lunes, 17 de julio de 2023

UN PROCESO DE AUTODESTRUCCIÓN

Por Roberto Marra

Esto que llamamos “democracia”, no resulta ser más que un método electoral para mantener a la sociedad en el limbo de una supuesta soberanía de sus decisiones. Así, cada dos o cuatro años, “la gente” va al cuarto oscuro a poner su voto, único acto de la mayoría de la ciudadanía relacionado con lo político. Después... después los electos deberán hacerse cargo de todo lo demás, que “para eso le pagamos con los impuestos” y bla, bla, bla... Pero la realidad demuestra que el método no está ni remotamente comandado por “el Pueblo”, categoría olvidada en los anaqueles de una historia que sus integrantes dejan de lado, para pasar a ser simples rebuznadores de opiniones sin fundamentos o, lo peor, voceros y defensores de sus verdugos.

La reiterada frase constitucional de que “el pueblo no gobierna ni delibera sino por medio de sus representantes y autoridades”, les ha permitido a quienes controlan financiera, económica y culturalmente a la Nación, ejercer el rol de “decisores finales”, mediante las prebendas, los contubernios y los millones distribuidos entre quienes traicionan a sus votantes. La democracia directa, esa que se desarrolla en las calles cuando se desatan conflictos sociales derivados de los desmanejos o los manejos espurios de los intereses ciudadanos, debiera ser la que prevalezca en los sentidos de la mayoría de la población, como reaseguro de que su voluntad electoral se cumpla en tiempo y forma. Pero le han creado “mala fama”, ha sido estigmatizada, quedando sólo como metodología de presión de los sectores más postergados, generalmente presentados como “revoltosos”, “antidemocráticos” u otro apelativo denostante.

Los poderosos, como sabemos, no se quedan quietos nunca. Atacan, manosean y revuelven la democracia a sus antojos, despreciando esa voluntad popular, anulando sus efectos con el arma más eficaz, la que les ha permitido perseguir, encarcelar, matar o anular la capacidad de conducción de los líderes que responden auténticamente a los intereses nacionales y populares. El arma es el de las comunicaciones, la mediática concentrada y falaz, favorecedora y partícipe del festín del Poder que ya los tiene de socios imprescindibles para controlar a la sociedad y elevar sus obscenas fortunas a costa de la miseria de millones de “ciudadanos de segunda”.

La creación de “sensaciones” es su metodología predilecta, la que les ha dado los mejores resultados, promoviendo improbados pero consistentes sentidos de que sucede lo que ellos dicen o sugieren. Lo de la inseguridad es uno de esos sentimientos utilizados como “caballito de batalla” para doblegar nuestras voluntades, elaborando relatos que se asientan en hechos reales que ellos mismos generan, a través de sus esbirros de la delincuencia organizada que protegen, manipulan y controlan (aunque, a veces, ésta es la que los controla a ellos).

Con habilidad comunicacional, con sistemas mafiosos en sus relaciones institucionales, con métodos que envidiaría Don Corleone, ubican en puestos claves a sus “cuadros” políticos de mayor relevancia, que ya no son como otrora, los más destacados por sus honorabilidades y/o capacidades intelectuales, sino por la subordinación extorsiva que los elegidos aceptan como regla para elevar sus fortunas personales. No puede resultar extraño, entonces, que el narcotráfico forme parte de este entramado de poderes que alimentan la oscuridad democrática y subsumen a sus participantes electorales en un juego de roles sin ningún otro poder que el de obedecer los mandatos del Poder.

Envuelto en este triste paquete de desgracias, está el caso de la persecución a la líder popular por excelencia. No fue un proceso instantáneo, ni siquiera relativamente veloz. Ha sido un largo camino de denostaciones, refutaciones infundadas, desprecios y odios fabricados a través de narrativas de opinadores de TV, de titulares de periódicos, de campañas de descrédito a través de las redes informáticas y sus famosos “trolls”. Incluyó e incluye a la familia de la perseguida, tal y como acostumbra la mafia a hacerlo en otros menesteres.

La cooptación del poder judicial fue una “obra maestra” ejecutada con particular precisión. La elección de sus integrantes, la particular manera en que accedieron a sus cargos, hace de este procedimiento todo un “ejemplo” para el logro de objetivos fundantes de un proceso superior: el de la destrucción de la doctrina que Cristina representa. Como las casualidades no existen, y menos en política, la traición de legisladores y caudillejos regionales coadyuvó al triunfo de la reacción conservadora, arrastrando a gran parte de la autoerigida “dirigencia” peronista, que no es más que un rejunte de predadores de los restos del poder, ese que los amos de las corporaciones dominantes les permiten ejercer.

Encerrados en disyuntivas fabricadas a medida, militantes y conductores honestos participan de esta experiencia derrotista como pueden. Muchos son arrastrados a una competencia descarnada contra enemigos internos que no lo son, o se asumen “únicos y auténticos representantes”, o gritan estertores de una consciencia bombardeada por millones de mensajes subliminares que anulan sus comprensiones o las retuercen hasta convertirlos en individuos sin colectivo.

El proceso conductivo que ha desembocado, primero en la elección de Alberto Fernández en 2019, y ahora en la de Sergio Massa, como candidatos avalados desde la conducción de Cristina, no ha sido derivado sólo de la voluntad de la líder. Muy por el contrario, todo parece demostrar que la encerrona del sistema comandado por el Poder Real, consustanciado con el judicial y alimentado y sostenido por el mediático, fue promoviendo el alejamiento de millones de personas antes convencidas de los beneficios de la Justicia Social, la Soberanía y la Independencia.

Ese alejamiento minó la relación con la estadista en cuestión, generando el buscado efecto que sus perseguidores necesitaban: la anulación de las posibilidades de figuras relacionadas con los doce años y medio de gobiernos peronistas-kirchneristas como alternativas de recambio para encabezar nuevos procesos electorales con probabilidades de triunfo. Lo cual también formó parte de los procesos pseudo-judiciales que sirvieron a ese fin, terminando en las proscripciones que culminan en la de la propia líder máxima.

El camino se estrecha frente a la salida electoral en ciernes, empujando decisiones que terminan favoreciendo los intereses del Poder Real. Las alternativas que intentan manifestar la doctrina tal y como fue concebida, aún con las lógicas adaptaciones a la realidad actual, son arrinconadas a lo testimonial, para complacer al enemigo que funge como decisor evidente de lo que se pretenda hacer en el futuro. Eso que suelen denominar la “derechización” del relato y la acción política, se traduce en anuncios predictivos de continuidades consecuentes con las imposiciones del Fondo y sus lacayos locales.

La experiencia mundial indica que el retroceso ideológico termina en el triunfo del enemigo del Pueblo. Alimentando a nuestros verdugos, sólo se logra profundizar la caída, derrumbar los muros de las consciencias, hacer explotar los últimos vestigios de pertenencia a una historia que se pretende borrar para siempre. Los mentirosos están ganando la partida, como en un cruel “truco” en el que tienen todas las cartas. Los cómplices se encargan de defenestrar aún más a la única dirigenta que intenta darnos a conocer la verdad, arrinconándola contra el muro de una desesperanza que ella jamás promueve. Y los idiotas esclavizados por los magnetto y los saguier, creen encontrar el “santo grial” de sus destinos, atándose a la suerte establecida como única por los ejecutores de sus vidas sin futuro.

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