Ezequiel tenía siete años. El martes pasado, a la madrugada, murió por consecuencia de un tumor cerebral, ocasionado por manipular venenos en la empresa avícola Nuestra Huella S.A. El niño tenía que “ayudar” a sus padres a cumplir con un tope de producción imposible. Por eso, la familia lo sumó a la esclavitud como tantas familias condenadas, engañadas y seducidas por una empresa que les prometía un futuro mejor y que sólo escondía producciones a destajo.
Es que el trabajo infantil está tan naturalizado que en muchos dibujos animados aparecen niños labrando la tierra, picando piedras o cargando bolsos llenos. Niños que combinan sus tareas yendo a la escuela un solo turno, y al volver al hogar caen en la misma rutina. Eso se ve también en novelas argentinas donde se caricaturiza a los malvados padres que mantienen como cenicientos a sus hijos.
A modo más tangible, en un puesto de verduras, al costado de la estación Martín Coronado del Ferrocarril General Urquiza trabaja una niña de ocho años y un chico de diez. Por las mañanas no se los ve; sus padres ordenan las frutas y verduras, venden poco. A partir de las cinco de la tarde, comienzan las complicaciones. Decenas de personas que bajan del tren comienzan sus compras “al paso”. El puesto se llena de gente que pide y reclama. Los chicos no dan abasto. Los padres se ponen de mal humor. Si les preguntan un precio, les contestan mal. “Dejá eso, vos”, les gritan. Los clientes miran mal a los padres, pero no hacen nada. El colmo de la denuncia es irse y decir “gracias. Nada más”.
Esa es una de las tantas rutinas de Buenos Aires. Pero también sucede en puestos de flores de Chacarita, en kioscos, en mercados. Chicos que venden estampitas, curitas o flores en los medios de transporte y en la calle.
También ocurre en internet, donde circulan decenas de videos filmados por la ONG La Alameda –quien denunció, mediante una filmación, casos idénticos al de Ezequiel hace dos años– en fincas mendocinas, donde niños de 4 a 14 años son obligados a recolectar y pelar ajo. Durante más de 12 horas son utilizados para realizar esa actividad por tener manos chiquitas, lo que simplifica el manejo del vegetal. Los más grandes son los encargados de transportar cajas repletas.
“El hecho de naturalizar el trabajo infantil y considerarlo como si fuera una característica más de la pobreza, se convierte en el primer obstáculo para luchar en contra de ello”, aclara Elena Durón, fundadora de Petisos y coordinadora de ONG y organismos internacionales.
Según sus estudios, existen 250 millones de niños, niñas y adolescentes trabajadores en el planeta. “Sí es cierto que la pobreza es una de las principales causas y consecuencias del trabajo infantil y actúa como factor que genera para los chicos y sus familias un círculo vicioso de exclusión y marginación.” Ella y su equipo trabajan junto a padres y niños en los procesos de recolección de residuos, en basurales a cielo abierto.
Tratados internacionales. En Holanda, en el mes de mayo, se fijó al año 2016 como límite para erradicar las peores formar del trabajo infantil: esclavitud, servidumbre, manejo de agrotóxicos, etc. Y se comenzó a trazar el proyecto llamado Hoja de Ruta.
Nuestro país aseguró su responsabilidad para confeccionar un listado de las peores formas de trabajo infantil, y cuya organización estará a cargo de la Conaeti (Comisión Nacional para la Erradicación del Trabajo), y a nivel local por la Copreti (Comisión Provincial Contra el Trabajo Infantil). Miradas al Sur se comunicó con ambas comisiones, pero no obtuvo ninguna respuesta.
La Organización Internacional del Trabajo –creadora del Programa Internacional para la Erradicación del Trabajo Infantil– aseguró que, a nivel mundial, el número de niños trabajadores ha disminuido de 222 millones a 215 millones durante el período 2004/2008. Un escasísimo 3 por ciento.
Según números publicados por diferentes organizaciones contra el trabajo infantil, América Latina está entre los primeros del ranking de explotación infantil.
En Costa Rica, la problemática está centralizada en la industria turística, que favorece la explotación sexual comercial de niños, niñas y adolescentes.
En El Salvador, las peores formas de trabajo infantil suceden en la plantación y recolección de caña de azúcar.
En Paraguay, es el trabajo doméstico lo que más preocupa. Allí, la campaña Cenicienta no necesita un príncipe azul busca concientizar a los dueños de casa que contratan a niños, a quienes piensan que les hacen un favor pero en realidad están legalizando ese trabajo.
*Publicado en Miradas al Sur
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