La
posesión de dólares billetes es una obsesión de un sector de la
población, más aún a partir de normas de control y administración de
monedas extranjeras no muy diferentes a las existentes en otros países
capitalistas y democráticos. Un efecto derrame de ese deseo irreprimible
es la también obsesión de economistas sobre el nivel del tipo de
cambio.
Existen experiencias de atraso cambiario, como la tablita de
Martínez de Hoz y la convertibilidad de Cavallo, que sirven de alerta.
Hoy no hay ningún estudio riguroso que muestre una situación cercana a
esos casos traumáticos, ni por el sistema de ajuste de la paridad
nominal, ni por el modo de administración de la cuenta capital de la
Balanza de Pagos, ni por las características del régimen de acumulación
de capital vigente. De todos modos el grado de competitividad del tipo
de cambio es un tema debatible precisando el marco analítico de
funcionamiento de la economía. Reiterar observaciones como si se tratara
de un régimen de valorización financiera sólo colabora a la confusión.
Es sencillo afirmar taxativamente que el tipo de cambio está atrasado,
además porque asegura la aprobación de los dolarmaníacos. En cambio,
requiere un poco más de esfuerzo evaluar cómo está impactando esa
variable en cada sector productivo y, por lo tanto, si es conveniente
una medida general de aceleración del ritmo de devaluaciones o si es más
prudente en términos de distribución de ingresos una política
focalizada en actividades exportadoras mano de obra intensiva o en
rubros que enfrentan una competencia externa de precios predatorios por
la crisis internacional.
Esta misma columna, del 2 de junio pasado
(pagina12.com.ar/diario/economia/2-195493-2012-06-02.html), precisó que
el tipo de cambio real está vinculado a otras variables, además de la
simple relación con la variación de precios domésticos. Detalló que la
competitividad del tipo de cambio se mide también según
- el desempeño del saldo de la balanza comercial;
- los salarios en dólares en relación con otros países;
- el recorrido de las monedas de los países con los que se mantienen importantes flujos comerciales;
- la productividad laboral;
- el precio de los commodities de exportación y los términos de intercambio;
- el impacto de la crisis internacional en el movimiento comercial y de divisas; y
- el stock de deuda y exigencias de divisas para su pago.
Si esas variables no se incorporan en la discusión sobre la paridad
cambiaria, el tema queda atrapado de la lógica conservadora que ha
tenido a la devaluación como uno de las principales herramientas de
disciplinamiento político y social.
Incorporar cada una de esas variables en el análisis del tipo de
cambio hace más difícil sentenciar con consistencia técnica la
existencia de atraso cambiario. Esto no significa que en estos años no
haya disminuido el colchón cambiario de la megadevaluación de 2002, o
que algunas actividades estén más estrechas en términos de
competitividad. El desafío de la gestión económica del Gobierno no es
sólo eludir las presiones por una fuerte devaluación de grupos
económicos y el sector financiero, sino también intervenir en forma
activa en áreas sensibles para mejorar la ecuación competitiva de
algunas actividades. Esas áreas son el transporte, la estructura
tributaria, la logística, la comercial y el financiamiento. Es lo que
hacen otros países cuando buscan aumentar la competitividad de la
economía no sólo modificando el tipo de cambio.
Distinguir la situación de las actividades por el nivel de
productividad y la intensidad de su mano de obra permite un análisis más
estilizado del nivel del tipo de cambio. En la publicación trimestral
Argentina Heterodoxa, del Centro de Investigación para la Gestión
Estatal del Desarrollo de la Universidad Nacional de San Martín,
Emiliano Libman afirma que una política de tipo de cambio real “alto”
estimula “a todos por igual, otorgando rentas a quienes no las precisa”.
Sería el caso del Grupo Techint, como de otras empresas de capital
intensivo productoras de insumos difundidos y de algunos cultivos
agrarios, como la soja. En cambio, otras producciones intensivas en mano
de obra que hoy no contabilizan elevados grados de productividad, pero
tienen las condiciones para incrementarla, necesitan políticas
sectoriales específicas. Libman explica en el artículo “tipo de cambio
competitivo y crecimiento” que para esas actividades “se hace
indispensable considerar un set más amplio de políticas que apunten a
contar con tipos de cambio sectoriales, ajustados según la productividad
en relación con el mercado mundial”. Para ello se requiere sintonía
fina, lo opuesto a una fuerte devaluación lisa y llana como recomiendan
la ortodoxia y parte de la heterodoxia.
Un ajuste de esas características, además de tener impacto negativo
en la distribución del ingreso, significaría la transferencia de una
renta adicional hacia grupos económicos que operan en el renglón de
mayor productividad de la economía. También recibiría una ganancia extra
un sector social rentista acostumbrado a la acumulación de dólares.
Esto último es otro factor relevante de presiones devaluacionistas. Los
dólares circulando por el mercado doméstico o depositados en el exterior
registrarían un inmediato incremento patrimonial medido en poder
adquisitivo doméstico con una fuerte devaluación.
La dolarización de excedentes es un rasgo destacado de la economía
argentina, convirtiéndose en una condición estructural que no puede ser
ignorada al momento de debatir sobre el nivel del tipo de cambio. La
extraordinaria acumulación de dólares en poder de grupos sociales
influyentes es una cuestión que los economistas deberían incorporar en
sus análisis, para no ser simple técnicos sin un ancla en la realidad y
poder abordar la cuestión con criterio de economía política. Por
ejemplo, la restricción externa, o sea la escasez de divisas, tiene su
raíz en la estructura desequilibrada de la economía argentina por la
diferencia de productividad entre el campo y la industria. Pero la
restricción externa aquí es más aguda que en otro países periféricos por
la persistente fuga de capitales que pone bajo presión extra la cuenta
corriente de la Balanza de Pagos.
La compra de dólares y el giro al exterior es una conducta autónoma
del régimen político y de la política económica implementada a lo largo
de los últimos cuarenta años. Es un elemento adicional y sustancial de
la dinámica de la economía argentina, al acercarla al umbral de la
restricción externa independientemente de la evolución de los términos
del intercambio, del stock de deuda externa y de otras variables
vinculadas a evaluar el nivel de competitividad del tipo de cambio real.
Una fuerte devaluación aleja en forma transitoria el peligro de la
restricción externa, sin resolver el problema. El ajuste cambiario sólo
serviría para convalidar la historia de cíclicas crisis económicas.
Brindaría un alivio temporal en el frente externo a un costo
sociolaboral elevado por caída del salario real, además de convocar a
una crisis política. La restricción externa, alejada momentáneamente,
igual seguiría presente.
En ese contexto, con presiones de grupos económicos y financieros,
además con resistencias sectoriales acostumbrados a la importación y al
ahorro en dólares, el desafío se encuentra en cambiar esa historia con
final conocido. Esta es la compleja tarea de la política económica con
un tipo de cambio administrado y un plan de sustitución de
importaciones, preservando la competitividad externa de actividades
vulnerables, para lograr ya no sólo distanciar la restricción externa,
sino neutralizarla en forma definitiva.
*Publicado en Página12
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