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Esta semana compartí en
Facebook un posteo muy breve, apenas una frase: “Quiero que me devuelvan mi
país”. Esas seis palabras rebotaron intensamente en mi interior, en una zona
que no es ni muy personal ni muy original: creo que es una zona compartida con millones.
Queremos que nos devuelvan nuestro país, lo cual no significa ni ignorar el
resultado de las elecciones –en aquel país se podían perder las elecciones–, ni
nada desestabilizador, como se estila decir ahora ante la crítica política. Los
burócratas en funciones se han ocupado de que las voces opositoras callen,
dejando un mínimo cupo para cumplir con presuntos buenos modales por los que
tanto reclamaban y de los que hace tres meses demuestran que carecen por
completo. Que son, como insisto desde hace algunas contratapas, neo bárbaros,
gente emocionalmente tosca, moldeada al uso de esos artefactos que creó el
dinero para multiplicarse por generación espontánea y se llaman corporaciones y
buitres. Nos va quedando en claro que corporaciones y buitres comparten
estrategia.
Lo hemos visto ya mil veces. Esa semana vimos videos de despidos en la
Secretaría de Comercio en los que un PRO, ex miembro de una ONG de aparente
defensa de consumidores, reunía sádicamente a sus inminentes despedidos porque,
decía, “sentía que era algo humano”, pero les daba la opción de rehusar la
reunión y ser directamente informados sobre sus despidos. Vimos en esos videos,
también, los argumentos de los trabajadores de Consumo Protegido: quedó
clarísimo que este gobierno no quiere proteger el consumo ni quiere defender a
los consumidores, que por el contrario quiere destruir lo más rápidamente el
consumo interno, porque eso es exactamente lo que hacen las decenas de miles de
despidos públicos y privados. No quieren evitarlo: lo buscan. Cuando describen
el ajuste estatal, niegan el modelo anterior, niegan su lógica, que es como
decir que Roosevelt puso en la posguerra a sus militantes a hacer obra pública.
En el esquema neo bárbaro, la mitad del país no habla su idioma y en consecuencia
debe ser suprimida del imaginario nacional.
Los despidos en el sector público, que recubre el PRO con la palabra
“ñoqui” y es repetido por eunucos periodísticos de variada pelambre, son
solamente el paso necesario para cambiar el paradigma inclusivo por el Estado
neo bárbaro, en el que se chilla contra la corrupción del gobierno anterior
mientras ponen a los investigados por lavado de dinero en la Unidad que
investiga el lavado de dinero. No hay mucho más que explicar. Son los mismos,
empleados de los mismos jefes invisibles los que en Brasil se lanzaron sobre la
yugular de Lula. El tipo que sacó de la pobreza a 40 millones de personas es
acusado de ladrón por los ladrones por definición, desde corporaciones y medios
concentrados, que una vez que caiga Dilma rediseñarán la región para ponerla al
servicio de las corporaciones y los buitres.
Sigo escuchando un poco estupefacta decir incluso a personas que
piensan parecido a uno, que a Macri no se le puede reprochar que haya mentido
en la campaña. Que los que lo votaron sabían a qué se exponían. Es como
reconocerle cierta honestidad intelectual. La verdad, si bien en algún momento
previo a la campaña pudo observarse algo semejante, mientras Macri construía
una imagen cimentada en la trivialidad combinada con la presunta eficiencia y
la respiración profunda, hay que rastrear y precisar. No fue ese Macri el que
compitió con Scioli.
Me impresiona que hayamos perdido la dimensión enloquecedora de la
contradicción. La borran los medios y la borramos de nuestra percepción. Me
impresiona que confundamos la verdad con la contradicción. Confundir esas dos
instancias de discursos es una derrota cultural a la que no me resigno. Porque
Macri no ganó diciendo la verdad, sino ejerciendo en arte negro de la
contradicción, que es el hecho de poner en circulación dos discursos
contrapuestos y no ser expuesto ni compelido públicamente a resolver ese
dilema. Macri fue cubierto con un fondant amargo, y amparado para ensayar un
habla loca, una doble vara institucionalizada por “el periodismo” ahora
oficialista. Me resulta por razones obvias inolvidable aquel debate televisivo
inservible y bastoneado por periodistas de esos que sueñan con la CNN, en el
que Macri le dijo a Scioli la frase que le preparó Avelluto: “¿En qué te han
convertido, Daniel? En un panelista de 6,7,8, siempre mintiendo”. Lo que seguía
en el texto de ese aspirante a presidente era que no iba a devaluar. Pero
“Daniel” no se había convertido en nada, y no mentía. Macri devaluó. Todos
sabían que iba a devaluar. Pero Macri en esa noche estelar dijo que no. Eso es
lo que quiero denunciar en este pobre párrafo impotente: que Macri no ganó
diciendo la verdad, sino contradiciéndose, y contenido en esa contradicción por
decenas de medios. Nuestra relación con el lenguaje es la que se va agrietando
mientras en este país lo que era grieta ya es abismo, y no se termina de
comprender cuál es la necesidad de tanta saña, de tanto desprecio. Esa
necesidad no puede responder a un plan de gobierno como los que cualquiera
esperaba de las pasadas elecciones, votara por quien votara. Quizá un pequeño
núcleo odiador, la vanguardia en la neo barbarie, se satisfaga, como en el
pasado se satisficieron otras multitudes bárbaras, viendo arder brujas,
sacrificar a cristianos, linchar a adúlteros, ahorcar a sospechosos de algo.
Pero sinceramente no creo que de esos bajos instintos participen todos los que
votaron a Macri. Muchos de ellos ya hoy son más pobres, más desvalidos y más
inútiles que hace tres meses.
Compartí la frase “Quiero que me devuelvan mi país”, porque me envió
directamente a una columna que escribí en 2001, cuando quebró la cadena de
jugueterías “El país de las maravillas”. Era una de las más grandes. Se moría
la industria nacional. Se venía el corralito. El sufrimiento era una nevada que
caía copiosa sobre los argentinos. Aquella columna terminaba así: “Hoy hay un
nudo de angustia instalado en las calles, en las casas, en las oficinas. Algo
se nos fue de las manos. Aquel país de las maravillas nunca fue realmente un
gran país. Era módicamente maravilloso en sus virtudes, y maravillosamente
módico en sus vilezas. Ese país también parece haber quebrado, con todos
nosotros adentro”.
*Publicado en Página12
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