miércoles, 12 de septiembre de 2012

SORDOS


Por Roberto O. Marra*

Atahualpa Yupanqui sostenía que las piedras hablaban y nos escuchaban. Esa hermosa visión poética y filosófica de la realidad que nos contiene nos obliga a considerar a quienes hoy día forman parte de la autodenominada “oposición” al Gobierno Nacional,  como algo menos que minerales agrupados. No escuchan. Peor aún, no quieren hacerlo. Sólo oyen. Actúan como grabadores de sonidos que inevitablemente rechazan, repulsan, desestiman, ignoran, incluso lo que ven, lo que palpan.
No pretende esto ser un insulto a quienes así actúan, sino un intento de análisis de las razones que se puedan descubrir de semejante actitud degradante de la capacidad humana de discernir sobre lo más elemental, lo obvio, lo evidente. ¿Qué puede llevar a una persona a actuar de esa manera? ¿Qué hace que busquen denodadamente en cada palabra que pronuncia algún miembro del Gobierno algo negativo, falso, destructivo, involucrándose como víctimas permanentes hacia quienes siempre dirigiría su discurso la Presidenta? ¿Qué es lo que los impulsa a odiar tanto a todos y todo lo que se asemeje siquiera a los sostenedores de la ideología que por voluntad popular mayoritaria fue elegida para gobernar?
Intentar una respuesta sencilla a semejante dilema estructural de la sociedad argentina sería demasiado pretencioso y, seguramente, imposible. Hay que buscar e indagar en nuestra historia y sus protagonistas para encontrar los hilos conductores de actitudes que rozan ya lo inverosímil, sino fuera que lo escuchamos a diario, como una retahíla que pretende establecer una base de “pensamiento” que le de sustento ideológico a tanta estupidez semántica. Sin embargo, de tanto repetirla, esta falsa forma de ver la realidad, que paradójicamente consiste en no verla, va lentamente penetrando las conciencias (y las inconciencias) de algunos sectores que por formación, por idiosincrasia, por una subjetividad construida alrededor de prejuicios históricos permanentes, terminan por tomar parte o todo de ese discurso de odio y rencor infinito, infranqueable, de negatividad absoluta, donde la duda sobre los propios pensamientos son imposibles.
En estos días se están produciendo pretendidos “llamamientos” a movilizaciones de la “gente” que está en contra del Gobierno Nacional. Los entrecomillados son una evidencia de la consideración que puedan tener tales hechos, pero no de su subestimación. Estos movimientos de quienes pomposamente se autodenominan como integrantes del “46% que no los votó”, son poderosos, no por su profundidad ideológica, no por su sostén consciente, no por su capacidad movilizadora, incluso, sino por el respaldo y el impulso que los verdaderos dueños del poder en Argentina les otorgan. Los cacerolazos de un grupúsculo de “señoras bien” de algún barrio “refinado” de las grandes ciudades no son de temer, pero el convencimiento que los mensajes sesgados y degradantes de las acciones del Gobierno Nacional que producen y reproducen a cada minuto los medios de comunicación masivos, sí logran establecer dudas y seguridades antinómicas hacia ese Gobierno que les ha dado tantos beneficios como ninguno en la historia. ¿Cómo desarmar esas actitudes? ¿Cómo desarticular esas maniobras desesperadas del Poder Real que con tanta fruición toman como propias esos sectores sociales que sólo ven como enemigos a los que justamente, les otorgan más beneficios y mejor futuro?
Difícil enigma si tenemos que resolver un dilema que parte del concepto que de sí mismos tiene los integrantes de la clase media, quienes se consideran distintos, distinguidos del resto de la sociedad en la que viven. Es el mismo concepto de la realeza, adaptado a sus pretendidas capacidades económicas superiores. No desean pertenecer al mismo Pueblo con quienes tienen que convivir, en lo posible alejados físicamente. No son conceptos que se adquieran por análisis profundo de la realidad que los puso en ese lugar social. Son paradigmas que se fueron gestando a lo largo de la historia social, que hoy día termina por generar incluso que integrantes de algunos sectores sociales que están al límite de la supervivencia, tengan actitudes de solidaridad con esos grupos de odiadores que denostan a sus propios beneficiarios.
Tal vez el camino hacia el desarme de estas actitudes sectarias, antisociales y degradantes de la condición pensante sea justamente generar más y más políticas inclusivas, con cada vez mejores condiciones de vida para las mayorías largamente postergadas de nuestra sociedad. Sociedad que no cambiará porque se lo disponga por algún decreto o Ley. Clases que no aceptarán jamás perder privilegios que siempre tuvieron. Pero a quienes no deberemos jamás responderles, quienes sí pensamos, como están esperando que lo hagamos. No son inocentes los llamados a estos movimientos cuasi destituyentes. No son pacíficos “ciudadanos” los que hacen estos llamados a la sublevación antidemocrática. Son los dueños del Poder Real. No nos cansemos de decirlo. Sus seguidores, ganado siempre fiel a seguir a cuanto pastor enemigo de lo popular exista, son también, o lo serían en el futuro, víctimas de estos verdugos que hace sólo pocas décadas sembraron el País de cadáveres en nombre de una libertad que sólo fue la de ellos, los poderosos de siempre, para destruir la Nación.

*Arquitecto
  Miembro de la Asociación Desarrollo&Equidad
  Administrador de El Pensador Popular

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