domingo, 20 de agosto de 2023

EL CONTEXTO DE LA MISERIA

Por Roberto Marra

Sobre un colchón raído por el tiempo, tirado sobre el piso de tierra de la tapera que oficia de hogar, intenta dormir un pibe atravesado por el frío y el hambre. A su alrededor se acurrucan como pueden los otros miembros de su familia, intentando calentarse entre ellos con sus propios cuerpos desvencijados por la miseria y todos los tiempos perdidos de sus vidas sin vida. Un tacho de pintura oficia de fogón quemando leña húmeda y olorosa, ahumando todo el espacio de esa cobacha, penetrando los pulmones de muerte y la ropa de olores que se suman a los del abandono. Desde afuera llegan los otros efluvios penetrantes, los de las zanjas cloacales que corren entre las ensortijadas sendas que esquivan los ranchos de sus vecinos.

Cuando se despierten, no tendrán la posibilidad de suculentos desayunos, no habrá tostadoras, ni mantecas, ni dulces, ni leche, ni zumos de naranjas, ni panecillos recién horneados. Un matecocido con yerba vieja será el único “alimento” que los sostendrá hasta que encuentren algo sólido en los contenedores de basura, en sus largas caminatas en busca de desechos que les permita trocar por monedas para el almuerzo o la cena, nunca ambos.

Bolsito al hombro, algunos recorrerán cientos de cuadras para intentar conseguir una “changa” que les dignifique su sobrevida. Como fantasmas caminarán por las calles, transitarán estaciones y recorrerán mil comercios, en busca de la solidaridad de las almas buenas, cada vez menos, cada vez con más temor a sus pedidos. Otros, ya ni siquiera lo intentarán, acobardados por tantos fracasos, y se dejarán llevar de las narices por los capangas narcos del barrio. Seguirán padeciendo sus pobrezas, pero ahora acompañados por un costoso celular y calzados con zapatillas de marca, que serán el alimento a sus almas necesitadas de algún resarcimiento por tanta miseria acumulada, por tanto abandono soportado, por tanta desidia de quienes debieron evitar esos ultrajes a sus vidas, pero prefirieron mirar para otro lado, el costado que redobla la apuesta por la elevación del número de pobres para fantasear con futuros que sólo son pompas de jabón.

Desde algún parlante sonarán las voces de personajes tan oscuros como sus propias vidas, convocando a eliminar a los pobres, a multiplicar sus desgracias, a violentar todavía más sus necesidades nunca satisfechas. Otros pretenderán aplacar tanta vergüenza acumulada con imágenes de esperanzas que suenan increíbles, por haberlas escuchado ya mil veces sin que alguna se cumpliese. Todo les parecerá vacío, alejado de sus realidades escondidas detrás de muros que ocultan sus barriadas pestilentes.

La cartelería opulenta les invitará a poner sus esperanzas en personajes que más se parecen a los de las historietas que alguna vez leen de viejas revistas que encuentran en sus raspajes de contenedores. Ni se imaginan el costo de cada monumental cartel, con el que alimentarían a sus familias por años. Tal vez ni comprenderán cabalmente sus eslóganes convocantes a sufrimientos extras y felicidades imposibles, pero les arrobarán las miradas pretensiosamente audaces de esos payasescos candidatos a dominarlos en el futuro inmediato. Y alimentarán a esos monstruos que prometen mano dura contra ellos, con tal de manifestar sus necesidades olvidadas en algún cajón de los escritorios de quienes antes les prometieron cubrirlas. Y se hundirán en el barro aún más que antes, darán el paso fatídico hacia la muerte más temprana, oscurecerán la escasa probabilidad de sobrevida de su hijos, convirtiendo la que les quede en simple tiempo perdido.

Mientras, del lado de quienes no cumplieron con sus promesas de alimentar y vestir, de proveer de dignidad y cobijar a los eternos perdedores de una sociedad atravesada por el “verso” de la magia dolarizada, se devanan los cerebros intentando no perder las elecciones que enfrentan imitando a los enemigos ideológicos, los representantes de los verdaderos constructores de las desgracias populares, los auténticos culpables de las miserias de los empobrecidos ciudadanos de segunda.

La rebeldía ha muerto, atravesada por la cobardía y la desidia, asustada por las maniobras de los corruptos ladrones de la honra popular convertidos en “zares” que ordenan la economía y las finanzas a sus antojos. La pasión ahora sólo es la de mostrar miradas de firmezas sin correlato con las acciones ante los enemigos, promesas de salarios recompuestos con aumentos de tarifas, reuniones con los fabricantes de la pobreza que nunca cumplen con sus tratos, consensos con los poderosos corporativizados para acumular fortunas propias y miserias ajenas.

El tiempo sigue corriendo, la noche vuelve a oscurecer la cobacha del niño del colchón raído y la familia desquiciada por la tortura del hambre, que vuelven a acostarse sin haber llenado sus panzas más que con el enésimo matecocido desabrido. Y el amanecer, el verdadero, el que les pudiera cambiar sus destinos de subhumanizados, les parece cada vez más lejano.

 

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