jueves, 18 de agosto de 2011

EL PEDIDO AL FRENTE PARA LA VICTORIA



Buena parte de los votantes del FPV tienen miedo a que el país caiga en la vorágine económica del pasado, que acarrea su propia pobreza y sienten, con mayor o menor grado de racionalidad, que el gobierno actual los está cuidando.

La primera elección en que voté fue cuando Arturo Illia fue elegido en 1963. Con el peronismo proscripto y la instrucción de Perón de votar en blanco, recuerdo jóvenes del Conurbano que recibían su sobre y sin ingresar al cuarto oscuro lo cerraban y lo ponían en la urna, ante la sorpresa de más de un presidente de mesa que no sabía cómo reaccionar. En ese escenario, ir a votar era participar de una épica de la resistencia.

Luego en 1973, cuando se eligió a Héctor Cámpora con casi el 50% de los votos, muchos participamos de una épica de la construcción de una nueva sociedad, sueño que duró poco pero era muy real.
Después de la recuperación democrática en 1983, empezando por el latiguillo radical – extraído de la Constitución– de que el pueblo no delibera ni gobierna sino a través de sus representantes y siguiendo por la enorme defraudación menemista, la épica languideció hasta desaparecer. Desde hace ya varias elecciones, el sufragio es un acto de delegación que habilita al elegido para que vaya y haga.
Sin embargo, la democracia delegativa –en la cual vivimos–, con ser de calidad inferior a la democracia participativa, no implica que quien vota firma cheques en blanco. Se involucra –o lo involucramos– poco, pero al votar da un mandato, espera que sucedan ciertas cosas y premia ciertas otras que han sucedido. Creo que es imperativo entender el mandato de las recientes primarias.
Empecemos por caracterizar a los que optaron por el FPV, con Cristina Fernández a la cabeza.
En Capital Federal, Cristina obtuvo apenas un par de puntos más que los de Daniel Filmus en la primera vuelta para jefe de gobierno, en julio pasado.
En Córdoba, sacó el 34%, varios puntos menos que José de la Sota para gobernador.
En Santa Fe sacó el 37%, unos cuatro puntos más que María Eugenia Bielsa para diputada provincial en julio y solo cinco puntos más que el Frente Amplio Progresista, sin los radicales en ese espacio.
En los tres distritos el FPV, obtuvo la primera minoría, pero podría concluirse que si el radicalismo y el socialismo santafesino hubieran mantenido su alianza la paridad hubiera sido muy alta o se hubiera perdido dos o tres de esa elecciones.  
¿De dónde surge el 50% del total nacional, entonces?
De dos vertientes.
En la provincia de Buenos Aires, el FPV sacó 20 puntos más que cuando Néstor Kirchner fue elegido diputado en 2009. Dado el peso electoral del distrito, este incremento explica el 8% del total nacional de sufragios. Pero, a la vez, eso quiere decir que si, por vía de hipótesis, el FPV hubiera hecho en esta misma provincia la misma elección que 2009, el promedio nacional hubiera sido del 42%, cifra igualmente importante y ganadora.
Esto es a causa de que –con respecto al 2009– en el promedio del resto del país, también se aumentó el caudal electoral en unos 20 puntos.
Este panorama requiere una explicación más profunda y detallada que las conocidas y válidas, en cuanto al liderazgo de Cristina y la eficacia de algunas medidas importantes.
Primero, sobre la oposición. A mi criterio, si Ricardo Alfonsín no hubiera cometido el monumental error de acordar con un político fugaz como Francisco de Narváez y hubiera concretado su alianza con Hermes Binner, eventualmente apoyados por Mauricio Macri, podrían haber sacado entre el 25 y el 30% de los votos nacionales, ganando en CABA, Santa Fe y tal vez Córdoba. En cualquier caso, la diferencia con el FPV hubiera sido no menor al 20%.
Segundo, los votantes del FPV. Ante todo, los sectores más humildes, a los que no sólo representa sino que se demostró con gestión que se intenta apoyar. La Asignación Universal por Hijo (3,6 millones beneficiarios actuales) o las jubilaciones a pesar de no tener aportes demostrables (casi un millón de personas) son medidas de equidad y que provocan un reconocimiento y una adhesión perdurables. Este universo explica entre 3,5 y 4 de cada diez votos al FPV.
El resto es básicamente clase media. Parte que siempre adhirió al proyecto y parte importante que se fue en 2009 y vuelve en 2011.
¿Por qué vuelve?
A mi juicio vuelven los sectores más frágiles de la clase media, aquellos que no creen tener la vaca atada y saben o intuyen que un buen gobierno los puede proteger y un mal gobierno los puede hundir. Eso sucede proporcionalmente mucho menos en las provincias más ricas, donde hay un amplio sector social que cree que no necesita un gobierno sino un administrador de consorcio, como lo ha sido Macri en CABA. En el resto del país, la mayoría de los compatriotas de clase media han mostrado una vez más que necesitan contención y que tienen temores.
Alguna vez se los convocó detrás del voto cuota, perversa maniobra del liberalismo. Esta vez, sin que el gobierno hiciera campaña alguna asociada al miedo, esos sectores –creo– han advertido que el mundo atraviesa una situación de inseguridad económica y de pronóstico muy incierto, en la que la política oficial ha logrado ubicar a nuestro país en una condición prudente, serena, manejable. Me parece que buena parte de los votantes del FPV tienen miedo a que el país caiga en la vorágine económica del pasado, que acarrea su propia pobreza, y sienten, con mayor o menor grado de racionalidad, que el gobierno actual los está cuidando, en ese sentido.
Podría decir, simplificando –pero sin ser groseramente esquemático– que gran parte de los votantes del FPV quieren salir de la pobreza o temen caer en ella; mientras que los votantes de la derecha le tienen miedo a los pobres, que es una cosa muy distinta.
Este voto delegativo, que casi seguramente se repetirá en octubre, marca en consecuencia dos responsabilidades centrales: alejar de la pobreza al 35 a 40% de quienes nos votaron; y, para el resto, –que termina siendo para todos los compatriotas– consolidar un escenario económico y social que nos haga inmunes a la locura en que está el capitalismo global, consiguiendo que todos trabajemos con un horizonte estable. Que cada día, más y más, podamos incorporar a nuestra cultura la serenidad de que nos hemos liberado de la trampa de pensar en los negocios como prioridad, para pensar ante todo en la calidad de vida comunitaria.



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