Mauricio Macri |
En más de 80 años de historia política argentina, una propuesta conservadora o reaccionaria explícita nunca ha podido ganar una elección relevante, salvo en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, con Mauricio Macri. Tal vez el único caso que se le acerque es la reelección de Carlos Menem en 1995.
Sin embargo, si bien en ese momento ya se había lastimado de gravedad al Estado y dilapidado el esfuerzo de generaciones, la propuesta no se centró en principios liberales. Más bien, se dirigió a crear el miedo de amplias capas medias por perder su consumo, que era financiado por el endeudamiento externo en la Convertibilidad. En última instancia, la figura de Carlos Menem, a diferencia de Mauricio Macri, estaba instalada como la de un liberal converso, o lisa y llanamente un traidor, más que como un reaccionario asumido.
Con el actual jefe de gobierno en la CABA es distinto. Más allá del márketing y del cotillón, sus reflejos son conocidos, a esta altura, y cada una de sus frases, políticas o no, identifican una forma de ver la vida, que por lo visto convoca a mucha gente de la Ciudad para votarlo.
No se trata exclusivamente de contar con la adhesión de un sector cuya pertenencia se identifica por sus bienes y su poder económico concreto. Además, suma a una fracción relevante de la clase media. Esto necesita una explicación.
Se trata de una clase media que vive en una ciudad europea, de un país periférico. Quiero decir: en una ciudad donde esos compatriotas disponen de una infraestructura física, con tejido cultural, con continente educativo y de salud, que les permite ignorar o desentenderse de que en algunos otros lugares de la misma ciudad hay 200 mil personas con necesidades básicas insatisfechas y allí nomás, en la provincia de Buenos Aires, hay 2 millones en similares condiciones.
Esa clase media vive bien y reclama de un gobierno lo que podríamos llamar gestión municipal: limpieza, servicios y seguridad. No reclama cambios sociales, más bien se puede decir que les teme, cuando levanta apenas el velo sobre la pobreza de los otros y pasa a pensar en términos reaccionarios, suponiendo que el bienestar no alcanza para todos.
Hay dos caminos “simples” e inmediatos para comunicarse con esa población, desde una mirada progresista y en un tiempo electoral:
a) Imputarle su lógica antisocial y apelar a mandatos éticos. Mi opinión es que de ese modo se consolidaría su apoyo a la derecha.
b) Sostener que aquel a quien eligieron, no es un buen gestor. Recordar las promesas del reaccionario y demostrar que no las cumplió. A mi criterio esta es una variante que termina jugando el partido en el campo que la derecha define.
Debe haber un tercer camino. No creo que esté muy analizado y por lo tanto tampoco diseñado, pero pensar desde el escenario que construye la derecha no parece una solución para integrar la Ciudad al país.
El resultado a lograr es conceptualmente muy superior a construir muchos kilómetros de subte o tapar todos los baches en tiempo y forma. Es construir puentes entre cierta clase media porteña satisfecha consigo misma y el resto de la sociedad.
El desafío de fondo es cambiar sin asustar.
Esto implica, a mi criterio, trabajar en dos frentes bien diferenciados.
Por un lado, la batería de acciones para mejorar las condiciones de los más necesitados. Además de ser eficiente, este menú debe poder demostrar a la clase media que gana con el bienestar del otro, que ese cambio no se hace a expensas de ella. No sólo gana porque desde una óptica conservadora mejorarían sus condiciones de seguridad. Gana también porque más compatriotas con algo por lo que vivir generan más oportunidades de trabajo, de construcción colectiva, que inevitablemente llevan un beneficio a quienes están dentro del sistema, sea produciendo o sea brindando servicios.
Por el otro lado, se deben considerar iniciativas menos tradicionales, que apunten a cambiar estructuralmente la forma en que muchos individuos de la Ciudad se relacionan con sus semejantes. Iniciativas que construyan vínculos donde antes había indiferencia o hasta confrontación.
Algunos ejemplos muestran la idea.
En lugar de licitar una suerte de servicio permanente de refacción de escuelas, generando un negocio de casi 400 millones de pesos para empresas con una oficina y un teléfono, como acaba de hacer el actual gobierno de la Ciudad, se podrá crear –y corresponderá prometer– consejos voluntarios de escuela, que armen los planes edilicios, consigan los presupuestos y administren el dinero de las refacciones, lugar por lugar.
Lo mismo debería suceder con los hospitales, implementando además una red de atención médica que dé seguridad de atención a los que disponen de prepagas y quienes no, con un sistema de seguro de salud especial.
En las comunas, deberán preverse espacios de debate, análisis conjunto y decisiones compartidas para toda la infraestructura urbana y para los residuos domiciliarios.
Como se ve, no se trata de variantes técnicas de una gestión conservadora. Se trata de un cambio en las relaciones al interior de la sociedad, que coloque a sectores de clase media en condiciones de aumentar su involucramiento, pero con el deber de participar de decisiones que cortan verticalmente al tejido social.
La derecha ha obtenido una victoria electoral en la Ciudad de Buenos Aires hace cuatro años y mantiene un caudal importante de votos, porque sus votantes se han encuadrado con cierta naturalidad en esa mirada. Parece obvio, pero sin embargo esto es tenido poco en cuenta al momento de pensar una propuesta electoral.
La solidaridad con el sur de la Ciudad puede no ser suficiente motivo para que el cómodo norte cambie su voto. Las deficiencias de gestión tampoco lo son, si es que esos votantes pueden temer que los recursos serán derivados a atender a otros sectores sociales con los que no se sienten comprometidos.
Tal vez la llave sea mostrar que los recursos alcanzan para todo lo necesario; que beneficiar a los humildes también mejora a las capas medias y que hay formas de administrar el colectivo de una ciudad orgullosa de ser “europea”, que permiten hacer a cada uno mejor dueño de su propio futuro.
En cualquier caso, se peleará con armas propias, en una situación que la política progresista conoce poco: confrontar con una derecha que tiene votos que la respaldan.
Sin embargo, si bien en ese momento ya se había lastimado de gravedad al Estado y dilapidado el esfuerzo de generaciones, la propuesta no se centró en principios liberales. Más bien, se dirigió a crear el miedo de amplias capas medias por perder su consumo, que era financiado por el endeudamiento externo en la Convertibilidad. En última instancia, la figura de Carlos Menem, a diferencia de Mauricio Macri, estaba instalada como la de un liberal converso, o lisa y llanamente un traidor, más que como un reaccionario asumido.
Con el actual jefe de gobierno en la CABA es distinto. Más allá del márketing y del cotillón, sus reflejos son conocidos, a esta altura, y cada una de sus frases, políticas o no, identifican una forma de ver la vida, que por lo visto convoca a mucha gente de la Ciudad para votarlo.
No se trata exclusivamente de contar con la adhesión de un sector cuya pertenencia se identifica por sus bienes y su poder económico concreto. Además, suma a una fracción relevante de la clase media. Esto necesita una explicación.
Se trata de una clase media que vive en una ciudad europea, de un país periférico. Quiero decir: en una ciudad donde esos compatriotas disponen de una infraestructura física, con tejido cultural, con continente educativo y de salud, que les permite ignorar o desentenderse de que en algunos otros lugares de la misma ciudad hay 200 mil personas con necesidades básicas insatisfechas y allí nomás, en la provincia de Buenos Aires, hay 2 millones en similares condiciones.
Esa clase media vive bien y reclama de un gobierno lo que podríamos llamar gestión municipal: limpieza, servicios y seguridad. No reclama cambios sociales, más bien se puede decir que les teme, cuando levanta apenas el velo sobre la pobreza de los otros y pasa a pensar en términos reaccionarios, suponiendo que el bienestar no alcanza para todos.
Hay dos caminos “simples” e inmediatos para comunicarse con esa población, desde una mirada progresista y en un tiempo electoral:
a) Imputarle su lógica antisocial y apelar a mandatos éticos. Mi opinión es que de ese modo se consolidaría su apoyo a la derecha.
b) Sostener que aquel a quien eligieron, no es un buen gestor. Recordar las promesas del reaccionario y demostrar que no las cumplió. A mi criterio esta es una variante que termina jugando el partido en el campo que la derecha define.
Debe haber un tercer camino. No creo que esté muy analizado y por lo tanto tampoco diseñado, pero pensar desde el escenario que construye la derecha no parece una solución para integrar la Ciudad al país.
El resultado a lograr es conceptualmente muy superior a construir muchos kilómetros de subte o tapar todos los baches en tiempo y forma. Es construir puentes entre cierta clase media porteña satisfecha consigo misma y el resto de la sociedad.
El desafío de fondo es cambiar sin asustar.
Esto implica, a mi criterio, trabajar en dos frentes bien diferenciados.
Por un lado, la batería de acciones para mejorar las condiciones de los más necesitados. Además de ser eficiente, este menú debe poder demostrar a la clase media que gana con el bienestar del otro, que ese cambio no se hace a expensas de ella. No sólo gana porque desde una óptica conservadora mejorarían sus condiciones de seguridad. Gana también porque más compatriotas con algo por lo que vivir generan más oportunidades de trabajo, de construcción colectiva, que inevitablemente llevan un beneficio a quienes están dentro del sistema, sea produciendo o sea brindando servicios.
Por el otro lado, se deben considerar iniciativas menos tradicionales, que apunten a cambiar estructuralmente la forma en que muchos individuos de la Ciudad se relacionan con sus semejantes. Iniciativas que construyan vínculos donde antes había indiferencia o hasta confrontación.
Algunos ejemplos muestran la idea.
En lugar de licitar una suerte de servicio permanente de refacción de escuelas, generando un negocio de casi 400 millones de pesos para empresas con una oficina y un teléfono, como acaba de hacer el actual gobierno de la Ciudad, se podrá crear –y corresponderá prometer– consejos voluntarios de escuela, que armen los planes edilicios, consigan los presupuestos y administren el dinero de las refacciones, lugar por lugar.
Lo mismo debería suceder con los hospitales, implementando además una red de atención médica que dé seguridad de atención a los que disponen de prepagas y quienes no, con un sistema de seguro de salud especial.
En las comunas, deberán preverse espacios de debate, análisis conjunto y decisiones compartidas para toda la infraestructura urbana y para los residuos domiciliarios.
Como se ve, no se trata de variantes técnicas de una gestión conservadora. Se trata de un cambio en las relaciones al interior de la sociedad, que coloque a sectores de clase media en condiciones de aumentar su involucramiento, pero con el deber de participar de decisiones que cortan verticalmente al tejido social.
La derecha ha obtenido una victoria electoral en la Ciudad de Buenos Aires hace cuatro años y mantiene un caudal importante de votos, porque sus votantes se han encuadrado con cierta naturalidad en esa mirada. Parece obvio, pero sin embargo esto es tenido poco en cuenta al momento de pensar una propuesta electoral.
La solidaridad con el sur de la Ciudad puede no ser suficiente motivo para que el cómodo norte cambie su voto. Las deficiencias de gestión tampoco lo son, si es que esos votantes pueden temer que los recursos serán derivados a atender a otros sectores sociales con los que no se sienten comprometidos.
Tal vez la llave sea mostrar que los recursos alcanzan para todo lo necesario; que beneficiar a los humildes también mejora a las capas medias y que hay formas de administrar el colectivo de una ciudad orgullosa de ser “europea”, que permiten hacer a cada uno mejor dueño de su propio futuro.
En cualquier caso, se peleará con armas propias, en una situación que la política progresista conoce poco: confrontar con una derecha que tiene votos que la respaldan.
*Presidente del INTI
Publicado en Tiempo Argentino
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