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En distintas ocasiones, los
compañeros españoles me preguntan por cuál fue el posible error en la
“construcción hegemónica” del kirchnerismo. Después de la prudente observación
sobre el 49 por ciento obtenido y dado que se me insiste en una reflexión
crítica, reformulo la cuestión en los siguientes términos: ¿Hubo realmente un
proceso hegemónico? Sí, siempre y cuando diferenciemos “poder” de “hegemonía”.
Tal como lo vengo sosteniendo, el poder neoliberal es homogéneo,
constante y dispone de distintos dispositivos mediático-corporativos de captura
y producción de la realidad. La hegemonía, sin embargo, es un hecho político
inestable, contingente y siempre expuesto a los procedimientos del Poder. Un
éxito mediático de la derecha neoliberal argentina fue tratar al proyecto
hegemónico, siempre inacabado y en permanente construcción, como si se tratara
de un poder absoluto y omnímodo.
Ese fue su triunfo ideológico, lograr que un sector de la población
percibiera la construcción política como un cuasitotalitarismo, lo cual es un
espejismo delirante, ya que el kirchnerismo, si se destaca por algo, es por
haber vertebrado en la tradición popular una extensión notable de los derechos
civiles y republicanos. Como ya es sabido, las experiencias nacionales y
populares se encuentran con obstáculos mayores en la creación de “una nueva
institucionalidad” así como en la generación de un nuevo modelo de acumulación
distinto al subordinado a la exportación de las materias primas. No obstante,
la redistribución de la riqueza fue suficiente como para ofuscar seriamente a
los sectores del Capital concentrado y financiero.
Esa fue su fuerza y su fragilidad. Dos términos que nombran lo mismo
cuando se trata de proyectos populares con vocación hegemónica.
Por esta articulación, siempre inestable pero de gran calado
histórico, el gobierno gerente del poder neoliberal está más preocupado por
destruir la experiencia kirchnerista que por gobernar.
Por supuesto que la misma debe ser revisada, pero no de un modo
idealista donde siempre parece que se hubieran tenido todas las posibilidades
del mundo. El kirchnerismo jugó su gran partida en el campo del neoliberalismo,
como no podía ser de otro modo, por razones históricas. La crítica y su
dimensión autocrítica no valen de nada si no se reconocen los límites
estructurales en los que se realizó nuestra experiencia política.
Por ello, aun teniendo una comprensión absoluta de la catarsis que
implica la difusión de los desastres del gobierno actual con el lema acusatorio
“Vos los votaste”; me parece que no conduce a nada desde la perspectiva de
volver hacia la tarea de nuestra nueva articulación hegemónica.
En primer lugar, porque las verdaderas construcciones políticas nunca
son catárticas, exigen la fría lógica de la delimitación del adversario, en
función del antagonismo que se va a desplegar.
Cuestión que concierne, a mi juicio, al peronismo postkirchnerista
donde ha quedado definitivamente obsoleto el viejo chiste de “peronistas somos
todos”. La célebre sentencia “el peronismo será revolucionario o si no, no será
nada”, se traduce actualmente por su capacidad de participar en una
construcción hegemónica que trate antagónicamente al neoliberalismo en
cualquiera de sus formas y manifestaciones. Y, lógicamente, el adversario es el
gobierno y el sistema de complicidades que lo sostiene.
* Psicoanalista y escritor.
Publicado en Página12
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