lunes, 24 de febrero de 2020

CRÍMENES DE SALUD

Imagen de "Contexto"
Por Roberto Marra
Por estos tiempos de coronavirus, dengue y sarampión, las plagas han recobrado el interés de toda la población, en el Mundo y en nuestro País. Los medios hacen su parte, las más de la veces orientados al sensacionalismo antes que a la difusión de lo que importa de verdad. La cuestión es que el desarrollo de enfermedades de alcance masivo se ha transformado en el eje de políticas públicas que intentan apaciguar sus consecuencias, además de intentar acabar con ellas.
Detrás de estas lógicas sanitarias, se mueven intereses de corporaciones que siempre están atentas para llevar “agua” (en realidad, dinero) para sus “molinos” (en realidad, cuentas bancarias). Más aún, las sospechas del orígen de algunas plagas, como la que se desató en China, parecen recaer en la creación de semejantes virus de manera intencional, donde los grandes laboratorios que dominan la producción de medicamentos en el Planeta, intentarían buscar “clientela” para sus desarrollos científicos a través de semejantes aberraciones.
Cierta o nó tal sospecha, la existencia de estos conglomerados de empresas que conducen el que parece ser el segundo más grande “negocio” despues de la venta de armas en el Mundo, resulta ser uno de los más importantes impedimentos para que, paradójicamente, se puedan combatir exitosamente las plagas más peligrosas para los humanos. La misión de estas poderosas empresas multinacionales no es la de acabar con enfermedades, sino buscar la manera de sostener la necesidad de sus presencias en el “mercado” de “la salud”, una tergiversación de la palabra cuya definición remite a un bienestar que no proveen semejantes nucleos corporativos con sus perversas acciones especulativas.
La concentración de las investigaciones es el paradigma científico-capitalista que mantiene atadas a las naciones a los designios de estos oligopolios mundiales, obligándolas a pagar fortunas por vacunas y fórmulas farmaceúticas imprescindibles para combatir esos males de tan dudosos orígenes. Cuando se logran avances en estas materias en base a desarrollos nacionales con apoyos o directamente dependientes de los Estados, aquellos grupos económicos pondrán “el grito en el cielo”, apuntarán sus dardos envenenados de mentiras sobre los productos que se hayan logrado crear, hasta generar dudas mortales sobre las bondades de estos descubrimientos y acabar con las posibilidades de sus difusiones masivas de bajo costo.
Este accionar asesino pone además al descubierto el interés por mantener una medicina de carácter “curativo” antes que preventivo. Importa que existan necesidades medicinales para la generación de soluciones que solo ellos pueden crear. Pretenden que poco y nada se haga para generar conciencia entre las poblaciones, salvo las que obliguen al uso indiscriminado de sus fármacos. No les hace mella el resultado fatal que provocan, porque están mucho más allá de cualquier tipo de ética.
Ninguno de estos actos nocivos para la humanidad podrían tener la expansión que tienen, si no fuera por la complicidad de gobiernos que, en algunos casos, hasta son puestos allí por estos mismos actores de la falsa medicina corporativa. Mucho menos podrían resultar tan “populares” los usos de sus productos sin la interesada colaboración de los medios de comunicación, otros socios indispensables para la aceptación masiva y segura de tantos millones de idiotizados publicitarios.
También existe la inestimable ventaja de la “cooperación” de algunos profesionales médicos, cuyas cuentas bancarias suelen crecer al ritmo del incremento de las de los laboratorios. Les acompañan las corporaciones sanatoriales privadas, actuando como una red de contención frente a las políticas preventivas, cuyos éxitos les restarían “clientela” para sus costosos aparatajes de diagnóstico y tratamiento, amén de los convenientes tiempos de “hotelería” sanatorial.
Tanta profusión de factores alineados para el lucro en base a las enfermedades masivas, terminan horadando las posibilidades de verdadera protección de la salud. Tanto involucramiento de actores que se suponen parte de un sistema destinado a evitar la aparición, desarrollo y expansión de enfermedades, en actividades más propias de comerciantes que de profesionales al servicio del bienestar físico y psíquico de las personas, terminan por desnaturalizar y corromper el concepto mismo de “salud”, tirando a la basura los empeños de tantos sacrificados sanitaristas que intentaron e intentan socializar la aplicación de métodos de probadas eficacias para eludir dolencias evitables.
Es imprescindible eliminar la peor de las plagas creadas por el hombre, la de la miseria, material y espiritual. Una, por ser la base de las peores afecciones posibles por la degradación de las defensas naturales de los cuerpos. La otra, por ser el sustento de las vilezas más inauditas y desencadenantes de las más horrorosas consecuencias para la humanidad, solo por perseguir el inútil crecimiento de las fortunas de los alienados que se pretenden dueños de las vidas ajenas.
Para lograr semejante avance en la salud real, no bastará con colocar vacunas o otorgar remedios, aún con lo valioso e indispensables que puedan ser. Se necesitará otro concepto de sociedad, donde la palabra solidaridad emerja como la auténtica base de sustentación de lo humano. Y donde la justicia se convierta en algo más que una estatua cegada con balanzas y espada, para hacer trizas a los perversos vendedores de falsos elixires milagrosos.

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