Uno
de los enigmas irresueltos en nuestro país es por qué razón tantos
hombres y mujeres de la política, del sindicalismo y del periodismo de
un día para otro cambian de ideología: aquellos que ayer nomás elogiaban
la ley de medios audiovisuales, hoy la repudian en nombre de la
libertad de prensa; aquellos que explicaban, gráfico detallado mediante,
el enorme poder de los grupos hegemónicos, hoy esfuman ese gráfico,
olvidan todo lo que han dicho y se ofrecen como mascarones de proa de
esos mismos grupos.
Históricamente hubo conversiones relámpago: pienso
en la de Pablo, que en poco más de tres días pasó de ser un judío terror
de los cristianos a un cristiano terror de los judíos, aunque habrá que
tener en cuenta que, según anuncia el Nuevo Testamento, fue el propio
Jesús quien se presentó ante Pablo y en tono de reproche le preguntó por
qué lo perseguía (Hechos de los Apóstoles, 9:4). Esa inesperada
aparición justifica cualquier metamorfosis; no hay noticia de que Jesús
se haya presentado ante los recientes convertidos. Hay quienes repiten
el trillado argumento de que estos hombres y mujeres se vendieron al
mejor postor. Es difícil aceptar que respetables personajes de la
política, del sindicalismo y del periodismo hayan descendido hasta el
noveno círculo del Infierno, precisamente aquel que, según Dante,
alberga a los mercenarios y traidores. Habrá que buscar entonces otras
razones, menos teológicas y más cercanas a nuestros días.
En 1886, tres años antes de que Sigmund Freud diera a conocer La
interpretación de los sueños, piedra angular del psicoanálisis, Robert
Louis Stevenson publicaba El extraño caso del doctor Jekyll y Mister
Hyde, la inquietante novela que pondría sobre el tapete uno de los
numerosos conflictos que tiempo después sistematizaría Freud. Como se
recordará, el doctor Jekyll elabora una misteriosa pócima capaz de
despertar al monstruo secreto que todos los seres humanos llevamos
adentro. A falta de conejillo de Indias, Jekyll decide probar la droga
en su propio cuerpo: los terribles resultados de esa experiencia se
revelan en las páginas de la novela de Stevenson.
La oveja Dolly (1996-2003) tuvo poca vida, pero muchísima
publicidad; es comprensible: se trata del primer mamífero que se clonó
con éxito a partir de una célula adulta. Ian Wilmut y Keith Campbel,
científicos del Instituto Rosling de Edimburgo, fueron los responsables
de ese nacimiento. El rústico ladrido de un perro basta para movilizar a
un rebaño de ovejas, resulta difícil vincular a estos animales,
pacíficos y obedientes, con criaturas monstruosas. No obstante, la oveja
Dolly y Mister Hyde tienen más de un punto en común: ambos son fruto de
una manipulación y, según se mire, Dolly podría ser más atroz que Hyde.
Después de beber el brebaje diabólico, el doctor Jekyll se transforma
en Mister Hyde: el cambio es total, tanto en su cuerpo como en su mente,
Hyde y Jekyll no se parecen en nada. Esto no sucedió con Dolly, ni
sucede con cualquier otra criatura clonada: el nuevo ser es una copia
fiel del modelo original, se confunden como una y otra gota.
Los políticos, sindicalistas y periodistas que han registrado
conversiones express sostienen que sus ideas de hoy son idénticas a las
de ayer y sin el menor rubor aseguran que resisten cualquier archivo,
aunque ciertamente esos archivos los destrozan sin remedio y sin piedad.
Si aceptamos que estos respetables y encumbrados personajes no han
descendido al noveno círculo del Infierno, si convenimos que tampoco han
bebido el brebaje que creara el doctor Jekyll, sólo queda pensar que
han sido clonados a partir de la cédula adulta de los modelos
originales. Esto explicaría por qué perdieron la memoria.
*Publicado en Página12
No hay comentarios:
Publicar un comentario