sábado, 1 de julio de 2023

EL DESAFÍO

Por Roberto Marra

Si de cambiar la realidad se trata, el desafío que se le plantea a quien intenta hacerlo es enorme. La distorsión que de esa realidad realizan los poderosos defensores del statu quo, basados en una comunicación social deformada y opaca, generan una transformación de las conciencias de los individuos, retorciendo sus visiones y trabando sus conceptualizaciones de lo que ve, escucha y siente. De ahí que, para el estancamiento o anulación de cualquier práctica de desarrollo virtuoso para las mayorías populares, basta con el simple paso del dominio mediático y la demagogia verbal de los pretendidos “líderes de opinión”.

Nada es tan lineal ni directo, puesto que a esa condición externa, se le agregan las defecciones internas de los procesos virtuosos, que van desde los temores, las desviaciones y hasta las traiciones de algunos de sus actores. Ahí juega también su papel el abandono de prácticas que se valían de la participación real, el protagonismo del colectivo social congregado detrás de una doctrina y/o los líderes que la representan. Un ejercicio escasamente promovido por estos tiempos de definiciones imprescindibles frente a enemigos que saben y tienen con que dominar el espectro comunicacional de las ideas, aún cuando éstas sean las más repugnantes.

La distorsión de las verdades ha logrado lo que ese “ejército” de dementes al comando de la mediática ha querido. Hasta los más conspicuos militantes de la mayor fuerza popular de nuestro País han caído en sus juegos perversos, provocando nefastos ejercicios de contradicciones internas, que ni siquiera consideran demasiado las expresiones de su máxima líder.

Los acontecimientos desatados por obra y gracia de los provocadores profesionales del adversario ideológico, alimentados además por algunos miembros de un gobierno incapaz de enfrentar a los poderes fácticos o, lo que es peor, cómplice encubierto de ellos en algunos casos, han contribuído a la dispersión y la negación. La políticas económico-financieras aplicadas, bajo la batuta del FMI y la presión del Poder Real local, con sus desvíos de los objetivos primigenios y la proliferación de la pobreza resultante, han fungido como intento de sentenciar la derrota electoral del más popular de los movimientos nacionales.

Subidos a ese carro derrotista, muchos pretenden dar lecciones de “verdadero peronismo”, amañando los relatos y proponiendo salidas que minen, anulen o destruyan a la candidata proscripta. Otros manifiestan los ánimos contradictorios a la decisión cupular en las redes, con modos y sentencias pretendidamente inapelables, no tanto para manifestar sus predilecciones por determinado candidato, sino como método supuestamente probatorio de la infalibilidad de sus comprensiones de la realidad.

El individualismo se ha metido muy hondo en las conciencias ciudadanas, ha mellado el reconocimiento de los hechos y asegurado la preeminencia de los peores, que son los beneficiarios de esas maneras antisociales a las que se ha acarreado al Pueblo. La voz de quien sustenta su liderazgo en una trayectoria de invariable virtud doctrinaria, es desoída por muchos de quienes se pretenden sus seguidores, al punto de contradecir sus propuestas o no reconocer sus estrategias como parte de la búsqueda de sostener a la fuerza movimientista que representa con la cabeza erguida frente a la estulticia predominante.

La ferocidad manifiesta de quienes están del otro lado de las necesidades mayoritarias, debiera bastar para “acomodar los melones” en este vapuleado carro de la conciencia nacional. Pero la gran falla de los gobiernos populares ha sido y es la comunicación. No ya la referida a los modos de plantarse ante los ojos y los oídos de la ciudadanía, sino a la estructura mediática nunca generada para contradecir los inconcebibles desvaríos de la prensa hegemónica de los magnetto, los saguier y otros símiles por el estilo.

En medio de una lucha tan desigual mediáticamente, Cristina se vio obligada a plantear una salida electoral forzada por las circunstancias propias y ajenas. Lejos de ser observada como consecuencia de la desmovilización que ha desestructurado al colectivo que se sabe adherente doctrinario, tal situación sigue su curso y se pone de manifiesto en divisiones internas por el favoritismo hacia uno u otro candidato, ninguno reflejo exacto de los deseos mayoritarios.

La autocrítica no es aplicada por casi nadie, profundizando así el sentimiento abandónico predominante. El protagonismo ha sido cedido ante las pantallas y sus parodias sentenciantes y disputas incoherentes con las necesidades populares. La realidad se muestra detrás de un velo de falsedades, oscurecida por la tergiversación jurídica, aplastada por el bombardeo implacable de palabras gastadas y malolientes. Los discursos insanos de personajes que parecen extraídos de algún cuento de Poe, por sus malicias y ferocidades, son repetidos en cada medio, aún cuando pretenda ser para criticarlo. Los peores están ganando la batalla y se preparan para la guerra final contra cada uno de nosotros, lo que pre-anuncian con gozosa perversión.

Mientras, allá abajo, en los rincones donde la miseria sólo cobija al hambre y carcome las últimas neuronas del piberío sub-alimentado, ahí mismo se reproduce el futuro alienante prometido, por no haber sido capaces, como Pueblo, de actuar con la valentía de otros tiempos, de retomar la palabra “lucha” como básica consigna preparatoria del enfrentamiento inevitable con los asesinos que prometen cárcel y bala para el pobrerío.

Es ahora, es cuando, es el tiempo del retorno a las fuentes doctrinarias, a levantar las mismas banderas de siempre, a pasar por alto las miserias provocadoras y unirse a cada compañero y compañera. Y respaldarse en la palabra señera y contundente de la máxima conductora y referente de una doctrina que no puede morir, porque forma parte ya de la genética política de los argentinos.

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