Por Sandra H. Massoni *
Quiero traer aquí un asunto muy presente por estos días en los medios de comunicación en Argentina: la cuestión de la verdad y su vinculación con las modalidades de ser comunicador social. Suelo usar en mis cursos un ejercicio de visualización: propongo que imaginemos –como si fuera una película– el recorrido de una cámara que hubiera filmado nuestro mismísimo ojo y que fuera poco a poco ampliando el plano: primero a toda la cara, y luego a toda la habitación en la que nos encontramos.
Planteo entonces que imaginemos que esta peculiar cámara –como traspasando las paredes– subiera velozmente para enfocar desde arriba un plano general del edificio que nos alberga, y luego captara toda la ciudad, y más arriba aún tomara el planeta Tierra, y luego nuestro sistema solar y siguiera ascendiendo todavía hasta captar mágicamente otras galaxias.
Una vez capturada esta vista, propongo imaginemos que la cámara se detiene, respira, toma aire y de pronto desciende velozmente hasta llegar otra vez hasta nosotros y enfoca nuestra cara... y se acerca cada vez más a nuestra piel, entra a nuestro cuerpo y recorre los conductos y enfoca los tejidos y nos muestra detalles cada vez más pequeños de nuestro organismo.
Entonces pregunto: ¿cuál de todas las dimensiones de este recorrido es real? ¿Todas? ¿Esta “realidad real” siempre fue así? Pensemos en la historia de la humanidad: ¿se conocían estos componentes del mundo que acabamos de sobrevolar por ejemplo en la Edad Media? Pensemos hoy mismo... ¿esta “realidad real” se describe siempre en los mismos términos? Por mi parte, en ambos extremos de este recorrido, soy incapaz de imaginar demasiado: mi conocimiento acerca del cuerpo humano alcanza apenas a las células. Y es que no sé siquiera cómo nombrar lo demás; esto no le pasaría a un biólogo molecular o a un médico. Lo mismo me sucede al describir nuestra galaxia, pero seguramente no le ocurriría eso a un astrónomo. Estoy destacando un aspecto muy básico –todavía más acá de las metáforas y aún más acá del encubrimiento ideológico– con el objeto de refutar la conceptualización clásica acerca de la verdad vinculada con la comunicación social. Estoy diciendo que si aceptamos esta multidimensionalidad de los fenómenos, deberemos reconocer que no hay tal posibilidad de una verdad única, o una teoría más válida que otra, si no decimos para qué y para quién. Esto es así, simplemente porque no hay verdades escindidas. No pre-existen, van siempre de la mano de un humano que las habla sea o no un comunicador social. Y un poco eso es nuestra historia, como personas, como profesionales, como científicos y también como humanidad: un continuo pasar de una dimensión a otra que antes no podíamos siquiera imaginar. Lo interesante es pensar que esta asombrosa multidimensionalidad opera en toda situación de comunicación.
¿La consideramos? A menudo nos olvidamos de este componente de verdad provisional, efímera, frágil, con el que es necesario convivir. Humberto Maturana para salir de esta marisma suele plantear la diferencia entre la mentira y el error. Dice: todos sabemos cuando mentimos, pero no cuando nos equivocamos. Esto es así porque el error es siempre a posteriori, como cuando uno va caminando en la calle y saluda a alguien que creyó conocer, y luego se da cuenta de que no era la persona conocida y entonces se turba por el equívoco. Uno se da cuenta del error después, atendiendo a otras dimensiones distintas de aquélla desde la cual vivió la experiencia, buena o mala, de encontrarse con alguien. Lo central es darse cuenta de que nadie puede hacer referencia a una realidad independiente de él mismo. Nadie puede decir cómo “es” la realidad, pero sí podemos ponernos de acuerdo respecto de ella. Somos, como apunta Gregory Bateson, seres en-red-dándonos. Así es que aun cotidianamente –pese a que en Argentina no lo parezca– el mundo en el que vivimos es un mundo de acuerdos, de articulaciones, es un mundo con, contra, junto a otros. El problema está en la creencia de que uno puede dominar a los otros reclamando para sí el privilegio de saber cómo son las cosas. Lo violento es pretender que el otro, un comunicador o un consumidor de medios, sea como uno. Ese es el conflicto: el de la exigencia de una versión única y totalizante.
Planteo considerar la cuestión de la multidimensionalidad y la comunicación porque percibo un sutil e incipiente descentramiento en la discusión en torno de los medios masivos argentinos. Quizás haya un tenue cambio de ritmo en la comunicación social de nuestro país de la mano del debate que generó la nueva ley de medios. Me provoca soñar que ojalá ese cambio de ritmo sea capaz de hacer lugar para un espacio otro. Creo que los argentinos aprendimos mucho en los últimos tiempos acerca de medios y mensajes. Hemos distinguido mentiras y también errores, en análisis posteriores, en comparaciones reflexivas, críticas y necesarias de lo sucedido pero que sin embargo no resultan suficientes para lograr transformaciones.
Acaso inaugurando el Bicentenario podamos empezar a mirar otra vez el horizonte desde registros más diversos, más democráticos; al menos, ahora sabemos que cualquier diario no es sólo un producto de la industria cultural, sino que a su vez está situado y puede ser analizado en múltiples dimensiones: la informativa, la interaccional, la ideológica, la sociocultural y sigue la lista. Sabemos también que los medios trafican datos cada día en alguna o en todas estas dimensiones buscando imponer su racionalidad y que al hacerlo nos acompañan en nuestra aventura cotidiana de computar el mundo porque nos empujan a narrarlo y nos alientan a actuar en una dirección o en otra. Se trata entonces de asumir por fin crítica y valorativamente nuestra responsabilidad como consumidores de los medios al leer un artículo o mirar un programa de televisión. Se trata de atender a aquello con lo que cada producto de comunicación conecta, de manera de ver qué dimensión del mundo complejo y fluido en el que vivimos hace crecer.
* Doctora en Ciencias Sociales. Posgrado en Comunicación Ambiental UNR.
Publicado en Página12 - 02/06/2010
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