Por Alfredo Zaiat*
El movimiento sin restricciones de capitales financieros constituye una fuente significativa de perturbaciones para la economía. El ingreso de fondos especulativos genera una bonanza hipnótica, que en el momento de su salida abrupta provoca fuertes caídas, profundizando la fase descendente del ciclo. Los países europeos más débiles están padeciendo ese comportamiento en una espiral de decadencia, bastante conocida en economías que enfrentaron crisis en la década pasada, entre ellas la argentina. La regulación de capitales financieros, la limitación de las operaciones de los bancos de inversión, la fiscalización de las calificadoras de riesgo y la política de aislar los paraísos fiscales son iniciativas básicas para la contención de la actual debacle. Pero la etapa de la hegemonía global de las finanzas no retrocede porque se derrumben las cotizaciones de activos bursátiles o por fortísimos ajustes fiscales con inquietantes consecuencias sociales. Se requiere de líderes políticos de las potencias con convicciones para torcer el rumbo señalado por banqueros & afines, tarea que no es nada sencilla por los intereses involucrados y, además, porque muchos de ellos se han formado en la concepción basada en que el mercado y las finanzas libres son el eje ordenador de la sociedad. Esas condiciones y las debilidades para avanzar en el control de los capitales especulativos se expresarán en la próxima reunión del G-20 en Toronto, que comienza el sábado próximo.
Pese a las dificultades que en la esfera política se presentan para subordinar a las finanzas, como queda en evidencia en el enfrentamiento de Barack Obama con Wall Street, en el campo de las ideas empezaron a aparecer algunas grietas en el discurso hegemónico. Dejó de ser exclusivo de las corrientes críticas el reclamo de una mayor regulación de la Cuenta de Capital. Este es un componente clave de la Balanza de Pagos, que es el registro del saldo del intercambio de bienes (balance comercial de exportaciones e importaciones), de servicios (turismo, fletes, royalties, entre otros) y del movimiento de capitales. Existen polémicas intensas en el espacio público sobre los flujos comerciales, las políticas de protección del mercado interno o sobre los organismos multilaterales que los regulan. En cambio, el movimiento del capital financiero no ha despertado tantas pasiones, o cuando las motiva rápidamente son sedadas a pesar de haberse constituido en el principal factor de las devastadoras crisis desde la década del noventa. En esa instancia de tensión hoy se encuentra el debate que en Toronto mostrará si el G-20 progresa o retrocede en la necesaria regulación de la Cuenta de Capital.
A mediados de febrero, el FMI sorprendió con un documento que, después de impulsar la apertura total con la modificación del Artículo VI de su Convenio Constitutivo, bajo el manejo de Stanley Fischer en 1997 en la Asamblea Anual realizada en Hong Kong, ha empezado a revisar ese dogma. En un informe elaborado por el staff del Fondo, liderado por el economista jefe Olivier Blanchard, plantea que “los controles al ingreso del capital extranjero pueden ser parte de la caja de herramientas de la política”. Es un principio impensado para el FMI dominado por el neoliberalismo, que incluso descoloca a su actual director gerente, Dominique Strauss-Khan, quien criticó los esfuerzos de Brasil para regular los flujos de capitales especulativos. Afirmó que “el problema es que la mayor parte de las veces eso no funciona” con una elevada cuota de desconocimiento de los antecedentes recientes que incluso están mencionados en ese documento. Con ese nivel de descoordinación y contradicciones transita la crisis internacional en manos del actual liderazgo mundial.
En ese informe del Fondo se señala que está demostrado empíricamente que los controles de capital no solamente funcionan, sino que “están asociados a haber evitado el incremento de los peores resultados” de la actual crisis económica. Indican que “los controles parecen funcionar mejor en los países con restricciones existentes o con gran capacidad administrativa. La evidencia también sugiere que los controles tienen más efecto sobre la composición de los flujos de capital que en su volumen”. Apuntan que “la utilización de los controles de capital, sumados a políticas tanto macroeconómica como prudencial, se justifica como parte de los instrumentos” necesarios para la gestión gubernamental. Ese paper del FMI describe como experiencias exitosas de control los impuestos sobre deuda a corto plazo en Brasil o las exigencias de que los flujos de entrada de deuda a corto plazo vayan acompañados de un depósito a colocar en la banca central durante un período de tiempo, como en Chile, Colombia y Tailandia. Con obvia intencionalidad debido a que no se subordina a sus auditorías, no menciona a la Argentina, que también aplica consistentes controles al establecer que los inversores internacionales tienen que depositar por un año en el Banco Central el 30 por ciento de los fondos que ingresan al país. El objetivo de esa medida es impedir la entrada masiva de dinero caliente que pueda apreciar el tipo de cambio y amenazar la estabilidad macroeconómica.
El “descubrimiento” del FMI, como lo definió Kevin Gallagher, en un artículo publicado en The Guardian, “no podría haber llegado en mejor momento. La especulación con divisas (carry trade) está de nuevo atrayendo capital especulativo hacia los países en desarrollo lo que podría perturbar su recuperación de la crisis”. Los economistas del FMI se acomodaron a los nuevos vientos, pero no han cambiado en la esencia. En ese documento titulado Controls on capital part of the policy mix avisan contra el “excesivo” uso de los controles de capital y que deben ser “temporales”. Señalan que su “amplio” uso puede tener efectos “distorsionantes” y que, a largo plazo, los controles “pierden eficacia”.
Ese interés en controlar la Cuenta de Capital de la Balanza de Pagos por parte del Fondo es un avance, pero concebirlo como hacen sus economistas en una medida temporal, de corto plazo, como una rápida solución ante las inestables corrientes del capital financiero es poco profundo. Los controles de capital deben considerarse como uno de los principales instrumentos de gestión gubernamental para fortalecer una política económica autónoma, junto con el crecimiento y la estabilidad financiera. En 1942, cuando trabajaba para establecer el Fondo Monetario Internacional John Maynard Keynes dijo que “el control de los movimientos de capital, tanto dentro como fuera de un país, debería ser un rasgo permanente del sistema de la posguerra”.
Ante las contundentes ventajas que implica una administración de la Cuenta de Capital y los evidentes descalabros que provoca su liberación, el reclamo a eliminar las limitaciones a capitales especulativos sólo puede tener su origen en la alienación generada por las pantallas con cotizaciones de acciones y bonos. “Creemos que después del canje, el Gobierno va a iniciar una política de atracción de capitales internacionales y entiendo que la primera medida debería ser evitar las trabas para el ingreso”, dijo el presidente de la Bolsa de Buenos Aires, Adelmo Gabbi, para agregar que “es imprescindible allanar todos los caminos para que las inversiones internacionales vuelvan a mirar a la Argentina”. La regulación del movimiento de fondos financieros de corto plazo, controlando la Cuenta de Capital de la Balanza de Pagos, implica recuperar mayores márgenes de autonomía de la política económica. Resignar esa posibilidad sería un retroceso mayúsculo puesto que es una herramienta muy útil para frenar los ataques especulativos, la volatilidad del tipo de cambio y, en especial, para eludir las consecuencias negativas de crisis internacionales, como la que está demoliendo la Eurozona.
*Publicado en Página12 - 19/06/2010
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