miércoles, 19 de febrero de 2020

LA MAFIA O LA VIDA

Imagen de "El Prietito en el Arroz"
Por Roberto Marra
Muchas veces (más de lo aconsejable) se suelen conceptualizar algunos hechos cotidianos con denominaciones concluyentes, aun cuando no posean una rigurosa vinculación con los términos utilizados para definirlos. Pero hay otras veces en las que esas denominaciones indican con claridad meridiana el significado de los acontecimientos que se traten, porque interpretan con exactitud los valores (o disvalores) que representan.
El término “mafia” es uno de esos que más se suelen usar para definir a los partícipes de situaciones o acciones reñidas no solo con las leyes, sino con los más elementales derechos humanos. Esos grupos de personas, asociadas para cometer delitos con el peor de los desprecios por las vidas ajenas, logran establecerse como referencia de una sociedad enferma, con paradigmas inmorales impuestos por la fuerza de un sistema socio-económico generador de miserias insoportables. Esa acumulación de injusticias sociales produce la necesaria mella en las almas de muchos abatidos por el abandono, quienes se transforman en fáciles presas de esos grupos corporativos donde todo se maneja por la fuerza del dinero y la amenaza de la muerte cotidiana.
Las “mafias”, como se puede suponer con facilidad, no son ya solo esos cinematográficos grupos de enajenados que roban, trafican y matan con la misma facilidad con la que respiran. Muy por encima de esa capa inferior del delito mafioso, se encuentran los verdaderos jefes de esas asociaciones delictivas, la mayor de las veces formando parte de la dirección de “serias” empresas donde lavan los dineros mal habidos y trascienden a la fama que los eleva en la consideración social.
No contentos con la “simple” conducción de semejantes conglomerados empresariales, pasan entonces a la búsqueda de la imprescindible acumulación del poder político que les permita manejar los estados a sus antojos. Algunos de ellos, en forma directa o a través de testaferros de sus mismas calañas, logran convertirse en parte o líderes de gobiernos locales, provinciales o nacionales, con lo cual van cerrando el círculo de impunidad que les resulta imperioso para evitar caer en desgracia.
La influencia seguirá su curso ascendente (o descendente, por su concepto amoral), involucrando a jueces, fiscales y cortes, amén de legisladores ávidos de riquezas espúrias y faltos absolutos a la ética involucrada en la representatividad asumida. De ahí al dominio del sistema de seguridad pública, o sea, de las fuerzas supuestamente represoras de los delitos que ellos cometen a diario, solo hay el paso de la compra de la complicidad de sus oficiales, a quienes involucran en sus andanzas corruptas entretejiendo una red de la que resulta muy difícil evadirse, salvo con la muerte.
Aunque resulta evidente semejante estado de cosas, esos mismos personajes asumidos como “nuestros representantes”, se vanaglorian de “combatir el delito”, realizando puestas en escena de confiscaciones de narcóticos varios y supuestas quemas de tales drogas, publicitadas profusamente por la otra “pata” del negocio de semejantes energúmenos: los medios de comunicación hegemónicos.
Cuando aparecen, por obra y gracia de la voluntad popular, asqueada de tanta mentira organizada y tanto desprecio por la vida, gobernantes que poseen la tenacidad y la valentía para encarar la limpieza de semejante estado de cosas, el Poder Real, ese del cual participan con certeza los mafiosos en cuestión, desatará una andanada de ataques mediáticos, judiciales y fácticos, que serán la base de un deterioro rápido en la consideración de la ciudadanía, para volver a confundirla con los viejos rostros de los cómplices que obrarán de mascarones de proa para regresar a la situación que necesitan, para dar rienda suelta a sus peores fechorías.
La lógica receta de saber comunicar la realidad vuelve a presentarse como el mejor escudo que nos proteja de semejantes oprobios. El conocimiento de la verdad, tamizada por los ideales de justicia social y soberanía popular, será el principal arma con el cual intentar vencer a semejante enemigo mortal. Pero cada nueva oportunidad conquistada deberá ser sostenida por la fuerza de la unidad popular, la conciencia del poder del enemigo al que se enfrenta y el deseo unívoco de terminar con esas mafias reales enquistadas en cada rincón de nuestras instituciones, hasta hacerlas añicos, derrumbando sus “imperios” maléficos construidos con la sangre de los empobrecidos por sus planes de ajustes eternos y sus alianzas con entidades supranacionales, también mafiosas.
Tal vez entonces, acabadas las ventajas financieras de los “padrinos”, dominados sus sicarios y separados de las conducciones estratégicas de los poderes institucionales del Estado sus testaferros, pueda comenzar una etapa donde la muerte no nos espere a la vuelta de cada esquina.

No hay comentarios:

Publicar un comentario