muestra no gratis del gatopardismo periodístico, envuelto en maniobras alejadas de las necesidades populares, pero sabedoras de la idiosincrasia de sus receptores. Las pantallas y los parlantes actúan como somníferos de las conciencias, hundiendo todavía más a la sociedad en devaneos con sus verdugos, a quienes ya se los trata como “salvadores” de los “populistas” que no cumplieron con sus promesas.
“No aclare, que oscurece”, es una frase que, hoy en día, no debiera tenerse en cuenta de manera tan tajante. Las aclaraciones son imprescindibles para comprender esta realidad tergiversada por un enemigo que supo desentrañar el “talón de Aquiles” de un Pueblo sometido al escarnio de una falta de protagonismo que resulta, a la luz de los acontecimientos sucedidos y por suceder, más necesario que nunca. La desmovilización es una de la tareas cumplidas por parte de los arrebatadores de la consciencia popular. Pero las aclaraciones sin contexto explicativo de las razones de los acontecimientos y la aceptación de los errores y los errados (por ser generosos), alimenta también a un enemigo que está cebado y va por todo. Y por todos y todas.
Los “panqueques” periodísticos están en el aire, dándose vuelta de sus monsergas anteriores como si se tratara sólo de palabras. Pero siempre son mucho más que eso. Son combustible de la brutalidad y realimento de la ignorancia, son malévolas parábolas que anulan los entendimientos y convocan a la autodestrucción. Y todo, por conservar sus cargos ante los probables cambios políticos en ciernes. Los más mínimos códigos que hacían de esa profesión una cuestión de honor, han desaparecido, dando paso a una legión de embaucadores de las noticias, notorios representantes de las obviedades y las tergiversaciones, artistuelos de un drama en tantos actos como gobiernos, atávicos personajes del olvido permanente. Más que drama, una tragedia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario