miércoles, 12 de febrero de 2020

CHINA NO ES UN CUENTO

Imagen de "Forbes"
Por Roberto Marra
El imperio, cuya existencia prolongada solo es posible mediante la dominación militar, económica, financiera, comercial, científica, tecnológica y cultural de los pueblos del Mundo, suele inventar cada tanto algún enemigo que le permita generar odios y rencores sobre quienes ni siquiera le podrían significar la más mínima amenaza, pero que le proveen de los necesarios argumentos para dar rienda suelta al despliegue “táctico” de todo ese poderío, sobre el país que se haya atrevido a poner tan solo en duda su “jerarquía” de hegemón, intentando un desarrollo autónomo de sus decisiones.
Señalado al supuesto enemigo, de ahí en adelante se desarrollará una serie de maniobras de distinto carácter, todas elaboradas para ir minando primero y destruyendo después, la relación entre gobernantes y gobernados del país en cuestión. Cada etapa de esa cadenciosa y permanente batalla contra el rival de turno, significará la inversión de ingentes presupuestos que, por obra y gracia de su posición dominante en el Planeta, serán los pueblos de otros países que lo terminarán abonando.
Nada de todo esto sería posible sin la previa disposición y desarrollo de un sistema comunicacional aceitado y prolífico, que es, en realidad, el verdadero “alma” de toda su capacidad de intervención sobre las naciones. Con métodos sofisticados tecnológicamente, van generando en las poblaciones de la nación agredida y del resto del Mundo, una cultura que hunde en el olvido a las propias de cada país, desplaza hacia un costado sus historias reales y produce nuevos paradigmas inventados para cada ocasión, imprescindibles para intentar borrar la memoria colectiva y construir individuos sin sentido de patria.
Con esos métodos ha logrado mantener bajo su “paraguas” ideológico a los gobiernos de la mayoría de los países, aún cuando éstos ni lo consientan. Con ese aparataje comunicacional y la parafernalia de miedos inducidos con ellos, sostiene un dominio cultural abastecido no solo por sus propias acciones, sino también con las desarrolladas por las corporaciones mediáticas de cada nación que responden a objetivos similares o congruentes, lo que potencia todavía más la percepción unificada de sus habitantes sobre cada relato de la realidad que les transmiten.
El surgimiento de un nuevo enemigo, esta vez de dimensiones reales, sostenido por un desarrollo basado en la implementación de planes de muy largo plazo, conducido por líderes de auténticas capacidades de estadistas, imbuido de una trascendencia espiritual milenaria, le ha significado al imperio un sacudimiento que lo ha desbordado en su comprensión para enfrentarlo. Apelando a sus viejos métodos de estigmatizaciones y desprecios xenófobos, pretende oponerse al “huracán” económico que está atravesando sus dominios, los que creía eternos por un supuesto designio de Dios.
China debe ser acabada. Ese y no otro es el objetivo de las administraciones maquiavélicas de uno u otro partido que gobiernen Estados Unidos. La utilización de metodologías agresivas encuentra el límite del parangón de semejante opositor, que no se somete al arbitrio de las decisiones ajenas a sus planes, los cuales podrán frenarse o desviarse por un tiempo, pero jamás abandonados en sus metas. No es un panegírico sobre el “gigante asiático”, sino una manifestación concreta de la realidad que emana de cada una de los actos que allí se suceden.
Intentando minar sus fuerzas reproductivas, los medios de “occidente”, ese lugar donde nos relataron (falsamente) que nació la “civilización”, elucubran supuestas acciones del gobierno chino, ponen en duda cada expresión de sus autoridades, resignifican sus mensajes y tergiversan sus opiniones y sus actos, para intentar acabar con la credibilidad en la potencia inmanente de quienes se atrevieron a construir su propio destino, a su manera y con sus propios desarrollos científicos y tecnológicos, a los que tildan, invariablemente, como robados de los países que sí tienen “derecho” y supuesta capacidad para la invención.
El imperio ha encontrado una piedra en su zapato muy difícil de sacar. Ha sido invadido, por la ambición de su propias corporaciones, con productos de las empresas del país que detestan. Ha sido igualado y superado en conocimientos que provocan un adelantamiento de aquella nación asiática por sobre sus propios desarrollos. Está siendo superado por conceptos distintos en el abordaje de las relaciones comerciales y estratégicas que sustenta la influencia creciente de China en el Mundo.
A partir de semejante estado de cosas, todo puede esperarse de los obsesos que habitan desde siempre la Casa Blanca, cualquier cosa puede ocurrírseles para intentar terminar con el motivo de sus pesadillas actuales. Incluso las más increíbles de las conjeturas podrían convertirse en realidad, con tal de hacer añicos el avance incontenible de semejante poderío “oriental”. Cualquier conspiración para hacerle daño a su sociedad, físico o psicológico, podría estar entre sus planes.
Pero, a poco de estudiar un poco más en profundidad a aquella nación milenaria, a su historia y a su pueblo, se intuye muy improbable que su destino pueda ser corroído por las viejas maniobras imperiales, las que, en todo caso, solo les servirán para dar mayor empuje a la osadía del gigante que pretenden destruir. ¿Soportarán los engreídos y psicópatas propietarios del Mundo ese desafío? La historia indicaría que los límites no existen, cuando de destruir a sus rivales se trata. A sus rivales y a todo el Planeta.

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