Por Roberto Marra
“Hay que desideologizar los discursos”... “Tenemos que impulsar los consensos con todos los sectores”... “Debemos expresarnos con prudencia, extender la mano a nuestros adversarios, hablar de lo bueno que hicimos...” Con esos mensajes, frios y desapasionados, imbuídos de miedo al Poder Real, se asumió el reto electoral que está poniendo en juego el destino de la Nación. Con esa opacidad discursiva, lejana a los sentimientos populares, desarraigada de la historia del mayor Movimiento popular de la historia, se pretendió asumirse como representantes de las necesidades y las esperanzas ciudadanas.
Y ahí estamos ahora, justo al borde el abismo, listos para dar el paso hacia adelante y caer en el vacío existencial y la anomia mayoritaria, promoviendo el alzamiento de los peores representantes del colonialismo y la desaparición del concepto mismo de Patria. Caminando entre monstruos, escuchando delirios incoherentes con la realidad, recibiendo insultos de los patanes autoasumidos como “héroes populistas” de la negación de derechos, estamos siendo conducidos al infierno por esos extraños personajes, de expresiones caricaturescas y modos antidiluvianos, sin que los supuestos “dirigentes” populares se animen a tomar decisiones que muestren, aunque sea, un poco de rebeldía frente al desatino económico y la marginación social que éste reproduce.
No existe, ni existirá, la posibilidad de cautivar y apasionar a la sociedad sin un trasfondo épico en los relatos de la realidad que se pongan a consideración de la ciudadanía. Los enemigos lo entendieron, y se presentaron con una “épica” propia, nefasta, horrenda, temible, oscura y maloliente, pero caracterizante de un modo expresivo de tinte “rebelde” ante la situación padecida por la mayoría de la población. Con eso sólo, ya dieron el primer paso a un triunfo que atemoriza y prevee un retroceso incoherente con las necesidades de los sectores populares, atrapados en la telaraña de las brutalidades que alimentan a estas alimañas.
La batalla cultural hace rato que fue perdida en manos de un sistema comunicacional precisamente estructurado con el fin de acabar, no sólo con los líderes de mayor predicamento y mejores capacidades de conducción, sino con la doctrina misma que los sustenta. El sueño húmedo de los trogloditas que bombardearon Plaza de Mayo en 1955, renovado y con pretensiones de concretar aquellos viejos anhelos, esta vez, sin necesidad de arrojar ni una bomba.
En un proceso estudiado y elaborado con particular especificidad, se fue empujando a la líder natural del Movimiento Justicialista al ostracismo interno. Maniobras miserables de algunos integrantes del mismo movimiento político, ayudaron con pasión deleznable a cumplir con el mandato de la embajada y sus acólitos locales, necesitados de expulsar de la vida política a esta mujer receptora de tanta pasión, de la buena y de la mala, culminando en el intento de magnicidio que ni siquiera movió el “amperímetro” de la rebeldía y el enojo de la militancia.
Las promesas del “quilombo que se va a armar”, se desvanecieron en simples expresiones de redes sociales, dejando sola, abandonada a su suerte, a la única persona con capacidad de estadista que posee este Movimiento, por ahora. Tampoco se convocó desde la dirigencia intermedia a salir a las calles a manifestarse, temiendo más a las tapas de los pasquines que los desvelan, que a los resultados nefastos que tal inacción pudiera provocar a futuro. Esos resultados que, ahora mismo, estallan en las urnas cargadas de irracionalidad y odio sin sentido.
Con la palabra “revolución” estigmatizada y hasta olvidada, con la miseria tocando la puerta de los desprevenidos por elección propia, con los pobres reclamando salidas a través del manejo de las políticas públicas por sus enemigos, con la “rebeldía” en manos de los dinosaurios que no desaparecieron nunca, vamos derecho hacia la muerte, como las mariposas hacia las luces cegadoras que encandilan el futuro y desvanecen los criterios lógicos.
Hace falta valor, es imprescindible el coraje desatado, para reconstruir la épica popular abandonada detrás de los escritorios donde se transa la soberanía con los representantes directos del imperio y sus organismos destructores de independencias. Es necesario atraer las voluntades de millones, ahora mismo atadas al carro vencedor mediante las peores patrañas destructivas de la felicidad popular. No hay márgen para especulaciones baratas, ni estudios de supuestos consultores de imágenes. No puede volver a enamorarse de un proyecto nadie que no se reconozca como protagonista del mismo. No habrá de envolverse la verdad con disfraces de carnavales que no son, ni fiestas a las que nunca nos invitarán.
La verdad, de a puño. La realidad, brotando como manantial de las bocas de los líderes, asumiendo los roles que la historia les ha dado, en uno de sus momentos más oscuros. Los oídos de la militancia, atentos a los reclamos y listos para manifestarse con pasión en cada disputa. La ideología a flor de labios siempre, las banderas eternas asumidas con el fervor de quienes se saben partícipes de la construcción de una Patria que sólo mereceremos, cuando seamos capaces de defenderla del horror en ciernes.
Nada de eso asegura el triunfo electoral, pero sin eso somos simples pasajeros en un viaje al pasado más temible, donde la vida no valga nada más que unos centavos para que los nuevos brutos nos asesinen en nombre de una “libertad”, que sólo será para unos pocos, los mismos de siempre, los eternos genocidas, los peores, los fantasmas de un pasado que se niega a desaparecer.
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