Existen más discusiones sobre cómo se sale de las grandes deudas que sobre cómo se generaron. El imaginario colectivo argentino tiende a postular que el origen de la deuda siempre es fraudulento.
La explosión de la burbuja financiera de 2008 se expandió de los Estados Unidos a Europa y allí se diseminó por ese mosaico heterogéneo de un número de países cuya cuenta ya he perdido. Para un país con la historia financiera de la Argentina es natural que se ponga tanto énfasis en los términos relativos, comparando nuestra solvencia actual y la serena perspectiva de situaciones todas manejables en el frente externo, contra el vértigo de Grecia, España o Portugal, los apresurados acuerdos de auxilio externo y la conocida epidemia de daños que recaen sobre las espaldas populares en cada uno de esos países.
Es evidente que la comparación de políticas macroeconómicas, frente a escenarios de crisis externas importantes, le da una ventaja categórica al modo en que la Argentina encaró y encara el tema. Me permitiré agregar aquí una reflexión sobre la causa madre de estas crisis: el endeudamiento público externo.
Existen muchas más discusiones sobre cómo se sale de las grandes deudas, más que sobre cómo se generaron. El imaginario colectivo argentino tiende a postular que el origen de la deuda siempre es fraudulento. En nuestro país, en efecto, entre los gobiernos militares y los ministros de economía que fueron directos representantes de bancos extranjeros, se puede asignar el aumento exponencial de las obligaciones a la corrupción y la defensa de intereses que no son los nuestros.
Pero en el resto del mundo, sobre todo en los países débiles de Europa, esos factores han tenido una responsabilidad menor. Las causas centrales son estructurales y de imprescindible análisis.
¿Cuándo se endeuda un país con un gobierno “honesto”? Cuando importa más de lo que exporta. O cuando lo que se invierte allí desde otros países es menor que aquello que las empresas giran como utilidades al exterior. Cuando ambas diferencias son negativas para el país o el saldo positivo de una no compensa el negativo de la otra, hay que pedir prestado.
Esto a su vez genera obligaciones a futuro de pago de capital e intereses que, si no se resuelve el desequilibrio anterior, agrava el problema. Esta situación se ha dado en numerosos países desde que existe el comercio internacional, o sea, desde siempre. En tiempos modernos, y en el caso de países industriales, siempre ha terminado en una devaluación de la moneda del país con dificultades. Esto abarata sus exportaciones y abarata el valor de sus empresas locales, con lo cual las dos cuentas –comercio e inversión– tienden a mejorar, aunque eso afecte la calidad de vida de los consumidores, para los cuales todo se encarece en términos relativos. Teniendo esa receta en mente, hoy el mundo económico se lamenta, porque los países europeos están atados a una moneda común (el euro), y por lo tanto, no pueden devaluar, con lo cual aparentemente se quedan sin otra solución más que apretar el cinturón hasta la asfixia.
Ahora bien, usemos la experiencia de los últimos 40 años para dibujar el futuro. Lo que parece no tener sentido es perder la autonomía económica, que implica ceder mucho más que la moneda, ya que también implica abrir las fronteras a toda inversión extranjera que quiera arrimarse y a la especulación financiera. No es casualidad que los tres países mencionados terminaran jugando su suerte al turismo, poniendo así en la balanza los recursos naturales y la organización de un servicio personal de ocupación masiva y baja retribución laboral. Ese turismo, a su vez, consume y utiliza bienes que en abrumadora proporción son importados o producidos localmente por filiales de transnacionales.
Todo maravilloso, con la panza al sol, hasta que explota en otro lugar la burbuja inmobiliaria o la que fuera y los turistas dejan de venir. Quedaron las camas tendidas, el café caliente y la deuda por pagar.
¿Cómo evitarlo? Conservando o recuperando la autonomía. Esto significa algo distinto de lo que proclama el FMI, que en definitiva está pidiendo a los gobiernos endeudados que jorobe a sus empleados y a la población en general para conseguir los recursos para pagar la deuda.
Significa importar menos de lo que se importa. Significa a la vez conseguir –por el modo que sea– que las empresas giren al exterior menos dinero del que ingresan ellas u otras por inversiones, a las que además hay que evaluar –y aceptar o rechazar– por su aporte a la balanza de pagos.
En lugar de sojuzgar a los compatriotas para pagar la deuda, la tarea es dejar de generarla y en todo caso pagar lo anterior con el nuevo excedente. Con un agregado muy importante. La receta del FMI es socialmente injusta, además de un fracaso técnico.
El reequilibrio de una balanza de pagos deficitaria requiere acomodamientos públicos y privados. La forma de diseñarlos e implementarlos debe tener a la vista la justicia social, y eso se puede hacer con aproximaciones múltiples.
Si se importan autos de lujo, pueden considerarse innecesarios. Si se ensamblan motos, televisores o celulares, pueden establecerse altas cuotas de componentes nacionales en corto plazo, como una obligación taxativa. Si se pagan licencias al exterior por marcas de indumentaria o similares, pueden considerarse postergables o eliminables. Si se invierte poco en desarrollo tecnológico local, hay que aumentar sustancialmente el esfuerzo. Si se exportan productos primarios, hay que cuidar que los principales beneficios no queden en manos de transnacionales. Todo lo anterior y varias otras acciones similares serían justas y no recaerían sobre las espaldas populares, sino al contrario.
Recuerdo que no estoy hablando de la Argentina, sino de Grecia, España o Portugal. Aquí la balanza de pagos es positiva. Los precios de los alimentos siguen en aumento; nuestra ecuación energética no es crítica; nuestra deuda externa se redujo enormemente. Nuestros abundantes recursos naturales y el buen manejo macroeconómico nos eximen de tomar los recaudos recién detallados. Al menos por ahora.
*Presidente del INTI.
Publicado en Tiempo Argentino
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