martes, 9 de agosto de 2011

LA IDEOLOGÍA DE LAS PLAZAS ENREJADAS

Por Lucas Carrasco*
 
¿Cuál es el argumento para alegrarse por las plazas enrejadas?. La defensa del espacio público, obviamente, no. La seguridad, la inseguridad, tampoco. Hasta donde yo sé –que tampoco es mucho- en el decálogo de recomendaciones para mejorar la seguridad, ni entre los garantistas (o sea, los que defienden las garantías constitucionales) y los cruzados, enrejar plazas, no figura.No resulta tan complicado entenderlo: “vecinos” de distintos barrios, prefieren que el estado municipal haga todo lo posible para que no lleguen “vecinos” de otros barrios.
La lógica de la Casa Tomada, de la “invasión”. De una excursión a los indios ranqueles.No es pura ilusión, sino algo concreto: las rejas, “protegen” de los otros. Las gentes de otros barrios que invaden –me cansé de las comillas- a los vecinos. Obviamente, las gentes son de menor condición social que los vecinos.La ideología de las plazas enrejadas trasciende los muros de la plaza. Se expresa en que el conurbano (“todo el país”, se cree) usa los hospitales que pagó todo el país y cuya administración luego fue transferida a la municipalidad porteña, los hospitales y escuelas que buena parte de los porteños creen propio. Los hospitales y escuelas porteños.La ideología de las plazas enrejadas es una vuelta de tuerca de la propiedad privada: es, además, el estado de clase.

El estado paranoico. El estado semiótico.Más allá de las particularidades portuarias, de la compleja historización, la ideología de las plazas enrejadas es una variante conservadora (la apelación a “volver a tomar mate en la vereda” legitima el cercamiento de lo público) más bien marcada por la clase social.En pequeñas ciudades, de economía rural, de nuestro país, las plazas no están cerradas. A menudo es una sola plaza: enfrente está la catedral, la municipalidad, el club social (y un restorán) y una confitería, o dos, al lado de la comisaría. Las clases propietarias se juntarán, invariablemente, en una de las dos confiterías, ahora que cayó en desgracia el club social (“porque va cualquiera”). Las clases trabajadoras y populares, en otra confitería. O, en los tragamonedas. La mezcla de clases y edades (y géneros) es mayor que en una ciudad más grande, pero por eso mismo, la diferenciación, más nítida. Es la ideología de la plaza enrejada en ciudades donde la policía se aburre mirando pastar las vacas.La ideología de las plazas enrejadas esconde propósitos bastante al alcance de la mano si se los sufre: es un modo de regular los horarios de las personas, pero, más francamente, busca regular los horarios de los jóvenes. No que se acuesten temprano, sino que estén en una propiedad privada (si pueden, sino, y bue…): en sus casas, en un bar, en algún centro de reunión privado. Es la premisa de que lo privado es lo que mejor puede regular la sociedad y las personas. Regularlas, controlarlas, educarlas. Esa noción de horarios, junto a la noción de propiedad privada, establece una espacialidad: los ámbitos públicos son para determinados horarios, los privados, para otros.

Lo cual estaría muy bien si se tratase de una oficina de atención al público, pero los árboles, los bancos y las guitarras no atienden al público. La temporalidad –los horarios- la espacialidad –la propiedad privada- define un modo de sociabilidad. Este trípode (temporalidad, espacialidad, sociabilidad) es la geografía urbana que pretende definir la ideología de la plaza enrejada. Y, ciertamente, lo consigue. A costa, claro, de los excluidos. Que son, los excluidos, el miedo, el otro, el fundamento, la legitimidad, el argumento por el cual se funda la ideología de las plazas enrejadas.
No es algo, tampoco, nuevo.

Ya en la edad media se construían mitos (basados en concretas realidades de truhanes y merodeadores acechando en los caminos) en torno a los bosques que rodeaban los feudos, esto es, las unidades predominantes de convivencia en Europa. Esos mitos conjuraban miedos reales, dándoles formas monstruosas en una época marcada por el miedo religioso. Ciertas oscuridades que perduran, en base al miedo, real, tangible, sofisticado y, en cierto modo, necesario para la vida cotidiana.Claro que la mitología medieval confundía rateros de caminos –los Robin Hood de la época, digamos- con fantasmas de velos religiosos, porque en esa época, se trataba de consolidar la dominación del clero por encima del resto de las sojuzgadas. No existía la propiedad privada, sino la propiedad religiosa (que hasta servía para legitimar la esclavitud, la xenofobia y el racismo). 
 
*Publicado en ElArgentino.com

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