Por Alfredo Zaiat*
La  cotización del dólar es una variable relevante de competitividad y de  expectativas sociales en la economía argentina, que en períodos  preelectorales adquiere mayor sensibilidad. La referencia obsesiva al  verde significa un condicionamiento importante para el despliegue de  cualquier política económica. 
En términos comparativos con otros países,  el panorama local es bastante favorable en cuanto a una serie de  indicadores que influirían en la paridad cambiaria, como el stock de  reservas en relación con el circulante en moneda nacional, el ratio  deuda/PBI, el horizonte de vencimientos de capital e intereses de la  deuda, el superávit comercial y de cuenta corriente, los términos de  intercambio, la situación fiscal, apreciación de la moneda. Esta  enumeración debería presentar un cuadro financiero de cierta holgura,  con desafíos previsibles por la propia dinámica de la economía local en  el frente fiscal y del sector externo, y por los riesgos que acechan por  la crisis en Estados Unidos y en Europa. Esos indicadores argentinos en  cualquier otra economía de desarrollo intermedio generarían un estado  de tranquilidad en los agentes privados con un acotado margen de  incertidumbres. El factor que aquí pone en tensión ese escenario  económico-financiero sorprendente en relación con los existentes en el  pasado se encuentra en la persistencia de la fuga de capitales, que ya  es una característica constante de la economía argentina desde hace  décadas. Raíces históricas de la cultura rentística de las burguesías,  años de inestabilidad, varias crisis del régimen financiero, violentas  devaluaciones, un sistema bimonetario consolidado por la convertibilidad  son explicaciones de ese comportamiento de grupos sociales de piel  sensible. Esta estructura socio-económica sobrerreacciona en un año de  elecciones presidenciales, que en esta oportunidad reúne un ingrediente  adicional de disputa político-mediática que exacerba miedos, con el  infaltable aporte de economistas del establishment.La fuga de capitales se ha acelerado en el segundo trimestre del año  luego de un primero con saldo de 3676 millones de dólares, según cifras  del Banco Central. En abril, el monto se ubicó entre 1300 a 1700  millones de dólares, con una suma similar en el mes siguiente, recorrido  que ha superado en el doble al estimado a nivel oficial para meses de  fuerte ingreso de dólares por la liquidación de exportaciones del sector  agropecuario. Esta mayor dolarización era previsible más cerca de las  elecciones, pero se anticipó, definiendo una proyección de 16 mil  millones de dólares de fuga en el año, cuando en el anterior totalizó 12  mil millones. Parte de esos fondos se giran al exterior, otra obedece a  decisiones de cambios preventivos de portafolio de inversiones y otra a  compras de lo que se denomina chiquitaje, pequeños ahorristas que  abultan su colchón o prefieren transcurrir estos meses en depósitos en  dólares. Esta última conducta tiene un fuerte componente defensivo ante  la construcción de expectativas negativas por la exageración en la  discusión sobre la competitividad del tipo de cambio. Este tema es una  cuestión significativa de cierta complejidad que debe ser abordado para  alejar el fantasma de un fuerte ajuste de la paridad luego de las  elecciones de octubre, idea con la que decidieron embestir economistas  de la city. Por antecedentes de ocho años de kirchnerismo, pero  fundamentalmente por la experiencia local y de países vecinos (por caso,  el segundo mandato de Fernando Henrique Cardoso, en Brasil, en 1999, se  inauguró con un ajuste), una fuerte devaluación provoca un deterioro  político y económico que condiciona el resto de la gestión. En caso de  continuar el actual gobierno luego de las próximas elecciones, resulta  entonces poco probable una alteración abrupta de la paridad como  sugieren esos profesionales especializados en pronósticos errados, y más  bien se puede esperar una intensificación de los ajustes suaves dentro  de la actual política de tipo de cambio administrado.
Esos temores alimentados sobre la evolución del dólar, que se  acrecentaron por la suba de la cotización en el mercado informal debido a  mayores controles en la compraventa de divisas, aceleraron la fuga de  capitales que derivó en menores compras de reservas por parte del Banco  Central. El stock se ubica en unos 52 mil millones de dólares, y en  estos meses la entidad monetaria esperaba comprar el doble, objetivo que  no pudo cumplir. En lo que va del año, se aplicaron unos 3350 millones  de dólares para el pago de deuda, quedando un saldo de 6000 millones  hasta fin de año. En el mejor escenario, que significaría un descenso de  la fuga, un reingreso de dólares que se refugiaron en el colchón o en  depósitos bancarios, el Banco Central terminaría el año con la misma  suma que hoy atesora.
En esta instancia es donde impacta la fuga de capitales como  condicionante de la política económica pese a indicadores  económico-financieros relativamente favorables. Sin acumulación de  reservas se plantea una fuerte restricción para la constitución de un  nuevo fondo de desendeudamiento para el 2012. El actual ritmo de fuga  hacia el dólar con una reducción del saldo positivo de la balanza  comercial de 12 mil a 8 mil millones de dólares deriva en una  perspectiva de equilibrio de la cuenta corriente para el año próximo. La  dinámica de la cuenta capital del balance de pago está determinada por  la salida de dólares del sector privado. También ha empezado a influir  en ese resultado el aumento del giro de utilidades de bancos extranjeros  y multinacionales hacia sus casas matrices.
Mantener la política de desendeudamiento y acumulación de reservas  en 2012 depende de la evolución de la cuenta corriente. Aquí aparece la  disputa sobre qué trayecto transitar para enfrentar una situación que no  es inquietante como en experiencias pasadas. El elenco estable de  economistas de la city asusta para ofrecer la receta tradicional: salir a  colocar deuda en el mercado internacional por 7000 millones de dólares,  monto que equivale a la brecha de financiamiento por vencimiento de  capital e intereses de deuda con el sector privado. Esa opción ortodoxa  implicaría retroceder en lo que fue un arduo camino de desconectarse de  las finanzas globales, que es un potente desestabilizador de la  economía. La convergencia hacia la sustentabilidad de las cuentas  externas no requiere necesariamente volver al vínculo perverso con el  mercado de deuda internacional. Existen otras opciones para eludir esa  trampa que están mostrando con entusiasmo banqueros a través de  economistas del establishment.
Como la economía no es estática pueden presentarse cambios en  tendencias hoy instaladas, por caso la desaceleración de la fuga y el  reingreso de dólares del colchón al reducirse los temores electorales.  Existen además una serie de medidas alternativas a la tentadora de la  colocación de nueva deuda. La aplicación de sintonía fina en forma  integrada de política de ingresos, de continuación del monitoreo de las  importaciones, de administración de subsidios y del tipo de cambio, con  controles más aceitados en el mercado de divisas y en la cuenta capital,  sumando un mayor flujo de inversión extranjera directa luego del cierre  de la negociación con el Club de París, se presenta como un camino más  complejo pero más consistente hacia la convergencia del sector externo.
Presiones sectoriales y de las corrientes conservadoras adictas al  endeudamiento apuntan a otro camino. El desafío que se plantea es el de  mantener el necesario margen de autonomía de la política económica que  brinda los superávit fiscal y de cuenta corriente para no quedar  subordinado a la destructiva lógica de las finanzas globales.
*Publicado en Página12 
 

 
 
 













 
 
 
 
 
 
 
 

 
 

 
 
 

 
 
 
 
 
 
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